Sin embargo, hoy me refiero al agua, ubicándome dentro la noción de que el mundo verá pronto su escasez; que tal carestía será motivo subyacente de guerras en el futuro.

La paradoja del agua es que siendo la sustancia más común del orbe, el 97% de ella es salada, no apta para el consumo humano. No es novel la idea que un planeta que crece en población se acerca a una crisis del agua. Por años, los conciliábulos de líderes mundiales han debatido sobre cómo conservarla, asegurando que haya suficiente para beber y para transportar nuestros residuos sólidos. Pero en un reciente foro mundial del agua, las Naciones Unidas se quejaron de que los compromisos al respecto caen en saco roto. Y de que los políticos no toman el asunto en serio. Tampoco el común de las gentes.

Bolivia es bendecida con recursos naturales, biodiversidad y recursos humanos batalladores que merecen mejor suerte, pero se asemeja a un organismo sano llevado a la debilidad extrema por parásitos intestinales: su clase política. Tiene su propia paradoja del agua: aunque está entre las primeras potencias mundiales de recursos acuíferos, gran parte de su población no sabe lo que es agua por cañerías, menos aún el agua potable, que no es lo mismo.

Hace poco en Cochabamba se tramitó una controversia innecesaria. A la decisión timorata de construir la represa de Misicuni con una altura de 85 m., fueron varias las voces que terciaron en alegatos, hasta que primó la decisión del Prefecto de elevarla y luego el Colegio de Ingenieros se impuso con los 120 m. de altura que se construirán, para que la presa tenga futuro y rinda agua potable, agua para riego y energía eléctrica.

Puede que lo que queda de vocación agrícola de lo que fuera el granero de Bolivia se juegue en tal acertada decisión. Sin embargo, al futuro del agua para riego, se le viene encima la plaga de los vivillos aprovechadores de tierra ajena, que el gobierno apadrina en tanta agrupación de “Los Sin”. Escaso futuro tendrá la agricultura intensiva valluna, si se socapan a los invasores de terrenos. Cínicamente, uno reconoció el otro día que tenía tierras en Potosí, pero ‘quería un terrenito en Cochabamba, para descansar pues…’

Más aún, en el anunciado rol rector y actor del Estado, en las esferas de actividad vinculadas con el aprovechamiento de sus recursos naturales, la piedra en el camino es la plebe que el gobierno actual aprovechó para encaramarse en el poder y ahora debe aplacar gobernando demagógicamente a su favor. Pertinente es el caso de ‘guerras del agua’, que aparte de encumbrar mariscalillos, ha condenado a muchos a beber y asearse con agua de piscinas, transportada en cisternas y vendida por turriles.

En tal contexto, es difícil generar, menos aplicar, una política coherente del agua en Bolivia. Reconocer que es un bien público de imperiosa necesidad, pero que accederle por cañería y tratarle para que sea potable es cosa de inversiones cuantiosas. Bien se podría combinar la conducción por ducto de agua potable en pueblos y ciudades, con la distribución domiciliaria de gas natural, enlistando el aporte de mano de obra comunitaria para abaratar las inversiones y generar empleo. Pero se opta por la cachaña mañosa con organismos internacionales de financiamiento, sin idear escalas progresivas de cobros a todos de acuerdo al nivel de ingresos. Más rédito político genera marchar con banderas a la frontera chilena, en vez de estudios que aíslen ductos, midan flujos y fijen montos a cobrar por el agua de manantiales del Silala.

La reducción en cumbres nevadas de los Andes orientales es parte del fenómeno de la desaparición de los glaciares que trae, inexorable, el calentamiento gradual del planeta. ¿No es tiempo de otear hacia el futuro y proyectar la conservación del agua en reservorios, antes de que siga escurriéndose hacia el Atlántico? ¿Por qué no sembrar el gas en energía hidroeléctrica, en proyectos que aprovechen la caída abrupta de nuestra Cordillera Real hacia la cuenca amazónica? En lugar de alienar a las transnacionales, bien podrían interesarlas en invertir tecnología y dineros para sembrar el gas. Si se fijan en mapas de los países avanzados, donde su progreso viene ligado a la generación de energía, tienen lagos artificiales parecidos a lagartijas gigantes. Son los reservorios de sus usinas hidroeléctricas.

En Bolivia tenemos 50.000 MW de potencial hidroeléctrico solo en la cuenca del río Beni. Ahí está el Angosto del Bala. Nada con que afectaría el Parque Madidi: se anegaría un porcentaje menor de sus montes, compensado con creces por los ingresos turísticos de un mar interior. Y el mayor control de sus depredadores solo es posible con recursos que generaría la industria sin chimeneas.

Allende un río Beni controlado de sus coletazos anuales, está el proyecto, ahora solo brasileño, de las hidroeléctricas del río Madeira. El Bala haría posible navegar desde Palos Blancos hasta Riberalta; de allí, sorteando esclusas que vadearan sucesivas usinas hidroeléctricas en cachuelas de Bolivia y Brasil, llegar al Atlántico por el río Amazonas. Y la energía eléctrica generada equivaldría a la mitad de Itaipú, o mais grande do mundo, antes de que China domara el río Yangtzé y construyera el complejo hidroeléctrico Tres Gargantas, de 18.200 MW de potencia.

Por eso batí palmas con el anuncio gubernamental de resucitar ENDE, que espero ahora sea la Empresa Nacional de Energía. Ojalá recupere su excelente manejo técnico. Y también su inmunidad al manoseo politiquero que llena de supernumerarios e incapaces a las entidades del Estado.

*Winston Estremadoiro es antropólogo.