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30/03/2006 | La gran estampida

Victor Davis Hanson

En estas últimas semanas, destacados conservadores — William F. Buckley, Niall Ferguson, Francis Fukuyama, George Will, por mencionar sólo a unos cuantos — han sugerido, de diversas maneras, que la guerra de Irak fue un error, que es imposible de ganar o bien ambos conceptos.

 

La voladura del templo en Samarra, junto con los asesinatos sectarios que vinieron a continuación en Bagdad y el fracaso, hasta ahora,  para formar un ejecutivo, fueron los más recientes catalizadores que parecen haber empujado a un buen número de hastiados observadores a la locura.  

Algunas veces, tales remordimientos se unen a estrepitosos lamentos sobre la fracasada política exterior de la Administración Bush, particularmente la malévola influencia de los neoconservadores y su manía por la democracia.    

 Hay muchas razones por las que ese pesimismo, en realidad depresión, es injustificado, aunque debo conceder que muy pocos americanos y aún menos comentaristas estarán de acuerdo con mis propias explicaciones.  

Democracia

  Estados Unidos no ha estado metiéndole la democracia por las narices a nadie. Sólo en Afganistán e Irak hemos usado la fuerza para derrocar a autócratas y dar paso a gobiernos constitucionales. Es bastante parecido a lo que Ronald Reagan hizo en Granada. George Bush padre hizo lo mismo en Panamá y Clinton en los Balcanes.    

¿Entonces cuál es la verdadera diferencia con los esfuerzos de esta administración? Sacar a los talibanes y a Saddam de Oriente Medio ha requerido de operaciones mucho más difíciles y costosas que bombardear a Milosevic desde arriba o decapitar el régimen de Noriega.    

Lo que me temo es que lo que más fastidie no sea el principio de fomentar, ocasionalmente, la democracia por las armas sino el desorden de la guerra de Irak.   Quitemos las bajas de 2.300 americanos e imaginemos un gobierno estable en Bagdad dentro de 2 ó 3 meses y escucharíamos muy pocos mea magna culpas.    

También está la cuestión más importante de si abogar por la democracia en Oriente Medio. No tenemos planes de invadir Siria o Irán, de derrocar a sus autócratas y dar paso a gobiernos constitucionales. Las presiones sobre otros para que se reformen son constantes e insidiosas pero siguen siendo relativamente poco convincentes, dado el hecho que Musharraf tiene la bomba, los estados del Golfo tienen el petróleo y la dinastía Mubarak tiene en su conjunto 50 mil millones de dólares en ayuda americana.     

 Además, la patología de Oriente Medio – sea que se defina como la crecida relevancia de la Hermandad Musulmana y Hamás, la implicación de los regímenes autoritarios con los terroristas, o el vehemente antisemitismo y antiamericanismo – ha minado la presión americana a favor de reformas democráticas.   

Uno podría argumentar fácilmente que es la ausencia de un apoyo americano de principios – y que en su lugar estuviera la reinante realpolitik de los últimos 50 años – la que ha dado como resultado que tuviéramos la crisis del 11-S.    

Sin duda, la costra de Oriente Medio se desgarró el 11 de Septiembre y reveló una vieja y pútrida herida de autoritarios pagando chantaje a los islamistas en profana alianza antiamericana. El salir abruptamente del Líbano en 1983, no ir a Bagdad en 1991, volear misiles de crucero a Saddam y los talibanes, intercambiar armas por rehenes con Irán, Petróleo por Alimentos, zonas de exclusión aérea, darle pase libre al wahabismo saudí, subsidiar a Mubarak y Arafat – nada de esto ha hecho que Oriente Medio sea más estable o que Estados Unidos esté protegido.  

Guerra

  Ha habido una ingenuidad acerca de la naturaleza de la guerra en los últimos tres años, quizá explicable por nuestras anormales experiencias del pasado en Granada, Libia, Panamá, la primera Guerra del Golfo, los Balcanes y Afganistán. Parecer ser que la munición guiada por GPS, los helicópteros de combate y las armaduras de movimiento ligero habían convencido a algunos que menos mal la carnicería de conflictos anteriores era cosa del pasado.    

Pero ese optimismo es válido sólo si se consagraran ciertas premisas como una nueva forma americana de hacer la guerra:   Primero, que la guerra se librase siempre contra países pequeños, sin muchos recursos, como por ejemplo, Panamá y Granada.     O segundo, que la guerra se llevara mayormente desde el aire, definida como ataques de bombarderos contra Gadafi y Milosevic o con misiles de crucero como los enviados a Afganistán e Iraq en los años 90.    

O tercero, que la guerra fuese sólo como castigo. Vamos, entramos, derrotamos al enemigo y nos vamos dejando el fregado a otros, bajo la premisa que no podemos ni debemos preocuparnos sobre si la población se merecía el odioso régimen con el que tuvimos que acabar.    

