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02/08/2006 | Para un acuerdo a la crisis del Líbano, recuérdense las negociaciones de 1983

John Hughes

El Líbano es un campo de batalla. Soldados israelíes enzarzados en combate con militantes árabes. Aviones israelíes bombardean Beirut. Los refugiados deambulan para escapar. Siria e Irán manipulan.

 

¿2006? No, 1983, cuando imperaban condiciones casi idénticas. Estados Unidos intentaba resolver el conflicto. Yasser Arafat y sus guerrilleros de la Organización para la Liberación de Palestina habían sido persuadidos de salir de Beirut a través del mar. Pero las fuerzas israelíes ocupaban el sur de Líbano al tiempo que las tropas sirias ocupaban el noreste.

El Secretario de Estado George Shultz, cuyo portavoz era yo, había sido asignado por el Presidente Reagan para sacar a las fuerzas israelíes del sur, mientras se suponía que Arabia Saudí y otros países árabes iban a persuadir a los sirios de retirarse del Norte. Liberado de la intervención exterior, el Líbano tendría la oportunidad de vibrar y prosperar. Esa era la esperanza.

Así comenzó lo que para Shultz y su equipo fue un constante ir y venir aéreo sin final entre Jerusalén y Beirut, con viajes relámpago adjuntos a Damasco, Ammán y Riyadh. Principalmente nuestras negociaciones tenían lugar con Amin Gemayel, que sucedía a su hermano Bashir, asesinado, como presidente del Líbano, y con el Primer Ministro de Israel Menachem Begin, y sus respectivos ministros de exteriores y ayudantes. Pero también nos reunimos con el Presidente de Siria Hafez al-Assad, el Rey Hussein de Jordania y el Rey Fahd de Arabia Saudí, en ocasiones saltando de, y a, diversas capitales en avión en un solo día.

Fue una diplomacia agotadora, avivada por el drama en ocasiones. Cuando pasamos la noche una vez en la residencia del embajador norteamericano en Beirut, facciones en conflicto enviaron misiles sobre el tejado de la residencia, haciendo que el Presidente Reagan enviase un cable a Shultz: "George, agacha la cabeza".

Finalmente los israelíes estuvieron de acuerdo en un plan para retirarse, y el Líbano ingresó en el inestable camino hacia la esperada independencia y democracia.

Pero adelante 23 años hasta el 2006, y volvemos al punto de partida. Hezbolá ha emergido y tomado el control del sur del Líbano sin temor a ser expulsado por el ejército o el gobierno libaneses. Ha atacado Israel con misiles. Las fuerzas israelíes han respondido, bombardeando zonas de Beirut e ingresando en el Líbano para destruir las fortalezas y los polvorines de Hezbolá suministrados por Irán y transportados a través de Siria. Un cuarto de siglo después el Líbano es de nuevo atormentado por la violencia entre árabes e israelíes, que ha mostrado pocas posibilidades de acceder.

Una pequeña fuerza de Naciones Unidas, UNIFIL, lleva estacionada a lo largo de la frontera libanesa-israelí desde 1948, pero está impotente ante una lucha tan feroz como la que hay actualmente en marcha entre Israel y Hezbolá.

El Secretario General de Naciones Unidas Kofi Annán ha sugerido insertar en el sur del Líbano una fuerza pacificadora internacional mayor, pero hay problemas a esto. En primer lugar, necesita haber un alto el fuego antes de que tal fuerza pueda estar en funcionamiento. En el momento de este escrito, un alto el fuego no es sino una esperanza distante.

En segundo lugar, aunque los pacificadores de la ONU han hecho un trabajo noble en diversas partes del mundo, normalmente están armados con armas ligeras y están pensados solamente para mantener el orden entre facciones que han luchado hasta una tregua. No están equipados con el armamento pesado necesario para poner fin a una guerra en marcha entre adversarios bien armados. Como sabemos de la experiencia de la ONU en los Balcanes, si la misión es realmente detener una guerra en marcha, lo que se necesita es una fuerza de lucha con artillería, tanques y aviación, algo que la OTAN, más que la ONU, está mejor cualificada para llevar a cabo. Israel ha mostrado cierto interés.

Que esto sea algo en lo que Estados Unidos pueda, o deba, participar es dudoso. El ejército norteamericano está completamente desplegado en Irak y por motivos políticos no debería involucrarse en operaciones entre árabes e israelíes. Por los mismos motivos políticos, los contingentes nacionales en tal fuerza tendrían que ser elegidos escrupulosamente. Incluso naciones aceptables tanto para árabes como para israelíes podrían rechazar un servicio tan poco envidiable como intentar mantener separados a dos bandos que han estado enfrentados durante décadas.

La verdadera solución a la presente crisis del Líbano es la que Shultz intentó lograr hace 23 años. Los israelíes se retiraron del sur del Líbano, pero Siria continúa entrometiéndose en la política libanesa. Irán suministra misiles y otro armamento a Hezbolá, una facción militante que amenaza a Israel. Esa facción, como ha exigido la ONU sin éxito, debería ser desarmada.

El Líbano ha dado pasos sustanciales últimamente hacia la democracia y la independencia de Siria. Se merece algo mejor que ser arrastrado de nuevo al caos por las acciones de un grupo terrorista como Hezbolá.

John Hughes fue asistente del Secretario de Estado para Asuntos Públicos y portavoz del Departamento de Estado de la administración Reagan.

El Reloj (Israel)

 


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