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18/04/2013 | Cuba - Raúl Castro en busca de subvención

Frank Calzon

Hugo Chávez se murió y Raúl Castro quiere que los americanos lo subvencionen. La Habana cuenta como aliados a unos pocos hombres de negocios miamenses, y el general-presidente busca, por si acaso, a inversionistas que sustituyan a los petrodólares venezolanos.

 

Lo cierto es que no importa si en la crisis venezolana sale victorioso Nicolás Maduro, o Henrique Capriles: la situación económica de la patria de Bolívar difícilmente permitirá que continúen los subsidios millonarios a varios países de la región. Sea quien sea el inquilino en el Palacio de Miraflores, Caracas tendrá que ocuparse de la escasez de alimentos, y de otros factores que golpean a los venezolanos. Como en el caso de los subsidios rusos cuando se terminó la Unión Soviética, la muerte de Chávez tendrá sus consecuencias.


Así que, diga lo que diga el jefe de la misión castrista en Washington, La Habana busca desesperadamente “inversionistas”. Gente dispuesta a correr riesgos apostando a que los Castro continuarán en el poder por lo menos a medio plazo. Una de las esperanzas del régimen es que el contribuyente norteamericano juegue el papel que jugó hasta su fallecimiento el dadivoso teniente coronel Chávez.

Es posible que la propaganda del régimen proclamando a la isla víctima de la perfidia yanqui y la agresión económica del Imperio pueda ocultar el desastre de la economía marxista y los millones gastados durante tantos años entrenando y financiando insurgencias antiamericanas alrededor del mundo. Todo es posible porque la memoria de la sociedad norteamericana no es muy extensa y el pueblo norteamericano cree en el perdón.


Hace unos meses el senador demócrata de Vermont, Patrick Leahy, visitó a Raúl Castro y a su regreso declaró que ya es hora de “vencer los obstáculos” y de “mejorar las relaciones” porque hacerlo beneficiaría “los intereses de las dos naciones”. El senador indudablemente tiene una buena intención, pero como dicen sus conciudadanos, todo depende de los detalles.


Una pregunta a considerar es para qué, cuál es el propósito, y cuáles las condiciones, por ejemplo, de levantar lo que queda del embargo. Es innegable que sería bueno que Washington tuviese mejores relaciones con Corea del Norte, con Siria y con Irán, pero en esos casos, como en el caso cubano, las buenas intenciones no llegan a nada porque ninguno de esos regímenes está dispuesto a conceder nada.


Pero hay que reconocer que el senador Leahy consiguió que le permitiesen visitar a Alan Gross, el rehén norteamericano condenado a quince años de prisión por regalarle un computador portátil y un teléfono satélite a un grupo judío en Cuba. Gross no cometió ningún crimen y Amnistía Internacional informa que está enfermo, que ha perdido más de cien libras. Lamentablemente, el régimen se niega a permitir que un médico seleccionado por su familia lo examine para determinar si sufre de cáncer.


En realidad hoy nada prohíbe a las compañías norteamericanas que vendan comida y productos agrícolas a la isla. Las ventas llegan a varios cientos de millones de dólares al año y muchos de esos productos son para consumo de los turistas extranjeros.
Pero las ventas tienen que ser al contado porque La Habana tienen la costumbre de no pagar lo que compra. Ahí es donde juegan un papel los hombres de negocios floridanos y las ilusiones de Raúl Castro. Quieren que Washington le dé créditos a La Habana. Y si no pagan, el contribuyente americano les paga a los exportadores. Un negocio redondo para ellos y para el régimen, pero no para los que acaban de pagar sus impuestos federales hace unos días.


Por otro lado, los cubanos no tienen dinero para comprar. El sueldo promedio en la isla es de veinte dólares al mes. Cuba tiene poco que vender, a no ser tabacos y la industria azucarera en que se basó el progreso de la isla ya no es un renglón económico de importancia debido a la planificación marxista y las locuras de Fidel Castro.


Y hay que agregar que el régimen continúa en la lista de países que apoyan al terrorismo internacional, a pesar de los esfuerzos hace unos años de Ana Belén Montes, una oficial de la Agencia de Inteligencia norteamericana que confesó ser una espía de La Habana y se encuentra en una penitenciaría estadounidense. Pero todavía hay algunos que repiten los informes optimistas de la señorita Montes.


El presidente Obama unilateralmente extendió “una mano de amistad” al gobierno castrista hace cinco años, con las esperanza de que abriese su “puño hostil”. La Habana continúa sus alianzas con Corea del Norte, Siria e Irán y mantiene a un rehén americano preso. Pero Raúl Castro quiere dólares sin reconsiderar su represión de los cubanos ni su política internacional antiamericana.


Como el senador Leahy, todos quisiéramos que se pudieran mejorar las relaciones, pero para que eso ocurra primero tienen que haber cambios verdaderos en la Perla de las Antillas.


Director ejecutivo del Centro para Cuba Libre, radicado en Washington.

El Nuevo Herald (Estados Unidos)

 


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