Normalmente, las campañas electorales en el país han comenzado de hecho meses antes de la fecha fijada por la ley; se producía un estado de agitación política y social, de visitas de los candidatos, de asambleas, de propuestas, de modo que la proclamación oficial de los aspirantes, era solo la culminación de todo un plan de acercamiento a los votantes por parte de los candidatos y los partidos políticos.

Ahora esta actividad preelectoral se hace en tono menor, mediante intervenciones académicas, foros, entrevistas de prensa, visitas a mercados, pero sobre todo con maniobras subterráneas en busca de formar alianzas fortalecedoras, lo cual demuestra la debilidad en las que se encuentran. Este panorama es el dominante y ello probando está que no existe en la ciudadanía un ánimo predispuesto a la perspectiva de la renovación mediante las elecciones, una vez terminado el período electoral.

Decimos renovación de la esperanza por cuanto las campañas electorales tratan de entusiasmar al pueblo, atraerlo, mediante propuestas de solución a sus problemas; y cada propuesta significa un plan de trabajo para encontrar salida a las dificultades que afronta el país sumido en grave crisis.

Pero también este asunto se debe a que los partidos políticos han perdido fuerza para vincularse con el pueblo, y en algunos casos carecen de la capacidad de enfocar los problemas que más afectan a la vida nacional.

Súmese a esto el hecho de que han sobrevenido vientos de nuevas ideologías que tienden a buscar la riqueza material y el dinero, lo que ha debilitado las doctrinas que hacen posible que se sustenten ideales. Y en política, así como en toda acción humana, el ideal es indispensable, constituye una meta, para llegar a la cual es necesario abrir caminos, lo que es la esencia de la actividad política, que se reduce, en definitiva, a encontrar la fórmula para el mejor gobierno.

La actividad política en este momento se orienta más que todo a la búsqueda de alianzas, a los pactos, que inevitablemente significan acción de dar y tomar, en lo cual se sacrifica inevitablemente el bien común que es el que debe perseguir todo político.

Esta situación la capta muy bien el pueblo ecuatoriano y por eso se explica su reacción pasiva ante el compromiso cívico que tiene que afrontar en octubre; está agobiado de problemas, cuyas soluciones las requiere de urgencia, pero al parecer no se entusiasma por los discursos más o menos vagos de los políticos, en la mayoría de los cuales, desde luego, no confía.