Los resultados del 3 de diciembre confirman cierto patrón de la democracia venezolana. El status quo chavista, evidente fuerza mayoritaria, consolida los casi dos tercios que están en línea con el caudal electoral del que gozó el antiguo status quo puntofijista. De hecho, un poco menos. La guanábana promedió 73,7% de los votos presidenciales de las ocho elecciones entre 1958 y 1993.
Chavismo y puntofijismo se parecen en otra cosa: acaparan los tentáculos institucionales.
Otra similitud es la exclusión de la minoría del proceso político. El puntofijismo nació excluyendo a la izquierda. Lo saben muy bien muchos de los que hoy gozan de las mieles del poder bajo el paraguas del indiscutible líder que es el presidente Chávez. En los ochos años del chavismo la minoría "escuálida" ha estado ausente de cualquier proceso de políticas públicas.
Ambos regímenes, enfrentaron en sus comienzos la amenaza a su propia existencia vía canales no electorales. El puntofijismo en la forma de la subversión de izquierda y el chavismo en la amorfa forma de Carmonazo, suicidio de Pdvsa, guarimbas y plaza Altamira. Estas amenazas le han conferido legitimación a la línea excluyente de ambos regímenes. La así percibida debilidad de los neonatos regímenes otorga, para peligro de ellos mismos, la fuente para legitimar otro comportamiento político.
La necesidad de proteger al nuevo régimen le da una justificación a sus dirigentes para cerrar los ojos ante las desviaciones que se generan, o que se perpetúan de los regímenes anteriores. El fantasma de la dictadura militar o la amenaza comunista le servía a la élite adecopeyana para justificar su vista gorda ante los pecadillos primero, y luego, ante la rampante corrupción que carcomió a su tutelado régimen. La amenaza "escuálida" le da al chavismo la argumentación para posponer criticas y correctivos, como lo admitió Luis Tascón en su discurso de la Asamblea Nacional el 5 de diciembre.
Finalmente, está el árbitro electoral. Las del 3 de diciembre han sido elecciones limpias. Esto, después de que la minoría cuestionara la actuación pasada del arbitro electoral. Cuando AD y Copei copaban las preferencias también se criticaba al antiguo CSE. Cuando los respaldos son sólidos los mandatos salen legitimados a pesar de los ventajismos, sean puntofijistas o chavistas. Los problemas de legitimidad surgen cuando las elecciones son más cerradas, como la de 1993. Si el actual CNE no se quiere parecer a su predecesor esta limpieza del 3D deberá ser institucionalizada para futuras contiendas.
¿Condenan estas similitudes al chavismo a un destino parecido al puntofijismo? Muy temprano aún para saberlo. Un pronóstico negativo equivaldría a renunciar al optimismo y negar de antemano la capacidad de la sociedad para aprender. El presidente Chávez dijo en Maracaibo el 25 de noviembre que la debilidad de su administración estaba en la "ineficiencia, corrupción y burocratismo". La respuesta a esta interrogante descansa bastante en cosas como su capacidad de derrotar a estos y otros fantasmas puntofijistas.
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