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14/10/2011 | México - Macrodelincuencia mató la normalidad del país

Verónica Mondragón

La irrupción del narco afecta ya la vida de los mexicanos, que tienen miedo de salir a la calle, la escuela o el hospital.

 

Los narcos no sólo atacan a narcos: la vida cotidiana ha sido duramente golpeada por la actual ola de violencia.

¿Ir a la escuela? Sólo si no hay rumores de tiroteos. ¿Viajar? Depende por qué carreteras. ¿Salir a divertirse? En Monterrey o Chihuahua está casi descartado. Incluso hablar del tema está condicionado a quiénes escuchan.

El país atraviesa por un proceso de “macrocriminalidad”, explica Javier Cruz Angulo, penalista del Centro de Investigación y Docencia Económicas: “Es cuando el índice de delitos graves se dispara en 300 o 400% y no hay una aparente manera de controlarlo en el corto plazo”. Esto genera dos opciones para quienes la padecen directamente: el encierro o la migración.

Las consecuencias de este fenómeno repercuten en cada persona: los daños pueden ir desde el insomnio hasta la hipertensión, los problemas intestinales y episodios depresivos. De hecho, según sicólogos sociales, estas afecciones están en el umbral de convertirse en un problema de salud pública.

Macrocrimen impregna la cotidianidad

El miedo a la manera violenta de actuar del crimen organizado impregna los rincones de la vida  cotidiana del país. Las carreteras, viajes al extranjero, escuelas y hospitales, las fiestas y hasta las encuestas y programas sociales se hacen hoy de modo diferente. La amenaza no es evidente, está velada.

Raúl Benítez Manaut, investigador del Centro de Estudios para América del Norte de la UNAM, explicó que los primeros síntomas de esta intimidación son el miedo y la paranoia.

Y esa afectación, real o ficticia, expone a los individuos a niveles de estrés que pueden provocar trastornos que van desde el insomnio hasta la hipertensión, los problemas intestinales y la depresión, coincidieron sicólogos sociales.

Según expertos, estas afecciones se convertirán en un problema de salud pública. Más allá de eso, los ciudadanos reaccionan con emigración u ostracismo. Es decir, las personas que padecen el crimen toman dos caminos: o se van o se encierran en casa.

Y el miedo afecta a los individuos aun cuando no vivan en zonas dominadas por el crimen organizado.

“Definitivamente afecta, ha afectado la vida ordinaria de las personas. Los ejemplos son claros, porque una de las primeras manifestaciones es el temor de la gente, de las familias, de la sociedad a moverse libremente... con naturalidad”, dijo en entrevista Orlando Camacho Nacenta, director general de México SOS.

La transformación es tal que la Secretaría de la Defensa Nacional alertó en mayo de 2010 de los cambios en la vida social de los mexicanos, principalmente en Chihuahua, Guerrero, Tamaulipas, Nuevo León y Morelos.

Huida o encierro

El crecimiento del crimen organizado y las dificultades del gobierno para controlarlo hacen que el país atraviese por el proceso de macrocriminalidad, explicó Javier Cruz Angulo, penalista del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE).

“Es cuando estamos en presencia de fenómenos de criminalidad que se dispara el índice de delitos graves en 300% o 400%, y que no hay una aparente manera inmediata de controlarlo en el corto plazo”, definió el académico a Excélsior.

Macrocriminalidad es un concepto nuevo que recientemente entró en el lenguaje jurídico de seguridad pública.

Los últimos datos de México Evalúa reportan que 49% de mexicanos percibe que vive en un entorno de inseguridad.

En el país hubo en 2010 siete mil 500 víctimas de criminalidad por cada 100 mil habitantes y en el mismo lapso se presentaron tres mil delitos a mano armada.

La macrodelincuencia genera dos alternativas para quienes la padecen directamente: el ostracismo o encierro y la emigración.

