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12/12/2006 | Luchar para ganar en Irak: el punto flaco del informe Baker

Jeff Jacoby

Como secretario de estado de 1989 a 1992, James Baker estuvo involucrado en algunos de los peores errores en materia de política exterior de la primera administración Bush.

 

Como secretario de estado de 1989 a 1992, James Baker estuvo involucrado en algunos de los peores errores en materia de política exterior de la primera administración Bush.

Uno de tales errores fue la negativa de la administración a apoyar la independencia de las tanto tiempo sometidas repúblicas de la Unión Soviética, culminando en el famoso discurso "Gallina de Kiev" del presidente de agosto de 1991, cuando animó a los ucranianos a permanecer en su encierro soviético. Otro fue el apaciguamiento del dictador sirio Hafez Assad durante los días previos a la Guerra del Golfo en 1990, cuando Bush y Baker bendecían la brutal ocupación del Líbano por parte de Siria a cambio de la pasividad de Assad en la campaña encaminada a hacer retroceder la ocupación iraquí de Kuwait.

Cuando los tanques chinos masacraron estudiantes en la Plaza de Tiananmen, Bush expresaba más preocupación por las tropas que por sus víctimas: "No creo que debamos juzgar al Ejército de Liberación del Pueblo por ese terrible incidente", decía. Cuando Bosnia se hacía pedazos a causa de la violencia en 1992, la reacción Bush-Baker fue despachar el tema con indiferencia como "un espasmo".

El peor error de todos fue la traición a los iraquíes kurdos y chi'íes, que en la primavera de 1991 escuchaban el llamamiento de Bush "a coger el tema en sus propias manos" y derrocar a Saddam Hussein -- solamente para ser masacrados por los helicópteros armados y el napalm de Sadam mientras la administración Bush se quedaba mirando. Baker anunciaba como si tal cosa que la administración "no está en el proceso de asistir ahora... a estos grupos que se están levantando contra el actual gobierno”. A la súplica del Líder de la Mayoría en la Cámara, el Senador George Mitchell, de alrededor de 400.000 tropas norteamericanas en la zona para detener la masacre, Bush respondía con desprecio, "Siempre me alegra saber de él". A continuación se fue a pescar a Florida.

Si Bush padre es recordado por una política exterior cínica y sin sentimientos, gran parte del crédito debe ir pues a Baker. Y lo que Baker hizo por el padre, ahora se prepara a hacer por el hijo.

Esta semana, el Iraq Study Group encabezado por Baker presenta formalmente su informe al Presidente George W. Bush. Sus recomendaciones clave son según parece las tropas norteamericanas en Irak sean retiradas gradualmente y que Estados Unidos recurra a Irán y Siria en busca de ayuda para reducir allí la violencia. Un miembro del grupo de estudio, declarando al New York Times, resumía la idea central: "Tenemos que desplazar el debate nacional de si mantener el curso o no a cómo iniciamos el camino de salida".

El presidente va a ser animado por muchos a implementar cuanto antes las ideas del grupo de Baker. Que es en la práctica lo que debería hacer -- asumiendo que haya llegado al punto de preferir la derrota en Irak, la muerte de la doctrina que lleva su nombre, y el refuerzo de los peores regímenes del mundo. Si, no obstante, Bush prefiere el éxito al fracaso y prefiere estar a la altura, no abandonar, los principios que ha articulado en la guerra contra el Islam radical, debería aceptar educadamente el informe del ISG y a continuación hacer lo contrario a lo que recomienda.

Lejos de reducir la cifra de tropas en Irak, Bush debería incrementarlas. La teoría Rumsfeldiana de "la huella ligera" -- la creencia de que la presencia militar americana en Irak tiene que ser minimizada de modo que los iraquíes aprendan a mantener la seguridad y la estabilidad por su cuenta -- lleva a prueba ya más de tres años. No ha funcionado. A corto plazo al menos, no hay perspectivas de restaurar el orden y detener el derramamiento de sangre sin muchos más efectivos americanos sobre el terreno.

Enviar refuerzos significativos no solamente haría posible matar a más terroristas, criminales y asesinos responsables del caos en Irak. También ayudaría a reafirmar a los iraquíes que Washington no está planeando abandonarles a su suerte como hizo tan ignominiosamente en 1991. La violencia en Irak se está disparando precisamente porque los iraquíes temen que los americanos se están preparando para arrojar la toalla. Es el motivo por el que "han recurrido a sus propios grupos armados sectarios en busca de la protección que la administración Bush no ha proporcionado", escriben Robert Kagan y William Kristol en el Weekly Standard. "Eso, y no la inevitabilidad histórica o los presuntos fallos del pueblo iraquí, es lo que ha empujado a Irak más cerca de la guerra civil".

Con las encuestas mostrando que la mayoría de los americanos se han desilusionado tanto con Bush como con la guerra, ¿sería políticamente factible una escalada militar en Irak? En última instancia, el único modo que tiene Bush de averiguarlo es intentarlo.

Pero yo me jugaría el cuello a que incontables americanos no están furiosos con Bush porque no esté huyendo de Irak lo bastante rápido, sino porque no parece tener una estrategia seria para ganar. No es suficiente simplemente insistir, como hizo la semana pasada, en que no busca "una salida con gracia". ¿Dónde está su insistencia en que Estados Unidos pretende aplastar a los insurgentes sunníes y desmantelar los escuadrones chi'íes de la muerte de una vez por todas? ¿Dónde está su compromiso con los millones de iraquíes que votaron al futuro mejor que les ofrecimos, y con la derrota incondicional de aquellos dedicados a cualquier precio a impedir que lo alcancen? ¿Y dónde está el recordatorio del comandante en jefe de que si los generales que gestionan la guerra no saben concebir cómo ganarla, él, al igual que Lincoln, les reemplazará por otros que sepan?

Por lo que los americanos no tienen paciencia es por PERDER -- no por las bajas o por una guerra prolongada. Que Bush deje claro que es serio con la victoria, y que hará lo que sea necesario para lograrla. El apoyo político que necesita surgirá por sí solo.

Jeff Jacoby es columnista de The Boston Globe. Sus artículos pueden recibirse en www.jeffjacoby.com

La Razón (España)

 


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