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16/03/2012 | Bolivia: La obsecuencia

Carlos Toranzo R.

Mujeres ministras, autoridades del Gobierno del sexo femenino cantando coplas machistas. Ministros, viceministras y otras autoridades aplaudiendo a rabiar coplas sexistas, de mal tono, grotescas. Todos, mirando a los ojos del líder para vislumbrar su contento, todos tratando de aplaudir más fuerte para obtener los favores del Jefe.

 

Autoridades desmintiendo lo que todos vieron, explicando que el Jefe no cantaba, que no aplaudía, que tenía rictus de crítica ante semejantes coplas. ¿Qué significa todo eso? Simplemente obsecuencia ante el poder. Pero, la obsecuencia no hace crecer la estatura de los jefes, al contrario, los achata, pues no hay mejor cosa que la crítica sana, valiente y no el silencio, ni el aplauso ante los errores de los líderes.

La obsecuencia implica mediocridad y no grandeza, y grandeza es lo que requieren los estadistas para llevar buen puerto los países que gobiernan.

¿Qué es lo más duro que uno puede encontrar en la Fiesta del Chivo, de Vargas Llosa? ¿El poder del dictador, las matanzas, los ríos de sangre, su ceguera, el favor a sus familiares, la falta de idea de país, el enriquecimiento ilícito, la discrecionalidad en el manejo del poder, la corrupción generalizada, la sensación de que su poder será eterno?

Cada quien puede escoger cualquiera de esos temas de la pregunta. Pero, y el pero es importante, no se debe olvidar la obsecuencia. Si algo destila ese libro, si algo sale de esa historia, es la tremenda obsecuencia de sus ministros, de sus militares, de sus correligionarios, de su círculo íntimo y de sus amigos. Eso quizás es lo más grave, pues no había palabra de crítica, ni rictus de molestia ante los excesos del dictador. Por el contrario, él estaba rodeado de aplauso, de genuflexiones, de palmas en la espalda del dictador para aprobar todo, eran grandes las bisagras de las espaldas de sus cercanos para besarle las manos. La sonrisa y aplauso de aprobación para todos sus errores y todos sus crímenes, era lo cotidiano de la política y del funcionamiento del poder.

Pero, no es necesario haber leído La Fiesta del Chivo para darse cuenta de lo que es la obsecuencia, pues todo lo que hemos descrito, lo hemos visto hace décadas en nuestro país, pues esa obsecuencia, llamada también llunk’erio, es una de las constantes en el trato a los líderes, a los caudillos, a los dueños del poder.

¿No existía eso con los liberales, con los conservadores, con los falangistas, con los militares, con los emenerristas, con los miristas? ¿Es que acaso sus círculos íntimos, sus núcleos de poder, sus ministros no eran casi exactamente igual a los retratos de La Fiesta del Chivo? ¿Es que el caudillo admite crítica? ¿Es que el líder se inclina ante la razón? ¿Es que se puede ir lejos en política, si no se es obsecuente ante el caudillo? ¿Es que acaso el mejor asesor no es aquel que recita lo que piensa el caudillo? ¿Qué importa la ética, la razón, la reflexión, la formación, si lo que desea el caudillo es obsecuencia?

Pero, todos los caudillos han caído, algunos se han desplomado, porque simplemente el poder es ave pasajera, es cosa fugaz, en unos casos dura más que en otros, pero siempre, siempre el poder se va.

El pecho de muchos se inflama en exceso con una pizca de poder, el pecho del caudillo crece más, cuando ese poder es más grande. Pero, lo cierto es que la obsecuencia no construye un buen manejo del poder, ni del Estado ni de la cosa pública. En muchos casos, el exceso de obsecuencia se convierte en un insulto que hiere al sentido común, y al herirlo convierte al poder en más fugaz. La obsecuencia no convierte en eterno al caudillo, antes, bien puede debilitarlo y perjudicarlo, con lo cual caudillos y dictadores, junto a sus obsecuentes, acaban antes de lo previsto. Es que el poder no es eterno, aunque así lo crean quienes lo ejercen; tarde que temprano la tortilla se vuelca. Es mejor la sencillez para afrontar el futuro, pero el poder no conoce la sencillez ni la humildad.

Pero, si el poder no es eterno, la obsecuencia parece serlo, ésta es la triste realidad de una cultura política poco democrática.

* Carlos Toranzo es economista.

Página Siete (Bolivia)

 


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