El pasado 29 de septiembre, este diario publicó que más de 61% de habitantes de Nuevo León, Jalisco, Michoacán, Guerrero, Chihuahua, Estado de México y Distrito Federal han dejado de salir en las noches por miedo a la violencia relacionada con el crimen organizado, según la encuesta Ciudadanía, Democracia y Narcoviolencia.

Además, 35% ha dejado de visitar a amigos o parientes en ciertas zonas de su ciudad y 30% dejó de salir a carreteras federales o estatales.

Por el contrario, hay quien opta por irse, aunque se dejen comunidades enteras convertidas en pueblo fantasma.

Este diario publicó el pasado 31 de julio que al cierre de 2010 había un millón 158 mil casas o departamentos desocupados en el norte del país, según el estudio Situación Inmobiliaria de BBVA Research. Lo que representa 33.5% más que las viviendas abandonadas en 2005 en la misma región.

Datos de la Cámara de Comercio de McAllen, Texas, revelan que unas 400 familias de mexicanos llegaron a vivir en los últimos seis meses a ciudades del sur, como Mission, Edinburg y McAllen.

“Cuando el crimen organizado domina algún lugar o lo toma, siempre hay riesgos de que incrementen su forma de hacer negocio, que es delinquiendo. De ahí el cobro de piso, que se da con bastante soltura o por la fuerza, la extorsión y el secuestro”, afirmó Orlando Camacho Macenta, de México SOS.

Entonces vienen los cambios de conducta. El pasado 31 de julio, este diario publicó que quienes habitan la frontera norte ya no cruzan hacia Estados Unidos por carretera, por miedo a ser interceptados. Ahora rentan avionetas privadas.

La seguridad social también se ha trastocado con las acciones delictivas.

En julio de 2010, Excélsior publicó que en Tamaulipas, Sinaloa, Nuevo León, Durango y Chihuahua se modificaron las rutas de traslado de dinero, los puntos de pago o las fechas de entrega de los recursos de Oportunidades.

Eduardo Sojo, director general del INEGI, admitió que la violencia pondría en riesgo el Censo de Población y Vivienda 2010.

Tampoco los viajes son los mismos. El 12 de septiembre se documentaron cuatro casos idénticos: lo último que supieron sus familiares es que cruzaron la caseta de Sabinas Hidalgo, Nuevo León, municipio controlado por Los Zetas, y que los detuvo un falso retén. No hay más rastro de ellos.

Los jarochos prefieren callar

Carlos vive en Veracruz. Ahí creció y ha visto la transformación del puerto en zona de riesgo. Junto con su esposa e hijo, toma sus precauciones. Pero más allá de no salir de noche y cuidar sus pertenencias. Los jarochos callan.

El temor de que lleguen delincuentes, asesinen a alguien y hasta la paranoia de estar en el bulevar principal han provocado el mayor cambio en la vida en esa ciudad: el silencio.

“Va a sonar feo o de película, pero tristemente lo menos que se pueda platicar del tema fuera de casa, porque ya no sabes quién está escuchando y en qué momento pueda pasar algo fuera”, compartió Carlos.

El 20 de septiembre pasado el miedo llegó al límite. Los 35 cadáveres en Boca del Río llevaron a la ciudad a un pico de tensión.

“Nos ha cambiado la vida en todos los aspectos, no hay esa tranquilidad; la diversión es ya para unos cuantos. Te encuentras con esas situaciones a la luz del día a las tres de la tarde, pues no te explicas, porque parece ser que los buenos también son parte de los malos, ya no sabes si agradecerles o tenerles más miedo”, sostuvo.

SLP: un crimen cambió su vida

El caso de Patricia, de San Luis Potosí, muestra el refugio que buscan en sus hogares los mexicanos ante el crimen.

Patricia es una estudiante que adora las fiestas e irse de antro, pero un crimen en un bar marcó su vida. Vive con miedo en San Luis Potosí, a pesar de que la delincuencia en su estado es “moderada”, según el Índice de Inseguridad y Violencia Ciudadana, elaborado por México Evalúa.

