El poder de la educación femenina es el talón de Aquiles de los talibanes. Ellos lo saben bien; ojalá lo supiera el gobierno estadounidense. La historia de Sultana, una joven paquistaní autodidacta que desea estudiar en los Estados Unidos.
De todos los estudiantes que se están preparando para
ir a la universidad este otoño, quizá ninguno haya tenido una jornada más
peligrosa que una muchacha a la que llamaremos Sultana. Una indicación del
peligro es que no quiero mencionar ni su nombre ni la ciudad donde vive, por
miedo a que la vayan a asesinar.
Sultana vive en el corazón del territorio talibán en
el sur de Afganistán. Cuando estaba en quinto año de la escuela, una delegación
visitó su casa para advertir a su padre que la sacara de la escuela para que no
le fueran a arrojar ácido en el rostro. Desde entonces, ha estado básicamente
recluida en la finca amurallada de su familia, donde ha estudiado por sí misma,
en secreto y corriendo grandes peligros.
“Soy imparable”, dice riendo Sultana. Y es verdad.
Aprendió inglés por sí misma, leyendo periódicos y revistas que sus hermanos
ocasionalmente llevaban a casa, junto con un diccionario pashtún-inglés que
prácticamente se aprendió de memoria. Cuando su padre, que es empresario,
conectó su casa a internet, ella pudo saltar por encima de los muros del
recinto.
“Yo me rodeaba de inglés todo el día”, me comentó por
Skype. Actualmente, su inglés es fluido, tan bueno como el de algunos
intérpretes afganos que he contratado.
Una vez que dominó el inglés, relata Sultana, abordó
el álgebra, después geometría, trigonometría y finalmente cálculo avanzado. Se
levanta como a las 5 de la mañana y se devora los videos sobre cálculo de la
Academia Khan, resuelve ecuaciones e incluso lee sobre la teoría de las cuerdas.
Actualmente de veinte años de edad, Sultana dice que
sale de su casa solo cinco veces al año -siempre llevando la burqa y escoltada
por un familiar varón- pero en línea ha estado leyendo libros de física y
tomando clases en edX y en Coursera.
No pude verificar independientemente todo lo que dice
Sultana pero, en términos generales, toda su historia concuerda. Después de
leer un libro de astrofísica de Lawrence M. Krauss, físico teórico de la
Universidad Estatal de Arizona, ella se comunicó con él por Skype. Él dice que
quedó asombrado cuando esta muchacha afgana, que no terminó ni la escuela
primaria, empezó a hacerle agudas preguntas sobre astrofísica. “Fue una
conversación increíble”, afirmó Krauss. “Ella hizo preguntas muy inteligentes
sobre materia oscura”.
Krauss se convirtió en uno de los defensores de
Sultana, junto con Emily Roberts, estudiante en la Universidad de Iowa que se
inscribió en un programa de idiomas llamado Intercambio Conversacional, y así
se conectó con Sultana.
A través de Skype, Emily y Sultana no tardaron en
hacerse amigas y pronto estaban platicando todos los días. Conmovida por el
sueño de Sultana de ser profesora de física, al parecer inalcanzable, Emily
empezó a investigar qué se necesitaba para que Sultana estudiara en los Estados
Unidos.
Con ayuda de Emily, Sultana fue aceptada en un colegio
comunitario de Iowa, con el compromiso de la Universidad de Iowa de recibirla
como estudiante de transferencia un año después. Emily inició un sitio Web,
letsultanalearn.com, para recaudar dinero para los estudios universitarios de
Sultana.
Sultana nos recuerda que el mayor recurso no
aprovechado en todo el mundo no es el oro o el petróleo, sino la mitad femenina
de la población. Virginia Wolf escribió que si Shakespeare hubiera tenido una hermana
igual de talentosa que él, ella nunca hubiera podido florecer. Bueno, pues
Sultana es como la hermana de Shakespeare. Sin embargo, también está claro que
internet también puede cambiar la situación en ciertas ocasiones.
La familia de Sultana ve con desconfianza su pasión
por aprender pero tiene que rendirse ante su determinación. “Mi mamá dice que
todo el mundo va a hablar de una chica soltera que se va al mundo cristiano”,
afirma. “Pero yo me muero antes de que me detengan”.
Por desgracia, Estados Unidos no ayuda. El mes pasado,
la embajada estadounidense en Kabul rechazó su solicitud de visa de estudiante.
Eso sucede muchas veces: jóvenes brillantes son aceptados por las universidades
estadounidenses pero después se les niega la visa pues, según las leyes
migratorias de Estados Unidos, están considerados un riesgo.
Además, como musulmana, Sultana también estaría
impedida de entrar dada la prohibición propuesta por Donald Trump contra los
musulmanes. Cuando le pregunté qué pensaba de Trump, lo único que respondió,
con una digna calma, fue: “Él piensa que todos los musulmanes son malos. Eso es
doloroso”.
Michelle Obama ha presionado con una impresionante
campaña llamada Que Aprendan las Niñas, pero el gobierno de su marido no parece
tan entusiasta y el Departamento de Estado sistemáticamente niega visas que
permitirían que las niñas aprendieran efectivamente. Estados Unidos gasta miles
de millones de dólares combatiendo el terrorismo haciendo explotar cosas; yo
quisiera que entendiera que, en ciertos casos, el arma más efectiva contra los
terroristas no son los drones sino los libros en manos de las mujeres.
Los talibanes lo saben bien. Es por eso que sus
miembros le dispararon en la cabeza a Malala Yousafzai. ¡Si tan solo el
gobierno estadounidense tuviera la claridad que tienen los talibanes sobre el
poder de la educación femenina en la transformación de las sociedades!
Sultana ahora pasa sus días trabajando en ecuaciones
de cálculo, escuchando a Bon Jovi y haciendo sus quehaceres domésticos mientras
escucha la BBC o audiolibros de autoayuda. También resulta que es inveterada
lectora de The New York Times y está suscrita a mi boletín de correo
electrónico. Ahora está encaminándose hacia lecturas más serias: La “Crítica de
la razón pura”, de Kant.
Sultana ahora tiene otra cita para sacar su visa, el
13 de junio. No será ella la que se someta a examen sino la política misma de
los Estados Unidos. Ya
les diré lo que suceda.
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