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27/01/2022 | México - Opinión: El opio del pueblo

Gabriel Reyes Orona

La creciente polarización entre los mexicanos es el palpable efecto del discurso oficial. Por ser paulatina, no hemos advertido lo lejos que nos ha llevado de la unidad nacional. Su objetivo es mantener el entorno de encono que el Presidente asocia con su nivel de popularidad. Sin embargo, es claro que las estadísticas miden más el estado de inconformidad social que la confianza en el caudillo. Él ha decidido incrementarlo, pues, hasta ahora, aprovecha el impulso de la furia social, sin darse cuenta de que, tarde o temprano, pasará a formar parte del elenco de culpables.

 

Montarse en una ola de lava que calcina todo a su paso es un juego peligroso. Cuando se está en la cresta todo parece luminoso y nunca se piensa en que la política es rueda que gira, dando clases de humildad a quienes asumen que, por designio divino, están por encima de los demás.

La polarización, como la religión, no da de comer, pero, como decía el filósofo, es instrumento de quienes la controlan para adormecer, confundir y hasta mantener en la inopia a quienes se han granjeado como audiencia. Así es, los pontífices de la verdad absoluta buscan rendición incondicional ante los dogmas que postulan.

En la historia de la humanidad, permanente e irracionalmente, se aglomeran y aglutinan grandes rebaños dispuestos a repetir inconscientemente los mantras que les unen a la ideología que han decidido abrazar como medio mágico para solucionar los problemas que han sido incapaces de resolver. La entrega llega al sacrificio personal, anulando toda noción de dignidad, aceptándose, incluso la propia inmolación, en favor del santo sanedrín que administra el movimiento.

Así, los agitadores logran atraer la atención de quienes los escuchan hurgando en las más bajas pasiones y miserias humanas, siendo más exitosos cuando saben identificar aquellos detonadores que enardecen a la turba; manteniendo su atención, si logran hacerle sentir víctima de aquellos a quienes consideran sus adversarios. Los acarreadores suelen pensar que el control que ejercen sobre las masas es perpetuo, pero se equivocan, eventualmente surge quien les arrebata el pandero y hasta llega a darse el caso que la ira que provocaron les alcanza, robándoles la posibilidad de ocupar un lugar de gloria en la historia.

Cada día surgen más temas y asuntos que se tienden como velo sobre la problemática que ha causado la improvisación en la gestión pública. No tiene dificultad el caudillo para retroceder 10, 15 o hasta 30 años para rememorar vicios del pasado, en ánimo de encabritar a la audiencia. No los soluciona ni mucho menos los denuncia más allá de la gritería, pero los usa como anzuelo, sobrando quienes quieran morderlo. Lo ha sabido hacer sin afectar o alterar los secretos pactos que ha alcanzado en los sótanos de la política nacional, con esos, que antes eran los capos de la mafia del poder.

Se nos fuerza a aceptar que la confianza que él dispensa en sus ujieres nos librará de todo mal, debiéndonos reunir con recogimiento y tomados de la mano a escuchar el diario sermón en el que, sin juicio, ni audiencia, sataniza y condena a quienes no han pagado tributo a la 4T. En tanto le llegan al precio, la prisión preventiva; la congelación de cuentas, y la infamia. La deleznable práctica de vender indulgencias ha sido llevada al extremo por quienes hoy detentan el poder.

Una de dos, de haber vivido en el siglo XXI, Marx habría ampliado el catálogo de manipulaciones sociales que atarantan y destruyen a las sociedades, o habría considerado que algunos movimientos son maquinaciones con tintes de religión.

Excelsior (Mexico)

 



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