“Hay zonas en las que está más peligroso que en otras, era muy diferente  hace tres años. Antes era muy fácil salir a caminar, ahorita ya no es lo mismo. Es más de estar en casa”, compartió la estudiante de 17 años.

Víctima, como muchos, del miedo, afirmó: “No vemos balaceras todos los días, pero tampoco te vas a ir a las afueras de la ciudad a las 11 de la noche porque sí te va muy mal. Yo creo que no podemos vivir con miedo toda la vida, pero tampoco hay que ser tontos.”

“El crecimiento pleno y sano de una persona se merma y podemos tener un problema que afecta en el desarrollo pleno”, subrayó Orlando Camacho.

Las escuelas y sus maestros son en Guerrero una prueba del temor provocado por la delincuencia organizada. Desde septiembre, los profesores suspendieron clases, el 15 marcharon exigiendo seguridad, al denunciar extorsiones y amenazas.

La maestra Ana Isela Martínez Amaya es otra víctima. Pasó un mes y medio en prisión, detenida por el Ejército en un puesto de revisión en Ciudad Juárez, pues llevaba casi 40 kilogramos de mariguana, en 85 paquetes. El pasado 10 de julio fue liberada, al demostrarse que la droga había sido sembrada.

Este hecho motivó cambios en los protocolos para cruzar la frontera con Estados Unidos y que la PGR emitiera algunas recomendaciones de seguridad.

...y puede afectar la salud

 El crimen organizado trastoca no sólo la vida cotidiana, también la salud física y mental de los mexicanos.

La amenaza de la violencia genera padecimientos que inician con miedo y paranoia y pueden devenir en problemas más graves, como presión arterial alta, problemas intestinales y depresión.

Se hacen más vulnerables a cualquier enfermedad, así sea una gripe o una infección.

Todo esto puede convertirse en un problema de salud pública en el futuro, advirtieron sicólogos.

Los sobrevivientes del atentado en el Casino Royale de Monterrey o las víctimas de secuestro o los que no encuentran a un familiar pueden padecer estrés postraumático.

Esto a pesar de que los seres humanos contamos con un sistema de defensa, un sistema de respuesta ante este tipo de amenazas que activa el sistema nervioso: aumenta la frecuencia cardiaca, hay cambios en la respiración y en la oxigenación, explicó el sicólogo Óscar Galicia, académico del Departamento de Psicología de la Universidad Iberoamericana.

Ante las amenazas permanentes se liberan hormonas como la adrenalina y el cortisol, las que en exceso disminuyen las defensas. Eso nos hace más vulnerables a cualquier tipo de infección o enfermedad oportunista que en otro momento no causarían ningún problema, detalló el profesor.

En algunas personas se provoca depresión, falta de respuesta, apatía, desesperanza y ninguna conducta va a poder liberarla de este padecimiento.

“(Las personas) tienen ya en consideración una amenaza que de alguna manera puede ser gratuita, porque no se sabe cuándo les va a tocar ser una víctima”, dijo Manuel González Oscoy, académico de la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional Autónoma de México.

El profesor agregó que eso puede generar, a la larga, padecimientos intestinales, además de gastritis y úlceras.

Los padecimientos son peores cuando las personas sufrieron un atentado grave, pues los hace propensos a estrés postraumático.

“El estrés viene después de que se tiene la vivencia traumática, por ejemplo, un secuestro, un asalto. Quienes se salvan, tienden a sufrir estrés postraumático”, explicó González Oscoy.

Esto genera que las personas se hagan más sensibles a estímulos ambientales que recuerden el evento, como salir corriendo cuando se escucha un sonido fuerte o agacharse.

Cuando las personas son testigos de un crimen o ven un decapitado o atropellado, la respuesta es otra. Este tipo de estrés surge cuando alguien vive directamente el atentado. Pero cada persona reacciona de una manera particular.

Excelsior (Mexico)

 


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