En otras palabras, deberíamos renunciar al tipo de guerras pasadas más del estilo  holístico o ideológico, como por ejemplo las libradas contra italianos, alemanes, japoneses, coreanos y vietnamitas, donde no sólo buscábamos derrotar completos sistemas de creencias sino que nos quedamos para ayudar a moldear un gobierno estable con la esperanza de erradicar el fascismo, el nazismo, el militarismo o el comunismo.      

Hay una lógica sencilla en los 3 primeros métodos de guerra pero no podemos descartar la necesidad ocasional de una cuarta opción más difícil, ésa que siempre implicará costes y bajas mucho más grandes.    

A pesar de la tragedia de nuestros caídos en Irak, si sale un gobierno constitucional estable en Bagdad y le sigue una liberalización en la región circundante, entonces nuestras bajas no serán contrastadas contra las muy pocas bajas sufridas en Panamá, la primera Guerra del Golfo o Granada sino contra las enormes bajas sufridas en Corea y la Segunda Guerra Mundial.    

Irak  

Nunca hay buenas y malas alternativas en la guerra, sólo malas y peores; el Irak de Saddam Hussein es sin duda un ejemplo perfecto de este dilema, sea que lo analicemos mirando el barbarismo interno del régimen o sus ataques a 4 de sus vecinos en sólo una década.   

Ya habíamos librado dos guerras previas con él: En 1991 y los 12 años de zonas de exclusión aérea entre 1991 y 2003. A pesar de lo que se piensa por ahí, el veredicto todavía está por emitirse dependiendo de su conexión con terroristas en general y de al Qaeda en particular. La penosísimamente lenta traducción y publicación de documentos incautados y cintas de audio junto con un creciente y anecdótico número de testimonios provenientes de ex baazistas puede indicar que las cosas en Irak estaban mucho peor de lo que pensábamos.    

Aún no hemos visto que haya un movimiento antiguerra considerable galvanizándose en torno a Cindy Sheehan y Michael Moore. Donald Rumsfeld todavía no ha escrito una carta de dimisión con el semblante sudoroso, a lo Robert McNamara. ¿Y por qué no han confesado ya por lo menos algunos generales de la plana mayor de que ésta es una misión sin esperanza? ¿No podría actualizar el Congreso algo como la vieja Enmienda Cooper-Church? ¿O por lo menos podríamos ver una candidatura a lo Eugene McCarthy en las próximas primarias republicanas? ¿O un baño de sangre en 2006 que borre de un plumazo a todo el congreso republicano salpicado por la guerra?    

Hay varias respuestas, pero la principal – además de la fe que nuestros líderes tienen en que la causa es justa y que el éxito está cerca –  es que el pueblo americano en sí todavía no está seguro del resultado iraquí por una variedad de razones.    

Están confundidos con la cobertura mediática de la guerra. No pueden constatar si el diario tronar de explosiones es solamente la historia que cuentan los medios de comunicación y si debiera contrastarse con la silenciosa contranarrativa de 3 elecciones exitosas y unas fuerzas de seguridad iraquíes en aumento. A pesar de todo el malestar y la inquietud, hasta el ciudadano más dubitativo cree de verdad que Estados Unidos todavía puede ganar. Si hubiésemos narrado Okinawa minuto a minuto como lo hacemos en Irak, podríamos haber perdido ese choque con tan poco margen de victoria.    

El enemigo no es idealista ni igualitario sino claramente pre-moderno y fascista. Cuanto más nos dicen que Irak no tiene nada que ver en la guerra contra el terrorismo, vemos que surgen más modalidades de al Qaeda en Irak y su cúpula presume de ser el nuevo frente después de Manhattan y Afganistán. Por lo menos, algunos en Estados Unidos siguen creyendo en la victoria en Irak y en el surgimiento de un gobierno viable; esto tendría repercusión mucho más allá de Irak, inflingiendo una terrible derrota y humillación a los islamistas en su propio patio trasero.    

Los americanos son susceptibles a las acusaciones de imperialismo y crueldad despiadada pero lo son menos cuando se trata de idealismo o ingenuidad mal entendidos. Sea lo que sea que uno crea sobre Irak, los hechos desbancan la realpolitik y la diplomacia del petróleo. El petróleo se disparó por las nubes después de la invasión. Se destapó el programa Petróleo por alimentos junto con las trampas petroleras de Francia y Rusia. La pérdida de vidas durante estos 3 últimos años debe ser contrastada con un año de matanza a manos de Saddam Hussein – muertes que no eran parte de una lucha por un futuro democrático sino la carnicería anual que consolidaba a un régimen fascista y que no tenía vistas de llegar a su fin.    

