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16/04/2017 | Afganistán: bombardear sin una estrategia

Ahmed Rashid

Este país se convierte en un nuevo campo de pruebas para un arma de destrucción masiva

 

Desde que asumió el poder, el presidente Donald Trump apenas ha mencionado, y mucho menos debatido, el tema de Afganistán, un país que lleva en guerra casi medio siglo, el conflicto más largo en el que se ha visto involucrado el ejército de los Estados Unidos, y que tiene la particularidad de haber sido bombardeado por soviéticos y americanos.

Ahora Afganistán se enfrenta a un nuevo horror, el de convertirse en campo de pruebas de lo que sólo se puede definir como un arma de destrucción masiva. La tarde del 13 de marzo Trump finalmente rompió su silencio sobre Afganistán, pero no para hablar de su estrategia allí, sino para lanzar una monstruosa bomba, el GBU-43, conocida también como la 'Madre de Todas las Bombas'.

Esta bomba de 9.797 kilos lleva otros 5.000 de potentes explosivos, y es el dispositivo no nuclear más potente nunca usado. Su onda expansiva rebasa los 1,5 kilómetros.

El objetivo, según funcionarios estadounidenses, era un entramado de cuevas y túneles en un valle de 40 kilómetros de largo en el distrito de Achin, provincia de Nangarhar, cerca de la frontera con Pakistán. Durante los últimos dos años el IS ha convertido esta zona en su base de operaciones en Afganistán, y ha ocupado docenas de pueblos.

Periodistas afganos presentes en el terreno que me piden no ser identificados me explican que las Fuerzas Especiales de Estados Unidos allí desplegadas les impiden el acceso al valle. Antes del bombardeo, el IS y las fuerzas afganas combatieron duramente en esa zona durante casi dos semanas. El domingo, un soldado de las Fuerzas Especiales de los Estados Unidos, el sargento Mark R. De Alencar, de 37 años, murió cerca de allí.

Funcionarios locales afganos han asegurado a la prensa que las cuevas y los túneles servían de refugio al IS durante los enfrentamientos armados. Y que la frustración llevó a militares afganos a pedir ayuda a la aviación norteamericana. El general Dawlat Waziri, un portavoz del Ministerio Afgano de Defensa, señaló que los primeros informes apuntaban a 36 terroristas muertos y tres grandes cuevas destruidas.

Parece un resultado modesto teniendo en cuenta la potencia del fuego utilizado. Sin embargo el General John Nicholson, jefe de las fuerzas combinadas de la OTAN y Estados Unidos en el país, afirmó ante los periodistas en Kabul que "era el arma adecuada para el objetivo adecuado". Funcionarios americanos aseguran que la mayoría de los civiles habían huido de la zona días antes, extremo que no puede ser verificado. Habitantes de pueblos a varios kilómetros de Achin afirman haber oído y luego sentido la explosión.

Sin embargo, sin estrategia política ni diplomática en mente, el bombardeo parece más de lo que hemos visto en Siria, Irak, Yemen y Somalia -salvo por su intensidad-, un importante aumento de la militarización de la política exterior de Estados Unidos.

Trump ya ha dejado claro en qué consiste esta política. "Tenemos el ejército más grande del mundo", fueron sus palabras tras el ataque. "Le hemos dado total autorización y así están actuando, y, francamente, por eso han tenido tanto éxito últimamente".

Esto es claramente lo que está sucediendo en Yemen y Somalia, donde el ejército cuenta ahora con zonas de fuego libre donde atacar cualquier objetivo que desee sin atender a las posibles bajas civiles. En Irak y Siria las víctimas no militares han aumentado dramáticamente desde que Trump fuera investido presidente, pues el ejército cuenta ahora con mayor autoridad para atacar objetivos a su voluntad. Airwars, un grupo que monitoriza los bombardeos, afirma que las muertes de civiles se han duplicado de febrero a marzo (pasando de 1.782 en febrero a 3.471 en marzo).

Una estrategia de bombardeos tan indefinida se ha cobrado un alto precio tanto en las filas amigas como enemigas. A mediados de abril, y en uno de los peores incidentes de fuego amigo hasta la fecha, un ataque de drones estadounidenses atacó en el norte de Siria mató a 18 miembros de las Fuerzas Sirias Democráticas, un grupo rebelde aliado con occidente.

A pesar de que todavía representa una amenaza a nivel global, para el gobierno de Afganistán el IS no es la peor de todas. Funcionarios afganos y estadounidenses calculan que el número de terroristas del IS en el país no supera los 700. Más bien son los talibán, que controlan aproximadamente un tercio del territorio, y que han llevado a cabo ataques con víctimas mortales en grandes ciudades recientemente, los que tienen la capacidad de desbordar a las fuerzas gubernamentales afganas en varios puntos este verano.

El presidente Ashraf Ghani se enfrenta a crisis en múltiples frentes además del talibán; una economía que se desmorona, decenas de miles de refugiados huyendo del país, una importante crisis política en Kabul, y un ejército plagado de incompetencia y corrupción.

Hace tiempo que Ghani pide a Estados Unidos que se concentre en impedir que los países vecinos sirvan de refugio a los talibán, principalmente Paquistán, pero ahora también Irán y Rusia. Ghani también ha insistido en que Estados Unidos le ayude a presionar a Paquistán para que fuerce a los talibanes a entablar conversaciones de paz con el gobierno de Kabul.

Tales problemas políticos requieren que Estados Unidos lidere un profundo diálogo en el propio Afganistán, y que ponga en marcha su maquinaria diplomática con los países fronterizos, algo pendiente desde los años de la Administración Obama. Nada indica que Trump vaya a asumir estos desafíos políticos.

Esta semana se abrirán dos nuevas vías diplomáticas. Por un lado, la primera visita a Kabul de un funcionario Senior de Trump, el Consejero de Seguridad Nacional Teniente General H.R. McMaster, que mantendrá conversaciones con Ghani. La segunda es una iniciativa rusa por la que Moscú se reunirá con 11 países vecinos (Afganistán, China, Irán, Paquistán, India, y las Repúblicas de Asia Central) para tratar la paz y la reconciliación en Afganistán. Estados Unidos declinó la invitación a participar.

Para muchos americanos las repentinas muestras de poder de Trump en Siria y Afganistán reflejan una estrategia fuerte y sólida. Pero lo cierto es que el uso excesivo de la fuerza sin un plan de diplomacia posterior ni para tender puentes refleja más bien una total falta de estrategia e incluso la incapacidad para diseñarla. En un mundo cada vez más polarizado, los ejércitos siguen teniendo una capacidad limitada para cambiar la realidad en el terreno.

El Mundo (España)

 



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