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11/12/2006 | Ya sólo queda Fidel

Felipe Jiménez

Pinochet y Castro representan regímenes respaldados por EE UU y la URSS en la Guerra Fría - Ambos reprimieron con dureza a la disidencia.

 

La muerte de Augusto Pinochet viene a poner fin a una etapa largamente debatida de la Historia de Chile, la de la dictadura militar que gobernó al país durante 17 años. Pero invita también a realizar de nuevo la obligada comparación con la otra dictadura militar que sigue asolando hoy a Iberoamérica, el régimen cubano de Fidel Castro, éste aún aferrado al poder, decidido a morir «con las botas puestas» y sin dejar un resquicio siquiera a una transición democrática ordenada y pacífica.

Las coincidencias y diferencias entre ambos dictadores y los sistemas de Gobierno que implantaron y dirigieron están a la vista: ambos regimenes se iniciaron de manera sangrienta. La revolución cubana arrancó con el desembarco del «Granma», un yate estadounidense que zarpó de México con Fidel, el Che Guevara y un grupo de guerrilleros a bordo y que tocó tierra cubana en una operación que ahora se revela como bastante chapucera y que costó la vida a 60 de los revolucionarios. Internados en la Sierra Maestra, los guerrilleros consiguieron poner en fuga a Fulgencio Batista.

Por su parte, el régimen de Pinochet se inició con una asonada militar que terminó sitiando y bombardeando el Palacio de la Moneda, sede del Gobierno en la capital, Santiago, y donde estaba refugiado el presidente de la República de Chile, Salvador Allende.

Ya instalados en el poder, tanto Fidel Castro como Augusto Pinochet se dedicaron a exterminar todo vestigio de oposición, eliminando sanguinariamente a cuanta figura que pudiese representar el menor peligro para el régimen. Ambos gobernantes provocaron también sendos exilios de miles de ciudadanos, que tuvieron que huir, muchas veces nada más que con lo puesto, no para buscar un futuro mejor sino simplemente para conservar la vida. Cuba se echó en manos de la extinta Unión Soviética y Chile buscó el apoyo y el respaldo de Washington.

Pero las diferencias entre ambas dictaduras están certeramente más marcadas. Hasta su fallecimiento, Pinochet era once años mayor que Castro (al dictador chileno le llegó la muerte a los 91 años, mientras que el cubano cumplió 80 el pasado 13 de agosto). Pinochet estuvo instalado en el poder 17 años, entre 1973 y 1990, mientras que Fidel lleva la friolera de casi cinco décadas al frente de «su» isla.

Ningún país del mundo ha sufrido y sufre tan desoladoramente como Cuba la dictadura comunista. Quizás ninguno ha combatido tanto y tan encarnizadamente contra ella, pero tampoco nadie ha debido afrontar en su lucha por la libertad toda la incomprensión, la indiferencia o la abierta hostilidad que padecen los cubanos, especialmente en Iberoamérica. Otras naciones han sufrido en silencio, sin noticias y sin eco, la infinita crueldad del totalitarismo marxista-leninista; sólo Cuba debe soportar, además, la afrenta del aplauso continuado, inmisericorde, casi unánime, a su tirano particular.

Cuarenta y siete años después de la llegada al poder de Castro, los cubanos llevan a sus espaldas un fardo espeluznante de represión: miles de fusilados, centenares de miles de prisioneros políticos y dos millones de exiliados para una isla que hoy cuenta once millones de supervivientes, entre presos y carceleros. Nada de esto parece conmover al mundo.

Pinochet abandonó voluntariamente el poder en 1990, convirtiéndose en senador. Fidel parece estar convencido de que su destino será morir «con las botas puestas» y aún sabiendo cercana su última hora no ha dado ni un paso siquiera para facilitar una transición democrática ordenada y pacífica. Al contrario, insiste en mantener el régimen en la figura de su hermano Raúl.

El exilio chileno hace años que terminó. Los transterrados cubanos siguen soñando con su vuelta a La Habana. Chile hace lustros que vive un fenómeno económico que ha devuelto la prosperidad a sus habitantes, que tienen un PIB cuatro veces mayor al de los cubanos, a la cola del desarrollo iberoamericano y del Caribe, sólo detrás de Haití.

Carlos Gutiérrez, secretario de Comercio de EE UU, ponía el dedo en la llaga en un discurso pronunciado en Miami: «El régimen castrista ha tenido 47 años para mejorar la vida del pueblo de Cuba. Hoy día, la mayor parte de América Latina está en posición de aprovechar las oportunidades del siglo XXI, mientras que Cuba está estancada a mediados del siglo XX».

Pinochet no tuvo una muerte tranquila. Sus últimos años los vivió en medio del sobresalto. Tuvo que enfrentarse a un arresto en Londres a causa de la petición de extradición lanzada por el juez Baltasar Garzón, de la que se salvó «in extremis». Al sufrir un infarto se encontraba bajo arresto domiciliario en su casa de Santiago. Un juez le procesó por el secuestro y homicidio de dos opositores en 1974, en la denominada «Caravana de la Muerte».

La Razón (España)

 



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