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06/05/2007 | Brasil - El país que sorprende: el Brasil de Lula no resuelve el problema esencial de las desigualdades sociales

Tahar Ben Jelloun

Como todos los países interesantes, Brasil es complicado. Nada más llegar a São Paulo o Río de Janeiro se le proporcionan a uno diversos consejos orientados a no perder la vida: si le atracan, entregue todo cuanto lleve y, sobre todo, no se resista; si se pone nervioso y grita, sus agresores no durarán en abatirle a tiros.

 

A continuación, le recuerdan el caso de fulano que atrajo sobre su persona las iras de unos golfillos por dárselas de listo. Para ciertos adolescentes nacidos en la miseria, la vida carece de valor. Matar o morir son dos actos que se enmarcan en la trivialidad pura y simple.

Suele insistirse también en el peligro que comporta la operación de extraer dinero de un cajero, lugar ideal para un atraco. La máquina no dispensa más de 1.000 reales (alrededor de 350 euros), medida de precaución general en todo el país. Suele recordarse al visitante que no se le ocurra hacer gala de su condición de turista, que fotocopie documentos personales y deposite originales en lugar seguro.

Es conveniente, asimismo, evitar moverse por determinados barrios. Por ejemplo, en São Paulo, la plaza de la República, la plaza de la Sé, la Estaçao da Luz; o, en Río, el área comercial del centro, sobre todo por la noche y el fin de semana. Se aconseja circular en un vehículo con puertas y ventanas cerradas; se explican mil y un relatos de choriceo y robo de objetos y pertenencias, secuestro, agresiones y ataques de todas clases. Si se sale a dar un paseo a pie se recomienda no llevar reloj valioso ni joyas, cámara fotográfica colgada del cuello. En suma, es mejor casi salir desnudo como quien dice. Si se sale en coche por la noche no debe detenerse el vehículo ante el semáforo rojo: es preferible reducir la marcha y, al llegar, seguir y superar el semáforo. Y, si se desplazan en grupo, permanezcan juntos.

Brasil es un hermoso país; ahora bien, hay que saber que las excesivas desigualdades y la miseria han echado a perder su belleza. ¿Qué remedio queda? ¡Como el erizo, que pone buen cuidado al hacer el amor para no herirse con las púas!

Favelas frente a riqueza Brasil goza actualmente de buena reputación en el mundo. El país lleva permanentemente a cuestas un buen número de clichés y tópicos, sobre todo por el carnaval, que conlleva inevitablemente el desmadre general. Naturaleza generosa, verdor exuberante, paisajes impresionantes, sol, mar y abandono de tabúes sexuales... Sin embargo, Brasil, país de moderada producción de petróleo (como Kuwait), exportador avícola y de café, entre otros productos, es asimismo un país partido por la mitad: exhibe la miseria de las favelas junto a la notable riqueza. Las favelas, arriba, en lo alto de las colinas; los barrios residenciales, abajo. Esta yuxtaposición es fuente principal de un grado de violencia con la que han de habérselas a diario los habitantes de grandes ciudades.

Una megápolis como São Paulo (18 millones de habitantes) es el foco de una violencia de carácter cotidiano. La policía militar suele enfrentarse a grupos armados cuyos componentes ya han admitido que su esperanza de vida ¡no superará los 25 años! La película Ciudad de Dios,que muestra imágenes de niños de la calle convertidos en pistoleros, aún se queda corta. Un país donde las armas circulan por todas partes y con facilidad aterradora no puede reprimir la criminalidad sólo a base de discursos. Río de Janeiro se apresta a acoger los Juegos Panamericanos el próximo 13 de julio. Las autoridades disponen de unas semanas para poner a punto el dispositivo de seguridad de la ciudad. De ahí el nerviosismo perceptible en la policía militar y los frecuentes enfrentamientos con bandas armadas.

Resulta desesperante ver cómo transcurre la existencia de los brasileños acomodados que se relacionan casi exclusivamente entre ellos en una suerte de recintos muy protegidos por servicios privados de seguridad. La vigilancia es omnipresente, las 24 horas del día. Recientemente, determinadas bandas han creado un guión de secuestro virtual. Alguien llama a una familia informándole de que es funcionario policial y está negociando con los secuestradores el rescate que la familia debe pagar para obtener la liberación de un familiar con quien - ¡qué casualidad!- es imposible contactar. La llamada se efectúa desde una cabina telefónica y el dinero del rescate debe depositarse en un lugar indicado al efecto. Las familias acomodadas evitan hacer ostentación de riqueza: ni limusinas ni ningún otro comportamiento que pueda tomarse como una provocación.

En São Paulo, las grandes avenidas de la ciudad se hallan jalonadas de hermosas casas de estilo decimonónico, transformadas ahora en edificios de oficinas, concesionarios de coches o establecimientos de moda. La gente ya no vive allí, prefiere alojarse en apartamentos y pisos muy vigilados por agentes de seguridad que sólo franquean la entrada a quienes se identifican convenientemente. Además, la ciudad posee una sala de conciertos de belleza excepcional: el auditorio Ibirapuera, concebido por el arquitecto Oscar Niemeyer, que este año cumple 100 años. Asistimos en ella a un concierto de la extraordinaria guitarrista Yamandú Costa, que actuó en compañía de Hamilton de Holanda. Al salir, todos los componentes del grupo tuvimos ocasión de topar de nuevo con el ambiente de inseguridad reinante, sobre todo, por la noche.

Recientemente, en Río de Janeiro, el equipo de una ONG francesa resultó diezmado por el ataque de un joven brasileño procedentes de las favelas. Los tres franceses del equipo le habían sacado de la miseria, educado y motivado en sus obligaciones laborales hasta el punto de que trabajaba para ellos como contable. Pese a la confianza en él depositada y la influencia positiva recibida, el joven en cuestión había metido la mano en la caja. Al requerírsele que presentara cuentas no dudó en matar a sus bienhechores.

