El Salvador, Nicaragua, Guatemala y
Honduras fueron zonas calientes para el periodismo internacional en la
década de los ochenta. Los enviados especiales aterrizaban en ellas para
escribir sobre las revoluciones armadas de izquierda que estaban
surgiendo y todo lo que Estados Unidos hacía para evitar que
prosperaran. Una vez terminó la Guerra Fría y la mayoría de estos países
llegaron a acuerdos de paz, el foco de atención se desplazó hacia otros
lugares del mundo. Centroamérica se quedó sola tratando de encontrar la
manera de reconstruirse democráticamente sin muchos fondos,
instituciones sólidas o grandes liderazgos políticos.
Fue entonces cuando apareció El Faro,
un medio digital pequeño e independiente, fundado en 1998 por un grupo
de periodistas aguerridos y talentosos, en su mayoría hombres, que se
han hecho un nombre escribiendo sobre las pandillas: la Mara
Salvatrucha-13 y el Barrio18. Más allá de su reportería a fondo sobre
las maras, El Faro se ha convertido en referente del buen periodismo
frentero y promotor del debate público en la región. El Foro-CAP, que
organizan cada mayo desde 2010, ha sido fundamental en ese propósito.
Este año, las conversaciones giraron
en torno a una idea con múltiples significados: sociedades en
movimiento. Además de las conferencias y paneles de discusión que
exploraron el tema desde diferentes perspectivas -con la ayuda de más de
sesenta invitados especiales- el Foro-CAP organizó talleres de
capacitación que abordaban desde la investigación en entornos
desafiantes, pasando por el periodismo con enfoque de género y la
ilustración gráfica. También hubo conciertos de hip-hop y música
clásica, graffiti en las calles y exhibiciones de fotos e ilustraciones
en galerías locales. Más de 3500 personas, la mayoría centroamericanos,
disfrutaron de todas las actividades realizadas entre el 13 y el 18 de
mayo en San Salvador.
El desastre migratorio
La periodista estadounidense Julia
Preston fue una de esas corresponsales extranjeras que cubrieron la
guerra en El Salvador. Luego continuaría escribiendo sobre miles de
hombres y mujeres de la región que han huido hacia los Estados Unidos
como inmigrantes indocumentados. Desde que llegó al poder, el presidente
Donald Trump los ha señalado como “violadores” y “delincuentes”. (Pero
como lo demostró este análisis reciente de los colegas de Preston en The Marshall Project no existe una relación directa o correlación entre los inmigrantes sin papeles y el crimen en ese país.)
La “crueldad planificada”, así fue como Preston catalogó la decisión del gobierno de Trump de cancelar el Programa de Protección Temporal
para unos 200,000 salvadoreños que llevaban más de 20 años viviendo en
los EE. UU. La periodista habló sobre éste y otros temas relacionados
con Carlos Dada, uno de los fundadores de El Faro, frente a miles de
personas que llenaron el teatro Fepade para la charla inaugural del ForoCAP.
Preston no se quedó hasta el final
del foro. Si lo hubiera hecho tal vez se habría encontrado con el fiscal
general de Estados Unidos, William Barr, quien se registró en el mismo
hotel donde nos alojábamos la mayoría de los periodistas. Le ofreció una
entrevista exclusiva
a Fox News sobre cómo el Departamento de Justicia está combatiendo la
violencia de las pandillas en la región, que considera una amenaza para
los EE.UU.
La discusión sobre la migración y
cómo informar sobre ella continuó a lo largo de los días con periodistas
de televisión y video como Marcela Gaviria de Frontline y Almudena Toral, de Univision.
Ambas están tratando de descubrir cómo contar esta historia para
audiencias más interesadas en series de Netflix y en sus documentales,
que no siguen las mismas reglas éticas ni los estándares de rigor de las
cadenas para las que trabajan. También se preguntan cómo llegar a
aquellos estadounidenses que no parecen preocuparse en absoluto por el
tema o creen en la retórica del gobierno de Trump.
