Lo sorprendente es que la cumbre se haya realizado sólo dos meses después de que el presidente Hugo Chávez de Venezuela anunciara que su país se retiraría de la Comunidad Andina de Naciones (CAN), creada para fomentar la integración regional, por encontrase "fatalmente herida" debido a que Perú y Colombia habían firmado acuerdos comerciales bilaterales con Estados Unidos.

Chávez esperaba contar con el apoyo decidido de Evo Morales, el presidente indígena de Bolivia, para lanzar junto a Cuba la Alternativa Bolivariana para las Américas, un proyecto de integración hemisférico que contrarrestaría la influencia de Washington en la región.

También esperaba que la elección a la presidencia en Perú del nacionalista de izquierda Ollanta Humala provocaría un giro de la política exterior de aquel país, ayudando a afianzar las perspectivas del proyecto bolivariano.

Sin embargo, Ollanta perdió la contienda presidencial frente a Alan García en Perú y el propio Morales ha dado señas de querer independizarse de Chávez, al caer en cuenta que no le conviene a Bolivia quedar fuera de un acuerdo regional con Washington, especialmente cuando las industrias de sus vecinos, como por ejemplo las textiles, tendrían acceso al mercado de la superpotencia. Es así como el gran ausente en Quito resultó ser el propio líder de la República Bolivariana de Venezuela.

La cumbre de Quito demuestra dos realidades. La primera es que el esfuerzo de Chávez por liderar una alianza hemisférica contrapuesta a Estados Unidos en vez de generar un mayor consenso en la región ha provocado nuevos conflictos, contribuyendo a su vez a un mayor deterioro de las ya frágiles instituciones regionales que fueron elaboradas a duras penas para lograr una mayor integración continental. El Mercosur ya se encontraba debilitado por las grandes asimetrías entre Brasil y Argentina por un lado y Uruguay y Paraguay por el otro cuando Chávez pidió entrar al acuerdo comercial como país asociado, exacerbando las ya difíciles relaciones bilaterales provocadas por el conflicto entre Montevideo y Buenos Aires por la construcción de las plantas de celulosa en territorio uruguayo que da al Río de la Plata. Y al retirarse de la CAN fue Venezuela, y no sus vecinos, la que le dio el golpe de gracia a un acuerdo regional que podría haber incrementado el comercio y la integración de sus países miembros.

La segunda realidad es que le es muy difícil a los países latinoamericanos visualizar un crecimiento económico sin inversión extranjera y acceso a los grandes mercados del mundo. Es preciso recordar que Estados Unidos representa un 75% de la producto de todo el continente americano. Agregando a México y Canadá se llega a mas del 85%. El resto de los países, incluyendo Brasil, producen el resto. Y como bien lo articuló Alan García durante su exitosa candidatura, no le corresponde a Venezuela impedir acuerdos que permitan a los otros países hemisféricos obtener acceso al gigantesco mercado estadounidense, especialmente cuando Estados Unidos es de lejos el principal socio comercial de Caracas en el mundo. En otras palabras y a pesar del desprestigio del gobierno de turno en Washington, Estados Unidos sigue siendo demasiado importante para el futuro económico del continente.

Esto no significa que los países debieran descuidar sus propios intereses al abrir sus economías a la competencia extranjera. Muy en particular, debieran reclamar una respuesta mas clara por parte de Estados Unidos y de Europa al tema de los subsidios y las cuotas agrícolas, que perjudica la competitividad de los productos agrícolas de la región.

Pero el libre comercio en sí no es la panacea que automáticamente va a generar mayor bienestar en un continente con grandes rezagos económicos y sociales.

Dos décadas después de la introducción de las reformas de primera y segunda generación que establecieron disciplinas macroeconómicas y reformas estructurales que llevaron a la privatización de empresas estatales, entendemos mejor ahora que el éxito económico está también relacionado al fortalecimiento de instituciones estatales, a la profundización del estado de derecho, y a prácticas políticas que incentiven la formulación de políticas públicas coherentes y responsables.

Pero también se requiere un mayor esfuerzo supranacional para integrar mejor las economías de la región. El tema energético podría ser la viga maestra de la integración, como lo fue la comunidad del carbón y acero para los europeos en la posguerra. Este esfuerzo no se logra, sin embargo, con esquemas ideologizados, demagógicos y excluyentes, sino con respuestas claras, transparentes y prácticas acompañadas de una voluntad política de cooperación que por el momento está ausente en las Américas.

Arturo Valenzuela es director del Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Georgetown en Washington, D.C. En el segundo gobierno del presidente Clinton fue director jefe de la Oficina de Asuntos Interamericanos en el Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca