El régimen chavista será recordado, de no hacerse eterno como pretende, como el gobierno más absurdo de nuestra historia: nunca nadie con tanto poder, dinero y popularidad hizo tan poco, en términos de progreso social, en un período de tiempo tan largo. Su extraordinaria ineptitud administrativa sólo será comparable a la evidente ausencia de escrúpulos para mantenerse en el poder, ante las narices de unos ciudadanos intimidados por la arbitrariedad del Estado nacional-populista. Condenados a vivir sin excesivos sobresaltos la sucesión de escándalos que han acompañado a sus macabras majestades revolucionarias en estos ocho años de infamia.

Pareciera que para demasiados venezolanos, y me temo que para bastantes latinoamericanos, la corrupción y el abuso de poder no son temas decisivos al momento de elegir a nuestros líderes, ya que el corrupto, con botas o sin ellas, lejos de ser un paria es un arquetipo. Es la versión bizarra del sueño americano en la que el binomio picardía y riqueza opaca sin rubor al de trabajo honesto y riqueza, a tal grado que cuando aparece la pregunta, en cualquier conversación informal: ¿Qué harías con tanto dinero bajo tu responsabilidad? La respuesta, de muchos mas no de todos, propicia en tu interlocutor un momentáneo silencio acompañado de una sonrisa socarrona, casi como un chiste en el que todo se presupone. Pocos soportan el ser vistos como los pendejos que no supieron aprovechar sus quince minutos de gloria. Ya lo decía con claridad meridiana un viejo jerarca de la socialdemocracia adeco-copeyana de cuyo nombre no quiero acordarme: "en Venezuela se roba porque no hay razones para no hacerlo", frase que descubre una verdad incómoda: la carencia de obstáculos morales e institucionales que preserven la integridad de los dineros públicos frente al embate de los truhanes, es tanto la causa como la consecuencia de la laxitud moral de una sociedad de cómplices.

Por tanto, el chavismo debe asumirse como un subproducto de nuestra historia republicana, uno en el que se entremezclan dramáticamente factores que en mayor o menor grado se han mantenido como corriente de fondo en nuestro devenir político: caudillismo mesiánico y estatismo económico estrechamente relacionados a través del populismo nacionalista. Una fórmula que apoyada en la renta petrolera tiende irremediablemente a la centralización del poder, dejando al ciudadano común a merced de los caprichos de la élite gobernante.

No obstante, por muy deficiente que sea la democracia, el ejercicio de las libertades públicas que hoy sufre persecución y mengua, también ha generado anticuerpos libertarios en esa parte de la sociedad que se resiste al sometimiento ideológico y material que se esconde detrás de eso que llaman socialismo del siglo XXI. No todo está perdido. Basta con constatar el entusiasmo que se aglutina en torno a la candidatura de Manuel Rosales para ver en esos millones de héroes anónimos el capital humano que podría sentar las bases para el verdadero progreso, siempre y cuando a ellos se les unan esa legión de indecisos e indiferentes que lamentablemente existen de cara a la elección presidencial del próximo 3 de diciembre.

El llamado a la épica ciudadana el próximo 3 de diciembre es una plegaria para exorcizar el espectro de la frivolidad y la indiferencia en aquellos ciudadanos que piensan que hagan lo que hagan esto seguirá siendo el desastre que siempre ha sido. No podemos acostumbrarnos a la servidumbre como método de supervivencia. Nuestro voto, incluso con las abusivas condiciones electorales actuales, vale no sólo como instrumento de poder, es también un testimonio individual de amor a la libertad y la justicia que quedará registrado para la historia que está por escribirse, ante la cual nos posicionaremos como partidarios del progreso y de los valores civilizatorios.

Nada nos garantiza la victoria el 3 diciembre, salvo una participación masiva y militante. Todo es abuso y manipulación. La comunidad internacional ya está amansada con las encuestas que dan como ganador a Hugo Chávez por amplio margen, la burocracia periodística global ya se ha conformado con las fuentes oficiales para consolidar la idea de que la elección será casi un paseo militar, nunca mejor dicho. Sólo nos queda ahora romper el guión que nos asigna un papel similar al de López Obrador en México, con la determinación de quienes quieren ser protagonistas de su propio destino.

Mucho perderíamos si no intentamos cambiar de rumbo. La lucha es contra la bestia corrupta y autoritaria que tenemos dentro y que se ha manifestado con toda su crudeza en forma de militarismo izquierdista. Una mayor y mejor libertad es el antídoto para esta enfermedad social que padecemos y que nos puede matar de tolerancia. Está en nuestras manos merecer un futuro distinto.