La migración no es solo una historia
centroamericana, es un tema global y los fotoperiodistas la han visto
más de cerca que la mayoría. Fue interesante escuchar a Pau Coll, Federico Rios, Fred Ramos y John Moore -otro
veterano que comenzó en Nicaragua en la década de los ochenta- hablar
sobre las historias detrás de sus imágenes y lo que han aprendido sobre
el terreno: en los puntos de cruce terrestre en casi todos los
continentes, a bordo de los barcos de rescate en el Mediterráneo, al
interior de los centros de detención en Texas y entre las carreteras
curvilíneas que cruzan las montañas colombianas o los desiertos en
Libia.
“A veces mis fotos me dejan con
preguntas”, dijo Moore ante una de sus imágenes, tomada en un centro de
detención en la frontera entre México y Estados Unidos: un primer plano
de la mano de un hombre, con esposas, unida a la de una mujer. Sus
fotografías y sus palabras nos dejaron a muchos pensando: ¿dónde están
las respuestas a esta crisis migratoria global y qué podemos o debemos
hacer como periodistas?
El movimiento nicaragüense
A media mañana del jueves 16 de mayo,
un terremoto de 5.7 en la escala de Richter, cuyo epicentro fue la
triple frontera, hizo temblar a El Salvador, Honduras y Nicaragua. No
hubo mayores daños pero muchos se asustaron con el movimiento de los
edificios. Horas más tarde, quienes asistíamos al cuarto día del
Foro-CAP seríamos sacudidos, una vez más, por una razón muy diferente:
el exilio forzado de los periodistas nicaragüenses.
Uno de ellos es el reconocido y respetado Carlos
Fernando Chamorro. Muchos jóvenes reporteros, líderes estudiantiles y
otros nicaragüenses exiliados -algunos portando la bandera azul y blanca
de su país- invadieron el auditorio para escucharlo hablar con el
escritor mexicano Jorge Volpi. De casualidad, encontré un asiento libre
junto al periodista de investigación nicaragüense Octavio Enríquez,
recientemente nombrado como miembro de ICIJ, y cuyo trabajo ha
evidenciado cómo Daniel Ortega, el otrora líder revolucionario de
izquierda terminó siendo un mandamás autoritario y corrupto.
Chamorro huyó a Costa Rica en enero después de que el gobierno allanara la redacción de Confidencial
y de otros medios de comunicación, detuviera a varios periodistas y los
acusara de promover el terrorismo, entre otros delitos. En el último
año, más de 60 reporteros se han visto obligados a abandonar el país,
entre otras razones, por cubrir las protestas masivas contra el gobierno
y su represión por parte de las fuerzas de seguridad del Estado y los
paramilitares armados que apoyan el régimen de Ortega.
“Nuestro medio está en el corazón de
nuestros periodistas, seguimos trabajando a pesar de toda la presión”,
dijo Chamorro. Los aplausos interrumpieron sus palabras. Continuó
describiendo cómo ejercen el oficio de manera precaria, a veces desde
habitaciones de hoteles, casas de amigos y oficinas prestadas. Sus
programas de televisión ahora solo se pueden ver en Youtube, Facebook
Live y un canal de Costa Rica. CINCO, la organización sin ánimo de lucro
hermana de Confidencial, y miembro de GIJN, también se vio obligada a
cerrar. “No estamos solos, es un gran esfuerzo de todos los periodistas
nicaragüenses”, añadió.
Al escuchar a Chamorro comparar el
levantamiento popular de la Nicaragua actual con la rebelión que se
desató en 1979 tras el asesinato de su padre (Joaquín Chamorro fue un
destacado periodista y político que se opuso a la dictadura de Anastasio
Somosa), me quedé pensando en esa manera caprichosa en que la historia
va y vuelve algunas veces. O tal vez el tiempo corre más lento en
Centroamérica. “Ortega y Somosa, son la misma cosa” es lo que los
manifestantes gritan en las calles de Managua, o gritaban hasta hace
unos meses porque, según Chamorro: “Ya no se puede cantar el himno o
sacar la bandera.”
Cuando terminó la conversación y
todos se pusieron de pie para rendirle un homenaje, me encontré con
otras miradas llorosas entre el público y volví a pensar en ese mantra
absoluto del periodismo: no serás un activista. ¿Y si las circunstancias
no dejan otra opción? Chamorro habló esa tarde más como un líder
político que como un periodista, o tal vez como uno que entiende que
adoptar una postura política contundente y hablar en contra de un
gobierno que ataca la libertad de expresión y viola los derechos humanos
es lo único que puede hacer.
