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01/07/2007 | Reforma tributaria, el ejemplo báltico

Daniel J. Mitchell

Cuando se trata de impuestos, algunas de las economías más competitivas de repente parecen países en desarrollo. El sistema tributario de Estado Unidos está entre los peores seguido muy de cerca por los de Europa Occidental.

 

De acuerdo al Banco Mundial, solamente otras cuatro naciones, incluyendo Gran Bretaña, tienen códigos tributarios más largos que el de Estados Unidos. El Foro Económico Mundial no es tan generoso: en un reciente ranking de eficiencia tributaria, Estados Unidos se encontraba en el último lugar, un “honor” frecuentemente concedido a Alemania en el pasado. Varios factores hacen que los sistemas tributarios de estos países sean poco competitivos, como las altas tasas por sobre los ahorros y la inversión, la excesiva complejidad, y, en el caso de Estados Unidos, la práctica auto-destructiva de tributación mundial.

Cualquiera que esté interesado en ver de cerca lo que un sistema tributario simple y justo puede ayudar a lograr debería visitar Estonia. Luego de independizarse de la Unión Soviética, ese pequeño país báltico primero se jugó la suerte con el sistema tributario progresivo que es tan popular en el Occidente. Las personas productivas eran castigadas con tasas tributarias más altas y los ahorros e inversiones —el motor de la prosperidad del futuro— estaban sujetos a una doble tributación. No es sorprendente, por lo tanto, que Estonia no haya prosperado. Para ser justos, el sistema tributario era solo uno de los muchos problemas que plagaban a la nación. Pero fue irónico que Estonia obstaculizara su recuperación económica de la esclavitud comunista mediante un régimen fiscal —la tributación progresiva— que había sido defendido por Karl Marx. No es menos irónico el hecho de que gran parte de las economías capitalistas hayan adoptado ese modelo tributario contraproducente.

Buscando una nueva solución para desarrollar su economía, Estonia adoptó un impuesto uniforme de 26% en 1994 y nunca se ha arrepentido. Combinado con otras reformas de libre mercado, el impuesto uniforme ha ayudado a Estonia a convertirse en una de las economías con mayor crecimiento en el mundo. Tallinn ahora es una ciudad en auge, repleta de autos costosos, tiendas elegantes, restaurantes de moda y nuevas construcciones. El sistema de Estonia no es una versión totalmente pura del modelo del impuesto uniforme. Pero está notablemente libre de distorsiones, exenciones, trucos y penalidades. La tasa fija se aplica a los ingresos personales y a la renta de los negocios. Y puesto que uno de los principios dominantes del impuesto uniforme es que la renta se debe gravar solamente una vez, no hay impuesto a la muerte, ningún impuesto a la riqueza ni doble tributación a los ahorros o dividendos.

Quizás lo más impresionante es que el país ha refinado continuamente el sistema. El impuesto fijo fue reducido a un 22%, y esta previsto que baje – un punto porcentual al año – hasta llegar a un 18% en el 2011. La reforma fiscal corporativa de Estonia, que entró en vigencia en el 2000, es particularmente impresionante. En sentido práctico, el país eliminó el impuesto sobre la renta corporativa. En su lugar, ahora hay un sistema simple de flujo de efectivo que requiere a las compañías retener el 22% de los dividendos enviados a los accionistas. Esto significa que las compañías no tienen que preocuparse de las reglas de depreciación y de otras provisiones complicadas que toman tanto tiempo y esfuerzo de los gerentes en América y Europa Occidental.

Con un sistema tributario tan simple y justo, es poco sorprendente que ahora Estonia sea considerada el “Tigre de los Balcanes”, creciendo más rápido que todas las otras economías post-soviéticas. En los últimos seis años su crecimiento ha promediado cerca de 9%. Y esa cifra está ajustada para la inflación.

Las bajas tasas de impuestos y su simplicidad han reducido sustancialmente la evasión de impuestos y generado un gran efecto de Curva de Laffer. Aunque (o quizás porque) se han cortado las tasas de impuestos, los ingresos fiscales por impuestos sobre la renta se han casi duplicado desde el 2000 y los ingresos por impuestos corporativos han subido en más de 300%.

Podemos estar seguros que el sistema de Estonia tampoco es perfecto. El impuesto uniforme permite algunas deducciones, incluyendo los pagos de intereses por hipoteca. Pero los contribuyentes no pueden deducir más de 50.000 coronas (menos de €3.200) al año. Y también hay un impuesto a las ganancias sobre el capital, el cual viola el principio de gravar el ingreso sólo una vez.

El resto del sistema fiscal también deja poco que desear. Las imposiciones fiscales a las nominas son de 33% (aunque cuatro puntos del porcentaje entran una cuenta de jubilación personal), lo que quiere decir que todavía quedan incentivos de ocultar los salarios de las autoridades tributarias. Y también hay un impuesto al valor añadido de un 18%.

Quizás lo mas preocupante es que el gasto gubernamental es muy alto, llegando a constatar casi un 37% de la producción económica. “Esta es la desventaja de un crecimiento rápido del ingreso” comenta Paul Vahur del Estonian Free Society Institute. “El gobierno es capaz de gastar más dinero en vez de limitar el tamaño del Estado”.

Sin embargo, comparada con otras naciones Europeas, Estonia está en buen estado. El impuesto uniforme ha sido un enorme éxito, razón por la cual otras 12 naciones de Europa Occidental y Central han seguido su ejemplo y han adoptado sistemas tributarios de una sola gravación. Quizás, algún día, Estados Unidos y Europa Occidental tendrán un sistema de impuestos simple y justo.

Este artículo fue originalmente publicado en el Wall Street Journal Europe el 20 de Junio de 2007.

Traducido por Roseiby Dájer para Cato Institute.

El Cato (Estados Unidos)

 



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