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15/05/2006 | México: Malas compañías

Rogelio Hernández Rodríguez

Todo parece indicar que la buena fortuna que hasta ahora había tenido López Obrador ha llegado a su límite. Ya no tiene las holgadas ventajas de meses atrás y, en el mejor de los casos, se encuentra con el mismo número de posibles electores que Calderón.

 

Aunque no es del todo claro que tenga perdida la elección, sí es evidente que no conseguirá aumentar sus preferencias y que la franja de indecisos, que había sido su principal fuente de apoyo, vacila entre él y Calderón. Lo importante es que sus posibilidades dependen casi por completo de la imagen que ha desarrollado entre ese electorado y que en los últimos tiempos lo muestran como intolerante, falto de ideas, temeroso y tan atrabiliario que es capaz de tomar decisiones que pongan en riesgo la estabilidad del país.

Es verdad que esta imagen en buena medida se ha arraigado por la oportuna propaganda panista, pero no puede negarse que se fundamenta en la conducta y sobre todo las declaraciones de López Obrador. Puede acusarse al PAN de exagerar pero no de mentir sobre el temperamento del tabasqueño. Este comportamiento y la equívoca campaña del PRD, que estuvo íntegramente apoyada en las altas preferencias que mostraban las encuestas, están dejando desamparado al candidato. Después de meses de estar muy por arriba de sus adversarios, López Obrador no sólo se confió de su ventaja sino que dio rienda suelta a sus declaraciones que, como ha sido obvio, han revelado el poco control que tiene de sí mismo.

Otros acontecimientos se han sumado a su caída. La ausencia del debate, aunque importante, no hubiera sido tan influyente si no se hubieran presentado las malas compañías que, desde su nacimiento, el PRD ha tenido y que el mismo AMLO ha fomentado. La inesperada acción sobre los macheteros de Atenco, las recientes declaraciones de Marcos y en especial las movilizaciones de grupos como el CGH y los Panchos Villa, vuelven a mostrar la más violenta y condenable cara del PRD. Aunque lo más paradójico es que todos esos grupos no forman parte del partido sino que han sido útiles compañeros de viaje que unas veces se suman a su causa y otras, las más, actúan por su cuenta porque confían en que recibirán el apoyo y la defensa de ese partido.

Si algo ha caracterizado al PRD y a López Obrador es que siempre se han apoyado en grupos que privilegian la agitación social para obtener dudosos beneficios sociales, pero que no forman parte del PRD y sobre los cuales no se tiene ninguna forma de control. Ni el partido ha tenido interés en incorporarlos ni menos aún esos grupos en integrarse, porque ven en su independencia el principal recurso para presionar. Cada uno se mueve en función de sus intereses, colectivos y principalmente de los líderes, que no podrían alcanzarse con facilidad si dependieran de una estrategia partidaria.

Aunque se ha visto en el caso de Atenco una medida desesperada de López Obrador para detener su caída en las encuestas, lo más probable es que los macheteros actuaron por sí solos aprovechando la coyuntura electoral, la comprobada pasividad del gobierno federal y el velado apoyo del Partido de la Revolución Democrática. Si el PRD estuviera detrás de estas acciones al menos se tendría la seguridad de que es capaz de controlarlos, pero lo más grave es que tanto el caso de Atenco como las movilizaciones posteriores demuestran que estos grupos no siguen más dirección que la suya y que el PRD no tiene ninguna influencia sobre ellos. Esto es lo más delicado porque, como ha sido una costumbre en el DF bajo los gobiernos perredistas, de ser presidente López Obrador esos grupos podrían actuar libremente, incluso en contra de su administración sin que nadie pudiera detenerlos.

En los últimos tiempos se ha insistido en que con López Obrador el viejo priísmo podría reconstruirse basado en el clientelismo y el corporativismo. Los recientes acontecimientos demuestran la falsedad de esta idea porque mientras el PRI mantuvo una estructura jerárquica de obediencia que podía manejar a su arbitrio, López Obrador y el PRD solamente mantienen relaciones de colaboración, no de compromiso y por ello sus acciones pueden fácilmente escapárseles de las manos.

Una mirada a los que han salido en defensa de los macheteros de Atenco puede dar idea de la gravedad del caso: estudiantes del CGH de la UNAM, de Chapingo, de la ENAH, invasores profesionales como son los Panchos Villa y ahora Marcos y los restos de su singular guerrilla. Todos ellos se caracterizan por su alta capacidad de movilización, su fuerte tendencia a la violencia y porque mantienen una estrecha colaboración entre ellos que sólo a veces prestan al perredismo.

Quien mejor muestra el oportunismo de estas organizaciones es Marcos. Después de criticar al PRD y a sus líderes, de declarar que ese partido no representa a la auténtica izquierda y que él y los pocos encapuchados que le quedan son la única alternativa, de pronto afirma que pese a todos los indicadores en contra, el tabasqueño será presidente. Si bien para muchos esta declaración demuestra sus compromisos con el PRD, Marcos en realidad se está apoyando en los grupos más violentos que con Atenco han resurgido y que no tienen ya otra oportunidad más que cobijarse en AMLO y, sobre todo, obtener respiración artificial cuando su movimiento languidecía.

Marcos no tiene ahora nada qué perder y como lo demuestra su aparición en la televisión, está empezando a tener ganancias importantes. De la nada, vuelve a tener a los medios a su disposición, puede seguir diciendo disparates y seguirse burlando de la autoridad y la ley. Se lo debe a Atenco y a la mala fama de López Obrador, pero no pretende su apoyo. Para él, como para los macheteros y los Panchos Villa, el tabasqueño es útil, pero nunca será su líder.

López Obrador está en su peor momento. Obcecado y temperamental, sigue creyendo que retiene la delantera y que no se necesitan cambios en su campaña. Sigue mostrándose sin ideas y como víctima del sistema. Pero Atenco y el protagonismo de Marcos le han brindado a la derecha panista un extraordinario instrumento para explotar el miedo de las clases medias y de los votantes indecisos que proliferan entre ella. Y lo peor es que López Obrador no puede negar que en más de una ocasión se apoyó en ellos, los defendió y recibió su respaldo. En mal momento le aparecieron sus malas compañías. Ningún voto obtendrá de esta relación interesada y, por el contrario, sólo acentuará su caída.

Investigador de El Colegio de México

El Universal (Mexico)

 


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