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22/09/2007 | Los yanquis son ahora cariocas

Winston Estremadoiro

Mucha tinta ha corrido sobre el calificativo 'yanqui', pero no se puede negar que es simplismo que concentra encono hacia los gringos. En Estados Unidos, para los sureños que perdieron la guerra civil, yanquis son los norteños que la ganaron.

 

Otro simplismo antipático debe ser para brasileños que los tilden de cariocas, gentilicio reservado para oriundos de Río de Janeiro, otrora capital del gigante Brasil. Fue antes de resolver con la Brasilia de Kubitschek y Niemeyer, parte de las tensiones regionalistas entre Sampa y Jíu, entre el nordeste hambriento y el sudeste que come churrasco.

Se me cruzaron por la mente estas disquisiciones, con el artículo de Rubens Ricupero, Os ianques somos nós, (Los yanquis somos nosotros), en la Folha de São Paulo. Un maduro Ricupero que no es ningún tirifilo, neologismo con que denuesto el intelecto a medio cocer, sostiene que la eruptiva de radicalismo que ha brotado en América Latina, como pasajera varicela de la que hay que tomar recaudos para que no deje cicatriz, está haciendo “que Brasil despierte a la verdad de que en algunos países los yanquis son ellos”. Ejemplo es Bolivia, donde el docto brasileño apunta el origen de la epidemia, aún si en mi criterio las bacterias vinieron del caraqueño Palacio de Miraflores.

“La tendencia irrumpió con estruendo el 1º de mayo del 2006, con el anuncio de la nacionalización del gas y de las refinerías de la Petrobras en Bolivia”, dice. Desde entonces, los mordiscos del pichicho al mastín no han cesado: “expulsión de una siderúrgica privada, anulación de contrato con una constructora, amenazas a hacendados brasileños, alusiones irreflexivas al pasado del Acre, oposición a la construcción de hidroeléctricas en el río Madera, quejas contra el trato a inmigrantes bolivianos, multas millonarias a la Petrobras por delitos negados por la empresa”.

Acota Ricupero que en algún agravio tiene razón el Gobierno boliviano. La siderúrgica en base a depredador carbón vegetal, que se mudó a Mato Grosso do Sul, fue crimen ambiental censurado por las autoridades bolivianas, “más celosas del medio ambiente que las nuestras”. Yo pensaba que eran banales las fallas técnicas con que el Gobierno justificó rescindir contrato a la empresa de la carretera Tarija-Potosí. Luego un consultor brasileño, que vino a Bolivia de una Venezuela de Chávez retratada como epítome de corrupción, me ilustró que las contravenciones de la constructora brasileña eran reales. Quizá en otro país el contratista las hubiera evitado, pero que en Bolivia mis compatriotas tienen complejo de yanquis imperiales, comentó.

Hablando de yanquis brasileños, si se dijo “pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos”, se podría lamentar que la pobre Bolivia, tan lejos de Dios y tan cerca de Brasil, recién mereció atención del vecino, cuando éste asumió que la pobretona a la que abraza como oso en extensa frontera, está en el camino de los corredores de exportación hacia el Lejano Oriente; es la opción menos onerosa para suplir de energía limpia a ese motor industrial que es el estado de São Paulo.

¿Qué miopía de prospectiva diplomática hizo soslayar lo conflictivo que sería Brasil copando gran parte de las reservas de gas bolivianas, sin un efectivo, y agresivo, proceso de acercamiento entre los dos países? Porque aparte de mal cocidas referencias de Evo Morales sobre el Acre, en Bolivia cala hondo que mariconadas futbolísticas brasileñas estén detrás de excluir al país por la altura. Escarban la historia de bandeiras paulistas en procura de esclavos; amenazas de invasión que el ejército colombiano del Mariscal Sucre jaqueara; trabas a la navegación en las cuencas del Plata y del Amazonas; políticas de avance hacia el oeste; el ultimátum del Barón de Rio Branco en el Acre; la doctrina de fronteras móviles. Dirá alguno que para Brasil fue tiempo pasado de mirar hacia Europa, de emular a los yanquis en su trato displicente del traspatio sudamericano.

Sin embargo, hoy parece que han cambiado los contextos sin que cambien las actitudes. El profesor Ricupero lamenta que aprendices de hechicero mandan en la diplomacia brasileña, que “favorecieron el ascenso de Chávez y Morales y estimularon nuevas agresiones por su incapacidad de defender los derechos nacionales”. Los efectos son dobles. Por un lado, debilitan “las condiciones propicias para proyectos de integración energética, y hasta los existentes corren peligro”. Por otro, “una región vital, la única de nuestra influencia directa, se convirtió en campo minado. La diplomacia en la región no funciona y hace aguas por todo lado”.

Creo que tales conclusiones pecan de inmediatismo. Brasil necesita hacer de tripas corazón a los agravios reales o imaginarios, y como potencia regional hacer apostolado de un rol proactivo. Sin dejar de lado previsiones de suministro energético alternativo, en vez del box entre un enano y un gigante, Brasil debe asumir que la relación energética con Bolivia no cesará en tener ventajas comparativas. Igual que la conveniencia geográfica, crucial para algunos de sus estados interiores, de cruzar América del Sur por la cintura, camino a los mercados del Pacífico. Son condicionantes que sustentan el imperativo de ayudar al progreso de Bolivia, que sin ser país tapón, sino bisagra, es el más pobre del entorno brasileño.

Urge despejar cargados aires bilaterales, aún fuera a nivel departamental. Que Brasil tome la iniciativa, ya que el Gobierno boliviano anda ebrio de quimeras étnicas y petrodólares de Hugo Chávez. No será para siempre. Bolivia debe ser amiga especial y si de Brasilia dependen sus constructoras y Petrobras, bien puede incentivar e incrementar proyectos de interés binacional sin dolo. Es más visionario que dar la espalda y desertar el campo de la hegemonía regional sin dar batalla.

*Winston Estremadoiro
es antropólogo.
winstonest@yahoo.com.mx

La Razón (Bo) (Bolivia)

 



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