La Corte Suprema de Israel cada vez se implica más en cuestiones políticas y electorales.
El libro de Ruth empieza con una descripción admonitoria:
"En los días en que gobernaron los jueces, hubo hambre en la tierra".
Aunque la Biblia no sugiere una relación causal entre el gobierno de los jueces
sobre el pueblo y los males que le acontecieron, la Historia sugiere que la
gobernanza por los guardianes platónicos no electos es anatema para la
democracia.
Los jueces tienen un importante papel que desempeñar en
una democracia; de hecho, en el sistema norteamericano de separación de poderes
el no electo Poder Judicial tiene un rango equivalente al de los poderes
Legislativo y Ejecutivo, ambos electos. A pesar de (o quizás a causa de) esa
elevada posición, los jueces norteamericanos son por lo general cautos en el
ejercicio de su poder. Sólo actúan cuando hay un litigio real y cuando el
litigante está ahí, esto es, cuando hay un interés personal en liza. Los jueces
recurren a la contención para asegurarse de que no usurpan competencias a las
ramas electas del Poder. Con todo, a veces se les critica por encontrar
–algunos dicen inventar– bases constitucionales para reconocer nuevos derechos,
como el aborto o el matrimonio gay.
En la mayoría de las democracias parlamentarias, el Poder
Judicial se subordina al Legislativo (del que forma parte el Ejecutivo), aunque
en líneas generales sea de alguna manera independiente. En raras ocasiones
juzga leyes aprobadas por el Parlamento o acciones del Ejecutivo. Esto es
especialmente cierto en países que carecen de una Constitución escrita. En
EEUU, las sentencias constitucionales de la Corte Suprema son definitivas, sólo
se verían afectadas por enmiendas constitucionales, tan complicadas de sacar
adelante. Como decía el difunto gran magistrado Robert Jackson nos recordaba
sobre el poder de los jueces, "no somos definitivos porque seamos
infalibles, sino que somos infalibles sólo porque somos definitivos".
En este marco general como mejor puede comprenderse y
evaluarse la situación que se vive en Israel. Israel es una democracia
parlamentaria con una judicatura independiente presidida por la Corte Suprema.
No tiene una Constitución escrita, pero sí una serie de leyes básicas de
naturaleza cuasi constitucional. A diferencia de la Corte Suprema de EEUU, que
se ve constreñida por los requerimientos de que debe haber un litigio en curso
y la causa debe presentarla alguien con intereses en juego, la Corte Suprema de
Israel declinó someterse a esas restricciones. Lo que ha conducido a decisiones
controvertidas que algunos críticos –entre ellos abogados y académicos de
prestigio– sostienen han ido más allá de la autoridad conferida a los
tribunales, mientras que otros consideran que ese tipo de decisiones han sido
fundamentales para el mantenimiento del imperio de la ley.
Muchas de esas decisiones han impuesto restricciones a
operaciones militares contra terroristas palestinos. Y han sido elogiadas por
organizaciones de derechos humanos de todo el mundo como ejemplos de cómo el
imperio de la ley debe prevalecer incluso ante las más difíciles y
determinantes decisiones castrenses. Como dijo el expresidente de la Corte
Suprema israelí Aharón Barak: "A veces la democracia debe luchar con una
mano atada a la espalda. Aun así, tiene la mejor mano [porque preserva] el
imperio de la ley". Ahora bien, en una democracia vibrante como la
israelí, una Corte Suprema activista cuyas decisiones impactan directamente en
la vida de la ciudadanía no debería esperar verse libre de críticas por parte
de la propia ciudadanía y de la clase política.
Los tribunales pasivos, aquellos que se limitan a
intervenir en las causas criminales y civiles normales (contratos, robos,
etc.), raramente son objeto de controversia política. Sí lo son, en cambio, los
activistas. Recuérdese lo que sucedió en EEUU durante la Administración
Roosevelt, cuando una Corte Suprema activista de corte conservador echó abajo
partes del New Deal, así como durante la Administración Eisenhower, cuando una
Corte Suprema activista de corte progresista echó abajo las segregacionistas
Leyes de Jim Crow. Y eso es lo que está sucediendo ahora en Israel, con una
Corte Suprema cada vez más implicada en cuestiones políticas y electorales.
Por otro lado, si las decisiones de los Altos Tribunales
impactan directamente en las vidas de los ciudadanos, no debería sorprender que
éstos, a través de sus representantes electos, pretendan tener un mayor
protagonismo en el proceso de selección de los jueces. Es lo que sucedió en
EEUU y lo que sucede en Israel. Aunque se trata de un fenómeno comprensible, no
es necesariamente deseable, porque amenaza con politizar el proceso de
selección de jueces, como ha sucedido en EEUU y parece que va a suceder en
Israel.
Si la Corte Suprema israelí decide prohibir al primer
ministro, Benjamín Netanyahu, formar Gobierno por tener causas judiciales
pendientes, estará usurpando el rol de la Knéset (que no ha aprobado una
prohibición semejante) y el del electorado (que le confirió una mayoría
relativa a sabiendas de que estaba judicialmente procesado), y socavando el
imperio de la ley (que presume que todo individuo es inocente hasta que se
demuestre lo contrario). Una decisión así metería a los jueces en el
"zarzal político" (por citar a la Corte Suprema norteamericana) y
politizaría aún más la manera en que son electos. Sería una herida
autoinfligida a la independencia y neutralidad de la Corte Suprema. Por último,
daría demasiado poder a los fiscales y los altos mandos policiales para
interferir en procesos electorales mediante procesamientos que luego podrían no
sustanciarse en sentencias condenatorias.
Alexander Hamilton caracterizó al Judicial como el
"menos peligroso" de los Poderes porque no tenía espada ni dinero. Se
trata de un Poder que basa su autoridad en el "buen juicio", la
"integridad", la "dignidad" y la "independencia"
de los jueces, que deben ser percibidos por la ciudadanía como justos e
imparciales. Cuando los jueces se adentran demasiado en asuntos electorales, se
arriesgan a ser vistos –correctamente o no– como politizados, y a ser sujetos a
fiscalización democrática, lo que podría poner en peligro su independencia. Por
otro lado, cuando permanecen demasiado pasivos ante las injusticias, arriesgan
a ver capitidisminuido su rol como garantes del imperio de la ley. Es un
delicado equilibro, pero, por el bien de la democracia y del Estado de Derecho,
cada generación de jueces ha de conseguirlo y dominarlo, quizá cada una de
manera diferente.
No es el momento de politizar aún más una gran
institución israelí.
***Traducción
del texto original: When Judges Rule: A Comparison between the US and Israel
Traducido por El Medio