 El mundo más allá    

Las cosas en el extranjero no están peor que después de Marzo de 2003. Europa vuelve a acercarse a Estados Unidos, en parte debido a su miedo después de los disturbios franceses, las viñetas danesas y los asesinatos en Holanda. Su alternativa multilateral a la de Estados Unidos se bate en retirada después de ver las humillantes negociaciones con Irán, Hamás y los rusos.  

India y Pakistán están más cerca de Estados Unidos ahora que antes de Irak. China es China; Japón es un aliado militar como nunca antes. Inglaterra y Australia son socios estratégicos; igualmente, Canadá y Nueva Zelanda están emprendiendo un camino más acertado. El mundo se está dando cuenta de lo que trama Irán y la teocracia tiene que desestabilizar la nueva democracia iraquí o sino se verá destruida por el experimento democrático de al lado.    

Claro que hay un aumento de antiamericanismo en algunos lugares, pero está confinado mayormente en áreas específicas. El mundillo de Oriente Medio resiente mucho la humillación de ver lo fácil que deponen a sus líderes musulmanes. Los cafés europeos aborrecen la proliferación de la cultura popular americana y su fuerza, por tanto están comenzando a reaccionar asqueados de ver que el mundo no sigue las reglas dictadas desde La Haya o por los estatutos de la Unión Europea. Y tenemos también a la élite transatlántica, la cual después de 3 décadas de exigir una política americana más de principios, finalmente lo ha conseguido a raudales pero les ha salpicado toda la sangre y el desorden que semejantes cambios radicales siempre producen.    

 Las fuerzas militares    

Todavía hay otra idea equivocada que preocupa a las fuerzas militares americanas. Casi todas las quejas recientes contra ellos han sido mayormente pura propaganda.  En el corazón del viejo califato, con gran sensibilidad y tacto, han estado entrenando a 10 divisiones iraquíes, después de eliminar con suma diligencia una dictadura fascista de 30 años.

Si Estados Unidos ya tenía las fuerzas militares mejor equipadas y disciplinadas del mundo, ahora también tiene a los más duchos y experimentados soldados en precisamente ese tipo de guerra asimétrica por la que tanto se preocupan nuestros expertos como amenaza de futuro. A pesar de todos esos libros post facto, de autobombo, sin tapujos, escritos por nuestros ex agentes de inteligencia y diplomáticos, los altos mandos oficiales por lo general escapan a su censura.    

Críticos    

Desde el principio mismo, los críticos de la derecha, como los que escriben en The American Conservative, nos han dicho que era un inútil desperdicio de recursos americanos tratar de ofrecer un gobierno democrático a la gente pre-moderna de Oriente Medio.   Los que escriben en la progresista The Nation nos aseguraron que Irak era otro intento amoral de imperialismo postmoderno. Bien, ya ve lo que se oye y se lee en ambos lados – y ambos, con buenas o malas noticias, han persistido, con consistencia y fieles a sus principios, en esa oposición vehemente contra todo lo que  hemos logrado.    

Pero sus críticas más recientes son más preocupantes ya que a menudo son de la escuela de “mi guerra perfecta, tu asquerosa paz” y que, por alguna razón, nunca critica el derrocamiento en 3 semanas de Saddam Hussein.  

Más bien, defiende su creciente oposición a la guerra hablando de teorías especiales de su preferencia sobre reconstrucción que nunca se siguieron. Raramente escuchamos que la mayor parte de los esfuerzos postbélicos son largos, engorrosos y necesarios, mucho menos escucharemos que la esencia de la guerra es fallo y tragedia, con la victoria yendo sólo a los que, finalmente, yerran menos y resisten. Cualquiera de vuelta en Estados Unidos puede escribir post facto una lista de lo que se debería haber hecho en Irak  en medio del fragor y los balazos; pero quien la escriba necesita tomar en consideración, por lo menos, las condiciones del momento que indujeron a los supuestamente menos inteligentes que estaban en el terreno a no anticipar la inspirada sabiduría del escritor que lo hace desde lejos.    

Es especialmente preocupante que aquellos que pedían, incluso antes del 11-S, que Clinton o Bush derrocaran a Saddam Hussein, ahora consideren ese paso como una abyecta metedura de pata de primer orden. Su apoyo nos ayudó a ponernos manos a la obra cuando había dudosas razones para ir y puede que su vehemente crítica haga que tengamos que irnos cuando ahora hay mejores razones para quedarnos hasta que Irak se afiance.   De modo que aquí estamos: Tan cerca de la victoria en el exterior, pero domésticamente, más cerca de la rendición.


Victor Davis Hanson es un prestigioso historiador militar, escritor y columnista sindicado de Estados Unidos. Actualmente es especialista investigador de la Institución Hoover.  

©2006 Victor Davis Hanson

©2006 Traducido por Miryam Lindberg

Grupo de Estudios Estratégicos (España)

 


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