Lo que nos debe quedar muy claro como peruanos es que el gobernante venezolano tiene un proyecto político e ideológico semejante en su logística al de Fidel Castro allá por los años 60 y 70. Consiste en usar títeres de turno latinoamericanos para generar una adhesión externa regional fusible que le permita reforzar su posición interna (las ideas vertidas en esta nota aparecieron originalmente en El Comercio - Perú).
Bastaría que el Gobierno y el Estado peruanos se dejaran pisar las puntas de los pies por Hugo Chávez para que este confunda tolerancia con debilidad.
Ya sabemos que puede ir más allá: a tratar de ponernos en el mismo saco junto con los gobernantes de Ecuador, Bolivia, Nicaragua y Argentina (cuando la candidatura presidencial de Ollanta Humala) o a provocar un congelamiento en las relaciones diplomáticas bilaterales (una piedra en el zapato para los primeros meses de Alan García en el poder).
Vemos que no ha sido ni sigue siendo fácil recomponer tales relaciones, con un embajador peruano en Caracas que apenas circula y un embajador venezolano en Lima al que desearíamos más diplomático que político.
Lo que nos debe quedar muy claro como peruanos es que el gobernante venezolano tiene un proyecto político e ideológico semejante en su logística al de Fidel Castro allá por los años 60 y 70. Consiste en usar títeres de turno latinoamericanos para generar una adhesión externa regional fusible que le permita reforzar su posición interna.
Por supuesto que el remedo castrista no tiene nada que ver con la defensa de principios marxistas leninistas reales. Su propósito es más ordinario, pero no por eso menos inteligente: apunta a agitar las banderas del antisistema. Demagógica y populistamente eso es muy rentable en América Latina y pasa por rechazar el sistema democrático que no funciona. Tampoco el antisistema trae consigo el milagro. Una vez puesto de lado el sistema democrático, como pasó con Velasco, con Fujimori y con el propio Chávez, el antisistema se instala en el poder. No nos premia con un modelo eficaz de democracia y libertades. Su alternativa es otra: la implantación de una autocracia o una dictadura, inclusive vitalicia.
Seríamos verdaderamente tontos si no supiéramos con quién tratamos al norte de Sudamérica. Y más tontos todavía si con el pretexto de cubrir nuestras deficiencias de atención estatal a la pobreza crítica, le abrimos a la dictadura chavista, mediante el ´voluntariado´ del ALBA, una potencial fuente de penetración política en nuestra sociedad, la que no va a servir, por supuesto, para asegurar la presidencia vitalicia del coronel mesiánico, pero sí para el aprovechamiento político, muy bien abonado, del candidato peruano antisistema del 2011.
No le demos, pues, manga ancha a Chávez descuidando la inclusión social, deteriorando nuestra institucionalidad, relajando nuestros servicios de inteligencia y creyendo que el ALBA es la procesión de la Virgen María por la gloria.