Es cierto que nadie puede asumirse como un simple espectador de este drama que afecta a todos por igual. Sin embargo, la recomendación de las cotufas sigue vigente. En especial por la peculiaridad del actual momento político, en el que algunos indicios permiten vislumbrar cambios en los niveles de respaldo eufórico al "proceso" y en la vocería de la disidencia.

Pese a que el asunto tiene su ritmo y su propio volumen, no es irrelevante que las inquietudes de algunos sectores oficialistas comiencen a asemejarse a las viejas preocupaciones de la oposición. Tanto más en un contexto como el venezolano, donde el ejercicio de la razón fue triturado por la dinámica de la destrucción de las instituciones tradicionales. Por ello no es poca cosa que el coro democrático tienda a nutrirse con nuevas voces, procedentes ahora tanto del campo de la intelligentsia - la primera en pronunciarse -, como de la "privillentsia" bolivariana, que lo hará tan pronto el ultraje se haga insoportable.

Tampoco es despreciable el acelerado aunque discreto desplazamiento de la que hasta hace poco se pavoneaba como la encumbrada elite revolucionaria, cuyas congojas están agitando la trama plana de esta película en la que Chávez no desea compartir "protagonismos-participativos". Objeto de una calculada indiferencia, el elenco estelar de estos ocho años es por estos días el blanco de un enérgico manotón, con el que el Presidente busca aniquilar cualquier vestigio del "intermediarismo" institucional de la democracia clásica, y por carambola lógica, a los exponentes más conspicuos y respingados del "burocratismo quintarepublicano", todos abstraídos por la conducta y también por los hábitos de consumo propios de la política "liberal-burguesa".

El sacrificio de esa constelación de obsecuentes rostros no es una operación menor. Hombre de símbolos, Chávez ha calculado que con la anulación de la Asamblea y de sus figuras iconos complacería la vieja aspiración de al menos un segmento de su electorado, para el cual todos los medios naturales de la política (los partidos, sus escenarios y foros de discusión, sus cuadros dirigenciales, sus sabihondos y grandilocuentes voceros) son basura desechable... Nadie debe esperar, por lo pronto, que éstos pasen a conformar una causa común con la oposición. Pero el hecho de que las desviaciones antidemocráticas consigan otros denunciantes mantendrá la búsqueda de los caminos para la lucha. La sola existencia de esa búsqueda, como diría Tolstoi, es una prueba de que la guerra no está perdida.

rmarcano@movistar.net.ve