Inercia poderosa
Ponerle la lupa a los poderosos es
uno de los mandatos del periodismo de investigación. Hablamos de ello,
muy seriamente, durante cuatro días en el Taller de Periodismo de Investigativo en Contextos Desafiantes,
con el reconocido reportero argentino Hugo Alconada Mon. También lo
discutimos con un grupo de colegas nicaragüenses y hondureños, en una
charla introductoria sobre el tema. El poder volvió a surgir cuando la
profesora de la Universidad de Columbia y experta en investigación y
data, Giannina Segnini, y Martín Rodríguez Pellicer, director de Nomada,
hablaron sobre la creciente influencia de las súper poderosas iglesias
evangélicas en la política. Aparecería, una vez más, en un panel de
discusión sobre el impacto del caso Odebrecht o “Lava Jato,” en América Latina.
A pesar de grandes denuncias
periodísticas hay una frustración general y un sentimiento de inercia
entre los reporteros de investigación porque el estado de derecho es
mera teoría en muchos países. Los más corruptos y peligrosos, los que
deberían ser juzgados como máximos responsables por sus abusos parecen
salirse no solo con la suya, sino con todo. Incluso tienen el poder de
obligar a hombres como Iván Velásquez, el jefe de la Comisión
Internacional contra la Impunidad en Guatemala, a salir del país.
Velásquez, declarado “persona non grata”
por el presidente de Guatemala, Jimmy Morales, estaba sentado como un
espectador más -sus guardaespaldas también- en algunas de las sesiones
del foro.
El poder o el contra-poder estuvo
presente en las canciones de artistas de hip-hop que actuaron en el Foro
y en las viñetas e ilustraciones satíricas de Ramon Nse Esono Ebale, de Guinea Ecuatorial, y Rafael Pineda más conocido como Rapé,
de México. Al ver un retrato de Teodoro Obiang con su nariz en forma de
pene (los guardias en prisión interrogaron a Esono mostrándole ese
mismo dibujo durante días) y varias caricaturas excelentes de Donald
Trump y Andrés Manuel López Obrador de Rapé, pensé en la capacidad que
tiene el arte de tocar a los demás de una manera más directa, a veces
impactante y perturbadora, y me pregunté cómo y por qué el periodismo,
especialmente el investigativo, no logra hacer lo mismo tantas veces.
A lo largo del foro, durante la cena o
el almuerzo, volví a preguntarme y a preguntarle a otros sobre el tema:
¿Nos obsesionamos tanto con los datos que se nos olvidó contar
historias conmovedoras con personajes contundentes? ¿Podríamos tener
otros enfoques, más exploratorios y creativos? ¿Por qué no ensayar
diferentes formatos, como los cómics de Esono o una presentación de
hip-hop para llegarle a las audiencias más jóvenes? ¿Tenemos tanto miedo
de ser demandados por lo que escribimos que llenamos nuestros
reportajes de términos leguleyos hasta volverlos ilegibles? ¿Para quién
estamos escribiendo, realmente?
Quizás estamos pensando más en
nuestros colegas y los sujetos que investigamos -sus abogados o
sicarios- y no estamos llegando a los hombres y mujeres comunes y
corrientes en nuestros países ¿A los vendedores de pupusas en la esquina
realmente les importa quién tiene una cuenta en un paraíso fiscal?
¿Estamos siendo relevantes y de utilidad para ellos? ¿Cuáles son,
entonces, los asuntos más urgentes que deberíamos investigar en nuestras
realidades inmediatas?
Mujeres indignadas, hombres temerosos
“Es algo que nos debíamos y les
debíamos”, dijo José Luis Sanz, director de El Faro, al presentar uno de
los paneles más controvertidos del foro: el impacto de #MeToo en el
periodismo y en la sociedad. El auditorio estaba lleno de mujeres, entre
ellas algunas feministas y periodistas locales que consideran que El
Faro, o “El Falo” como lo llaman con sorna, ha tenido una cobertura muy
centrada en temas y enfoques masculinos.
