| 27/03/2006 | FRANCIA- ¡está cansada!
Tahar Ben Jelloun
Hay que estar ciego y sordo para no constatar el nexo existente entre las revueltas y algaradas en los barrios periféricos de París el pasado otoño y las crecientes manifestaciones de los jóvenes contra el decreto ley relativo al contrato de primer empleo (CPE) en varios lugares de Francia.
Los jóvenes franceses de origen inmigrado manifestaban su sentimiento de irritación y cólera ante un Estado que no sólo les ha olvidado y apartado prácticamente de la circulación, sino que sólo sabe dirigirse a ellos en términos de represión, como si estuvieran genéticamente abocados a la delincuencia y el estropicio.
No se ha adoptado ni aplicado disposición o iniciativa alguna al respecto. Después de los suburbios, las facultades universitarias han sido los ámbitos ocupados por las voces críticas, en tanto las calles se convertían en teatro de operaciones de una inmensa marea de protestas.
Quienes desfilan por las calles de París, Rennes, Toulouse y otras grandes ciudades francesas expresan una repulsa visceral contra la política de fin de reinado de Chirac. Actitud que, ciertamente, va más allá del simple rechazo de una ley. EL CPE en sí mismo, susceptible de ser mejorado, no es un insulto a la juventud, ya que más bien hay que buscar el factor conflictivo en la manera de hacer las cosas y la política, en la forma de conceptuar a los jóvenes y tratar con ellos, en el modo de encarar su futuro en un país donde cualquier reforma se experimenta como un atentado o una ofensa contra el derecho a la existencia y a la vida.
Francia está cansada, padece una modalidad de esclerosis que dificulta y entorpece cualquier tipo de política y arroja la sombra de la sospecha sobre cualquier forma de diálogo. Entre las políticas y los ciudadanos no media concertación ni negociación alguna. Por el contrario, se abren paso la desconfianza y el recelo, la desestimación de un discurso político que ya no corresponde a las expectativas de los jóvenes, vivan en barrios pobres o universitarios. El Estado no ha ofrecido nada a los cientos de miles de jóvenes de los suburbios, no ha adoptado ninguna medida concreta para lograr que cambie su situación. Chirac ha hablado de un problema de identidad;otras voces han visto en estas revueltas una voluntad de desestabilizar el país, y no han faltado quienes han aludido a un carácter étnico y religioso de la crisis. Es tanto como levantar acta del grado de desconocimiento de esta realidad.
Las manifestaciones contra el CPE recuperan de hecho el aliento y la cólera de quienes habían reaccionado contra el menosprecio y el insulto de un ministro del Interior que confunde hijos de inmigrados e inmigrados.
Es posible que el primer ministro quiera sinceramente combatir el paro introduciendo una brizna de ductilidad y flexibilidad en el engranaje del sistema laboral. Sin embargo, no sabe hablar a los jóvenes; habla de diálogo, pero no sabe entablarlo. ¿Por qué el acoso constante (empleando un símil deportivo) para que los diputados aprobaran este decreto recurriendo a un artículo especial y evitar así que la oposición retrasara la votación?
Los jóvenes que se manifiestan en las calles proclaman su rechazo radical de un sistema político que se distancia de las preocupaciones de la gente. Al propio tiempo, nos enteramos de que las empresas, que han alcanzado beneficios extraordinarios, defienden el CPE, que las autoriza a despedir a un joven sin necesidad de dar motivo ni explicación alguna.
El gran periodista Pierre Viansson-Ponté (1920-1979), pocas semanas antes de las manifestaciones de Mayo del 68, había escrito un artículo en la portada de Le Monde: "Francia se hastía". Un diagnóstico muy expresivo, indudablemente, de la sociedad del momento. Si viviera todavía, Viansson-Ponté habría constatado probablemente que Francia está enferma. Hace tiempo que Francia se lamenta de la pérdida de su influencia en el mundo, de que su idioma se ve zarandeado por el inglés y el español, de que su voz cuenta menos que antes. Hace tiempo que Francia sufre las consecuencias de la rigidez y comprueba el aumento del paro; que constata que el sistema judicial patina, que las ideas de la extrema derecha avanzan, que el racismo conquista más adeptos y víctimas, y que los políticos pierden credibilidad.
Como dijo Cioran (1911-1995) en Historia y utopía en 1960: "Función de un ardor extinto, de un desequilibrio no por exceso sino por defecto de energía, la tolerancia es incapaz de seducir a los jóvenes... Al término de la adolescencia, uno está por definirse, en todo caso, de modo fanático".
Los jóvenes de las barriadas periféricas son, efectivamente, fanáticos en su deseo y aspiración a existir y vivir con dignidad, en su necesidad de ser conceptuados como franceses a todos los efectos. Dieron la señal de su repulsa del desprecio en el pasado mes de octubre. Quienes se oponen hoy a la política de Dominique de Villepin quieren participar en la construcción de su futuro y actuar sobre lo que se está preparando. Al sumarse a una protesta colectiva y notablemente radical, esperan dar sentido a su vida en un país aquejado de diversos achaques y fallos de memoria - sobre todo, en lo concerniente a los muchachos de las barriadas-; un país que no distingue con claridad, un país que hace promesas y se olvida de cumplirlas.
TAHAR BEN JELLOUN, escritor. Premio Goncourt 1987
Traducción: José María Puig de la Bellacasa
La Vanguardia (España)
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