Hebron - Una de las mayores traiciones que un palestino puede hacer es espiar para el Estado de Israel.
"Mira, ¿ves ese poste de ahí?", me pregunta
Ahmad, activista palestino en Jenin. "Ahí es donde ahorcan a los
traidores".
A los espías.
Y es que no hay peor traición por parte de un palestino
que colaborar con Israel facilitando información. "¿Facilitar
información?", protesta Ahmad. "Los espías venden a su tierra, a sus
padres y a sus hijos; la información no sangra, nosotros sí".
Las ejecuciones oficiales, no obstante, han disminuido
debido a la presión de la comunidad internacional y al esfuerzo del presidente
palestino, Mahmoud Abbas, por regularizar las penas e investigar en profundidad
los casos antes de llegar a la sentencia de muerte. "Que las ejecuciones
oficiales disminuyan solo significa el auge de las extrajudiciales",
puntualiza Ahmad: "A tiros".
Si acudimos a la antología de ficciones que almacenamos
en nuestra memoria, cuando hablamos de espías imaginamos a un tipo vestido de
gris, envuelto en la penumbra, elegantísimo y de mirada apagada. O una mujer
guapa, de aspecto inocente y tendencias autodestructivas. Seres de pasados
convulsos que compaginan vidas aparentemente normales con sus labores de
espionaje, vidas en las que cabe el amor, la amistad, la familia.
También el nombre forma parte del pasado, ahora hablamos
de agentes, analistas, informantes, quizás escritores, pilotos, médicos… La
palabra espía deja un regusto a palomitas de maíz, cuando la realidad es que
"ser un espía es una mierda muy grande", como asegura Ahmad: "Y
nada más".
Cambian los tiempos, los términos, las localizaciones
geográficas, sin embargo, las causas del espionaje tienden a la universalidad.
Hay quien lo hace en nombre de una ideología, una bandera, un dios. Otros por
poder, adicción a la adrenalina, curiosidad mal dirigida, mal saciada. Muchos
hablan de coacción. Otros de no tener salida.
Esta última es la razón más común en Palestina, donde el
espionaje es un tema extremadamente sensible y politizado. La simple idea de
que el Mossad, la agencia de inteligencia nacional de Israel, reclute a
palestinos para trabajar como agentes, es una carga de estrés añadida a una
situación ya de por sí extrema. "En la calle decimos que uno de cada 10
palestinos es un espía", cuenta Fadi, simpatizante de Hamás, desde la
mezquita de An-nabi Musa, del profeta Moisés, en Jericó. "Que el Gobierno
palestino subestime la presencia del Mossad en Cisjordania nos obliga como
ciudadanos a estar vigilantes".
Es así como el contraespionaje palestino acaba
consistiendo en el pueblo entero. En las madres, las esposas, los hijos, los
hermanos y los vecinos. La información pasa a ser un arma más que utiliza
Israel para minar las fuerzas de Palestina, no basta con que el pueblo tenga
que defenderse de la constante violación de sus derechos, sino que han de vivir
con la eterna duda de quién traicionará a quién, cuándo, cómo.
El privilegio de llorar a un padre
"Lo peor de que mi padre fuera un espía es que no
pude llorar su muerte", cuenta Jamal desde Alemania. "También ver a
mi abuela gritando: '¡Necesito que me dejen ver a mi hijo para matarle con mis
propias manos!'. Mientras lloraba de rodillas en el suelo".
El padre de Jamal trabajaba como taxista en Belén. Cada
día, se levantaba a las tres de la madrugada para ser el primero en la extensa
línea de taxis que se congregaban, como de costumbre, en el lado palestino del
"Muro de la Vergüenza". Allí recogía a turistas, que, atraídos por su
amabilidad y conocimiento local, no solo confiaban en él para su transporte,
sino que le pedían que hiciera las veces de guía turístico.
"Todo iba bien", recuerda Jamal. "Mi padre
conseguía suficiente dinero para cubrir las necesidades de la familia,
incluyendo las matrículas universitarias de mis hermanos, las celebraciones
familiares e, incluso, lograba ahorrar".