Así como otros medios de comunicación -grandes y pequeños- alrededor del mundo
han reflexionado en los últimos años sobre la importancia de tener un
contenido más incluyente y cambiar ciertas prácticas dentro de su propia
salas de redacción, El Faro también ha tenido que hacerlo. Sus
reporteras no estaban dispuestas a seguir tolerando algunas actitudes y
comportamientos de sus colegas hombres. Recientemente terminaron de
redactar su nueva política de género y han incorporado más mujeres en
ciertos cargos claves y en su junta directiva. También invitaron a Pilar Alvarez, la nueva corresponsal de género de El País,
a realizar un taller sobre el tema con periodistas locales y, por
primera vez en el Foro-CAP, se hizo un panel dedicado al tema.
Durante el debate, moderado por María Luz Nóchez de El Faro, Álvarez se identificó solo como “una periodista”. Luciana Peker,
de Página 12 de Argentina, como una “periodista feminista” que también
hace activismo. En su muñeca izquierda llevaba amarrado el pañuelo verde
que las feministas que iniciaron el movimiento #NiunaMenos contra los
feminicidios en su país (antes del escándalo de Me Too) utilizan cuando
marchan por las calles de Buenos Aires. El único hombre en la
conversación era el periodista colombiano Juan Carlos Rincón, de El Espectador, quien dijo que se sentía muy cómodo con la etiqueta de: “machito en rehabilitación”.
Mientras escuchaba la discusión sobre
esta nueva ola de feminismo y la manera que ha influido en el
periodismo, miré alrededor de la sala. Vi a unos pocos hombres salirse
del auditorio, entre ellos a un reportero local que comentaría
posteriormente que se sentía incómodo porque el #MeToo estaba
difuminando las líneas entre el periodismo y el activismo.
Si se hubiera quedado para escuchar
toda la discusión, y algunos de los testimonios difíciles de las mujeres
que estaban entre el público, habría podido constatar que, a pesar de
las diferencias de enfoque o estilo, en lo que todos estaban de acuerdo
era que el periodismo sobre el tema era más necesario que nunca. Y que
debía tener unas reglas muy claras. “Yo
quisiera volver a hacer periodismo y transformar la realidad desde el
periodismo”, dijo Peker, pero como estaban las cosas había tenido que
adoptar una postura más activista. “Eso sí, no pueden venir las
organizaciones a dictarnos letra……El periodismo es información, es
relato, es dato concreto y hay que retomar y cuidar eso aún para quienes
nos definimos claramente como feministas. ”
La última movida
Hubo varias conversaciones incómodas
durante el Foro-CAP pero ninguna sería tan tensa como la última: una
entrevista en vivo de Jon Lee Anderson de The New Yorker al ex portavoz
de la presidencia y comandante legendario de la guerrilla del FMLN,
Roberto Lorenzana. Me senté junto a Jorge Simán, uno de los fundadores
de El Faro, que soplaba aire por la boca cada vez que Anderson le
lanzaba una de sus preguntas difíciles. La entrevista giró en torno a lo
que fue de la revolución, lo que el FMLN había logrado -o no- después
de una década en el poder y cómo algunas de las heridas de la guerra
nunca se han cerrado en un país donde reinan la impunidad y la
violencia.
Lorenzana describió el encuentro como
“una emboscada”, a lo que Anderson respondió: “Yo no soy ex
guerrillero”. El público se rió, con cierto nerviosismo. En su defensa,
Lorenzana respondió a todas y cada una de las preguntas de Anderson y
del público -que no desperdició la oportunidad de darle palo- y terminó
reconociendo la corrupción de su partido y las deficiencias de la
revolución. “Nos ha faltado valor e ingenio para cambiar las cosas”,
admitió. (Una semana después El Faro publicó un gran reportaje de investigación sobre el uso indebido de fondos públicos del ex presidente Mauricio Funes)
Cuando la entrevista terminó,
Lorenzana y sus hombres de seguridad abandonaron rápidamente el foro.
Los demás nos trasladamos a una antigua sala de billar, ahora un bar
hipster en el centro de San Salvador, muy cerca de la reformada plaza
principal donde Nayib Bukele- una estrella en las redes sociales que ya
muestra cierto desdén por el periodismo- asumiría la presidencia el 1 de
junio. Esa noche, lo mejor que podíamos hacer era seguir moviéndonos:
bailando y brindando por las preguntas incómodas y las conversaciones
pendientes.