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06/11/2018 | Opinión - Populismos que van, populismos que vienen

Carlos Salvador La Rosa

El auge democratizador en América Latina y en Europa del este durante los años 80 y 90 del siglo XX, hoy vive un tiempo de declive porque las raíces de los nuevos regímenes son más débiles que las de los países desarrollados. Sin embargo, de un modo u otro el cuestionamiento a la democracia abarca a todos los países, en tanto crítica a la política en general como modo de resolver conflictos.

 

Sólo muy pocos, entre ellos China,  pueden escapar a esa reacción popular. Es que en ese gran país les está permitido a todos enriquecerse pero a nadie, excepto a una pequeña elite, hacer política. Además, China sigue siendo la gran beneficiaria de  una globalización que a casi todo el resto del mundo por ahora le causa más problemas que beneficios, por no poder incorporar grandes porciones de sus poblaciones a la misma, quienes la sufren.

Pero hasta ahora, la respuesta a esa incapacidad de la política para ponerse al frente de la evolución, conducirla y bajar sus beneficios a los pueblos no condujo a un cambio de sistema sino a la deformación del existente. A democracias con poca fe en sí mismas. A democracias populistas. 

El neoliberalismo por derecha y su respuesta por izquierda, la socialdemocracia liberal, tuvieron su auge en los años 90 pero volaron por los aires con la crisis mundial de 2008. Desde entonces el populismo, que era una minoría intensa, comenzó a transformarse en mayoría como expresión de la bronca con la política democrática que no satisfizo las expectativas. Aunque en América Latina el populismo precedió varios años a la crisis económica. Sólo que como adoptó una versión de izquierdas se lo creyó más un socialismo que un populismo, aunque fue el precedente y, de algún modo, el causante de la moda Bolsonaro.

Todo populismo, vale decir, toda desviación demagógica de la democracia, transforma los sentimientos de indignación popular frente a problemas realmente existentes, en su solución. Ante la lógica indignación de la muchedumbre frente a un crimen atroz, propone la pena de muerte. Si los precios aumentan desmedidamente, queda la recordada imagen de Hugo Chávez recorriendo comercios al grito de “¡Expropíese!”. En vez de proponer una política inmigratoria racional para frenar el odio del nativo hacia el extranjero, lo que postula es incrementar ese odio. Los gobiernos populistas jamás se equivocan, porque la culpa de algo que sale mal siempre es de otros: el imperialismo yanqui y la oligarquía para los chavistas y kirchneristas; el imperialismo chino y el establishment liberal para los trumpistas; y aunque un tanto demodé, los rojos, los comunistas (como llaman a Lula y el PT) para los bolsonaristas. 

Todo populismo siempre propone que el futuro sea una reconstrucción del pasado. Pero como los pasados históricos son muy diferentes en cada país, más allá de sus características comunes, cada populismo responde a una situación particular.

Los De Europa del este quisieran recuperar algo de la seguridad perdida al caer el régimen comunista, pero sin caer otra vez en el totalitarismo. O sea, un fascismo a medias, que es la política de los que los gobiernan. 

Los rusos aspiran a reconstruir la grandeza rusa; no quieren volver al comunismo, pero sí a la vocación imperial que la tuvieron tanto los zares como Stalin. Y hoy la tiene Putin.

En EEUU el populismo expresa a una de sus mitades. Porque hoy hay dos EEUU: el costero que se globalizó más que nadie en el mundo y el interior que sufre la globalización porque no puede pagarla. Los primeros, ciudadanos del mundo, ignoran a los segundos y los segundos quieren volver atrás porque le echan la culpa de sus males a la globalización que les quitó el trabajo. Y los desempleados o empobrecidos, más que trabajos nuevos para los que no se sienten preparados, quieren volver a los viejos, aunque ya no existan más. Pero los demagogos le prometen devolvérselos haciendo que lo que se produce afuera se vuelva a producir adentro. Y si el populista no lo logra, primero le echará la culpa a los inmigrantes, luego a China, después a los demócratas que no lo dejan gobernar y por siempre a la prensa libre, la principal obsesión de todo populista que se precie de tal.

En América Latina las cosas son distintas porque venimos de un tiempo donde el populismo de izquierda impregnó hegemónicamente la cultura política del continente. Y entonces, más que un cuestionamiento a la democracia liberal como ocurre en los países desarrollados de Occidente o a la débil democracia postotalitaria como acontece en Europa del Este y Rusia, por nuestros pagos el enjuiciado es el bolivarianismo, el kirchnerismo, el lulismo, o como se lo quiera llamar.

Y en lo esencial la reacción se debe a cuatro grandes demandas sociales frente a las cuales no sólo el populismo de izquierda sino en general todo progresismo tiene enormes dificultades para ofrecer alguna respuesta. Nos referimos a la inseguridad, la corrupción, el orden y la inmigración. 

Para esta concepción ideológica la inseguridad sólo se combate cambiando el sistema capitalista porque su causa es la injusticia social. El orden y la represión son por definición autoritarios, por lo cual siempre son de derecha. Las acusaciones de corrupción son las excusas con las que la derecha oculta la verdadera corrupción (que es el capitalismo en sí mismo) para atacar a los gobiernos populares con acusaciones que o bien son inventos o son “menores” comparadas con corrupción la estructural del sistema. Y las políticas inmigratorias son sólo productos de la xenofobia.

Así, mientras la sociedad en su inmensa mayoría se siente asolada por la inseguridad por abajo y la corrupción por arriba, el populista de izquierda les dice que esperen a que llegue la revolución para mejorarlos, pero que por ahora no toquen nada porque los delincuentes son pobres víctimas del sistema y los corruptos son perseguidos políticos que tienen que robar un poco para que la oligarquía no vuelva y se robe todo. 

Entonces, frente a esas abstracciones que en nada mejoran la vida de nadie, la población busca alternativas por el lado contrario. Y allí está esperando el populista de derecha para decir que lo arreglará todo con mano dura, represión indiscriminada, elogio de las dictaduras y odio al inmigrante. 

A veces la culpa no es del chancho sino de quien le da de comer.   

Los Andes (Argentina)

 



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