El día que detuvieron al padre de Jamal, este se
encontraba con él en el taxi mientras esperaban a que unos turistas italianos
terminaran su visita a la parte ocupada de la mezquita de Ibrahim, en Hebrón.
"Tu padre es un traidor, un espía", le dijeron al chico. Cuando los
turistas regresaron al coche, Jamal hizo acopio de su sangre fría, tomó el
volante, terminó el recorrido y luego se dirigió a su casa, donde le contó a su
madre y a su abuela que su padre había sido arrestado por problemas con la
licencia del taxi.
Pero la verdad tardó poco en aflorar: su padre había
estado proporcionando información a Israel sobre la identidad de altos cargos
de Hamás. Como resultado directo de esta información, uno de ellos había sido
asesinado por las fuerzas israelíes. "Yo acompañaba a mi padre en los
trayectos durante mi tiempo libre, así que todos, incluso mi familia,
comenzaron a acusarme de espionaje", relata Jamal. "Pude huir y eso
no hizo más que agravar sus sospechas. Sentía la obligación de aborrecer a mi
propio padre y, además, había perdido al resto de mi familia, a mi tierra, mi
identidad. Tres años después, finalmente lloré. Llegué a Alemania como refugiado
y una de las psicólogas con las que hablé me hizo una pregunta que me salvó la
vida: si ser espía es lo peor que un palestino puede hacer, imagina lo poderosa
que tiene que ser la razón. Y la razón éramos nosotros, su familia. Nuestra
educación. El espionaje pagó nuestro taxi, nuestra educación universitaria y
nuestra casa. Al saber eso pude llorar".
¿Cómo se convierte uno en espía?
Se tiende a pensar que tras la decisión de trabajar para
el Mossad se encuentra el resentimiento con los líderes palestinos o la falta
de valores, pero, en realidad, muchas veces ni siquiera se trata de una
decisión. "Muchos espías comienzan a serlo sin saber que eso que están
aceptando se trata de espionaje", explica Maha, psicóloga de origen
palestino en Alemania.
En muchas ocasiones, el cebo se trata de una ayuda.
"En mi caso ocurrió cuando me denegaron el permiso para entrar en
Jerusalén desde Belén e ir a rezar en la mezquita de Al-Aqsa", explica
Ahmad. "Me prometieron que me darían un permiso para cruzar el muro
libremente si les ayudaba a saber cuándo iba a haber problemas. Me explicaron
que se trataba solo de un esfuerzo de prevención para evitar la violencia, y
que así estaría protegiendo a mi pueblo. Dije que no de inmediato, pero entendí
la facilidad del sí".
Las técnicas de persuasión y manipulación utilizadas por
el Mossad en estos casos no son, en absoluto, sofisticadas, al contrario de lo
que ocurre cuando reclutan a agentes internacionales. Se trata de promesas de
dinero, ayuda para sus familias, protección o, incluso, la posibilidad de
obtener información valiosa para su propia causa, la causa Palestina. No existe
un contrato, un compromiso oficial. El lenguaje utilizado no deja entrever en
ningún momento que uno esté entrando en un mundo que supondrá cambios drásticos
e irreversibles en la vida diaria.
"Te preguntan sobre tus vecinos, si hay problemas
con ellos, si son conflictivos", detalla Maha. "Poco a poco, las
preguntas entran en el terreno de lo ideológico. En qué mezquita rezan, con
quién hablan. Llega el día en el que te obligan a hacer nuevas conexiones con
gente que no conoces y, entonces, empiezas a entender de qué va la cosa. Sabes
que no puedes decir que no. Y entiendes que tu vida será así para siempre,
hasta que te maten. Muchos espías han confesado que sienten alivio al ser
descubiertos".
Uno empieza aceptando informar sobre posibles amenazas en
su calle, y acaba metido en un círculo vicioso de pequeñas misiones que van
definiendo una nueva identidad: la identidad del espía. La historia que les
consolaba al principio, basada quizá en un "la seguridad es buena para mis
hijos, para mi tierra, para la libertad", ya no sirve para apaciguar la
conciencia.
Una doble vida es peor que la muerte.
https://www.elconfidencial.com/mundo/2023-06-21/historias-de-espionaje-israel_3662023/