Sin embargo de los 53 jefes de Estado africanos, 12 llevan más de 20 años instalados en el poder. Las esperanzas abiertas entonces se han transformado en más de un caso en frustración. Cierto que hay menos conflictos (se han cerrado en Angola, Sierra Leona, Liberia, Ruanda, Burundi, RDC, Congo-Brazzaville y el sur de Sudán), y que la desgarrada Costa de Marfil parece ir -a trancas y barrancas-hacia un arreglo, pero el drama de Darfur no sólo se enquista sino que se ha extendido a países limítrofes, como Chad y República Centroafricana.

Somalia sigue en el limbo, con una indisimulada invasión etíope. Zimbabue, antiguo granero de África, se hunde por culpa de un Mugabe que ha dilapidado todo su caudal político. Nigeria ha celebrado unas elecciones fraudulentas, mientras que la República Democrática de Congo, donde sigue desplegada la mayor misión de la ONU, celebró unos comicios bastante decentes, pero el victorioso Joseph Kabila no parece capaz de sacar al país del abismo y en el este del gigante africano las guerrillas siguen saqueando y hostigando a la población.

Guinea Ecuatorial nada en petróleo, pero la riqueza, como en Gabón, Angola y Nigeria, sólo favorece a la endogámica clase dirigente. No conviene olvidar, sin embargo, que no hay una sino muchas Áfricas, y que Botsuana, Cabo Verde, Ghana, Malí, Mauricio, Namibia, Seychelles, Suráfrica y Tanzania son democracias consolidadas.

El mundo progresa en su lucha contra la pobreza. Si en 1992 el porcentaje de quienes vivían con menos de un dólar al día en el campo subdesarrollado era del 32 por ciento, hoy esa cifra es el 19,2 por ciento. El ritmo en África es más lento. Aunque su economía está creciendo más de prisa que la generación anterior y está llevando a la escuela más rápidamente a más niños que ninguna otra región, la pobreza extrema se ha reducido de un 46 por ciento en 1990 a un 41 por ciento: muy lejos del objetivo trazado por la ONU en 2000 de reducirla al 22 por ciento en 2015. Hambre y malnutrición mandan en África subsahariana: la proporción de menores de cinco años malnutridos ha bajado sólo del 33 por ciento en 1990 al 29 por ciento en 2005.

El lento progreso se debe también a que su población aumenta rápidamente: si en 1990 eran 237 los millones de africanos que tenían menos de 14 años, hoy son 348 millones, y se espera que superen los 400 millones en 2015.