Otro relato si cabe aún más horrible llegó a oídos de los habitantes de São Paulo: una banda armada ataca a un vehículo y hace bajar a sus ocupantes sin observar que un niño de seis años viaja en el asiento de atrás con el cinturón de seguridad. El vehículo, en su huida, y con su portezuela trasera abierta, ¡arrastra al niño a lo largo de un trayecto de siete kilómetros! Al final del recorrido, su cuerpo yace descuartizado. El pasado 20 de marzo, la gran avenida comercial de São Paulo sufrió tres atracos de forma simultánea. Una bala perdida alcanzó a una muchacha de 16 años y la dejó paralítica de por vida (anteriormente había sido víctima de otro atraco).

Tales episodios, que los periódicos relatan diariamente, conforman la vida cotidiana de estas grandes ciudades.

No obstante, los brasileños conviven con ellos y no hablan de abandonar su país. María, una bella morena, fue secuestrada en 1996. Me explica: "Al salir de mi coche, dos hombres armados me empujaron hacia adentro otra vez y uno de ellos se puso al volante. Nada de pánico, de aspavientos, de gritos de rabia o de insultos. Me limité a decirles: os entiendo. Pararon delante de un cajero y me acompañaron para retirar dinero. Saqué los 1.000 reales autorizados. Uno de ellos me dijo que estaba autorizada a retirar una cantidad similar durante el mismo día. Y allí fuimos, a otro cajero a repetir la operación. A continuación, abandonamos la ciudad y empecé a tener mucho miedo. Pensé en la violación, en el pago de un rescate... Al llegar a una curva, aproveché que reducían la velocidad y abrí la portezuela del coche. En fin, al escapar me rompí una muñeca y una pierna, pero ¡estaba libre! Pensé en dejar Río, pero he preferido acostumbrarme y vivir en esta ciudad tan hermosa".

Es menester esforzarse por no generalizar. Porque la vida continúa y muchas veces nos sonríe. Como decía el escritor marsellés André Suarès (1868-1948) en Viaje del Condottiero,"los países varían al compás de quienes los recorren. Se suelen ver las cosas dependiendo de cómo es uno como viajero. El mundo está lleno de ciegos con los ojos abiertos bajo una funda". En este sentido, juzgo a Brasil como un país mediterráneo, con un no sé qué oriental y mágico, habitado por gente alegre, risueña y acogedora. Gente que siempre sorprende.

¿Con qué carta quedarse, entonces? La violencia es un aspecto vinculado a una situación en la que la mafia tira de los hilos. Las favelas, por ejemplo, están iluminadas día y noche, por la sencilla razón de que el suministro eléctrico se roba y las únicas facturas que pagan sus habitantes son las que les presenta la mafia.

Durante el famoso carnaval que se celebra cada año en febrero se constata que media una tregua. Todo el mundo se apresta a participar en los desfiles o a presenciarlos. En suma, a festejar el carnaval. La violencia se pone entre paréntesis.

Me atrevería a decir que lo que vive Brasil prefigura tal vez el futuro de algunas grandes ciudades en caso de que la globalización siga empobreciendo las capas desfavorecidas y el liberalismo salvaje mantenga su impulso aplastando a su paso a los débiles y a los carentes de lo necesario para el sustento. ¿Podría suceder, dado el caso, que viviéramos bajo vigilancia permanente? En la actualidad es un hecho que los vehículos se venden bajo dos modalidades: normales o blindados por motivos de seguridad. En cuanto a la lucha contra la contaminación, numerosos vehículos circulan con etanol, sustituto de la gasolina. Brasil, pese a todo, sigue adelante con sus 180 millones de habitantes. Hay que añadir que esos habitantes han aprendido a vivir peligrosamente.

El racismo social En las escuelas que he tenido ocasión de visitar, los alumnos no muestran signo alguno de racismo, pero todos me han preguntado si el racismo social es una realidad, a instancias del caso de la exclusión de hecho de los hijos de familias pobres que asisten a los grandes institutos; por otra parte, como los habitantes de las favelas suelen ser negros, asumen la discriminación por la precariedad y el racismo. Los jóvenes se rebelan atacando a quienes viven mejor que ellos. De todas formas, saben que su estrella no brillará mucho tiempo.

El panorama cambia en Florianapolis, una isla al sur de São Paulo. Allí la vida discurre a ritmo lento. El turismo no ha causado estragos todavía; es un paraje maravilloso. Es otro Brasil. Otra forma de vivir. Los problemas de seguridad revisten las dimensiones de la propia isla: no acusan excesiva gravedad.

El Brasil del presidente Lula no ha dado con la salida al problema esencial, el de las desigualdades sociales. Lula aspiraría a ser el líder de América Latina y el socio de Estados Unidos. Se le reprocha, sin embargo, que la lucha contra la corrupción - verdadero azote- es vacilante y ambigua. Se critica su estilo de vida y la propensión de uno de sus hijos a las operaciones lucrativas y especulativas.

Pero los brasileños que viven en las grandes ciudades no parecen contar con el Estado a la hora de resolver el problema de la inseguridad. Las armas pasan de mano en mano y, por lo demás, quienes tienen algo que proteger proceden a garantizarse su propia seguridad.

Al dejar el país, me pregunto si resultará que tanta belleza y hermosura física han de llevar irremediablemente aparejadas tanta violencia. Como acaba de decirme en Río un antiguo diplomático, "uno se acostumbra y organiza en consecuencia".

La Vanguardia (España)

 


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Título
27/03/2006|

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