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26/08/2007 | Ártico - La nueva fiebre del oro... negro

Miguel Angel Barroso

«El Ártico es nuestro». La frase lapidaria de Artur Chilingarov, jefe de la expedición que, a principios de agosto, plantó una cápsula de titanio con la bandera rusa en el lecho del océano glacial Ártico, a 4.200 metros de profundidad, ha disparado las alarmas en Estados Unidos, Noruega, Dinamarca y Canadá, que nunca han ocultado sus intereses en la región.

 

Unos y otros dibujan líneas fronterizas a conveniencia sobre un hielo que se derrite a causa del calentamiento del planeta. El botín no es moco de pavo: unas reservas de hidrocarburos que los rusos calculan en 10.000 millones de toneladas en la zona reclamada, un triángulo de 1,2 millones de kilómetros cuadrados que llega hasta el Polo Norte.

En total se calcula que un 25 por ciento de las reservas mundiales sin descubrir de petróleo y gas se encuentran allí. Moscú sostiene que la cordillera submarina Lomonosov es una extensión de la plataforma continental rusa y eso justificaría sus pretensiones. La insistencia ha llegado hace un par de días: «Hemos obtenido pruebas suficientes para demostrarlo», asegura Víctor Poselov, subdirector del Instituto de Investigación Científica «Okeangueologuia». Poselov basa su optimismo en el material geofísico recabado por los batiscafos Mir-1 y Mir-2. Para cimentar aún más sus argumentos, Rusia prepara ya una nueva expedición que partirá en noviembre. No quiere perder la iniciativa en esta nueva fiebre del oro... negro.

Soberanía: ejercerla o perderla

Pero la competencia también mueve ficha. Stephen Harper, primer ministro canadiense, anunció la construcción de un nuevo puerto de aguas profundas y de una base de adiestramiento militar para climas fríos durante su reciente visita a Resolute Bay, un remoto asentamiento inuit en el extremo noreste del país. «El primer principio de la soberanía del Ártico es ejercerla o perderla», aseguró. Harper ha defendido esta misma semana ante George Bush las reivindicaciones canadienses sobre el llamado Pasaje del Noroeste, un tramo de océano helado en el Ártico que conecta el Atlántico y el Pacífico. Estados Unidos, la Unión Europea y Rusia lo consideran aguas internacionales. Entretanto, Dinamarca acaba de enviar una misión a la zona para demostrar que el disputado «espinazo» de Lomonosov es, en realidad, continuación de Groenlandia, bajo soberanía danesa. Peter Taksoe-Jensen, subsecretario para asuntos legales del Ministerio de Exteriores danés, ha declarado que «si tienes la posibilidad de extender la soberanía de tu país, debes explorarla».

«La dificultad para establecer la propiedad estriba en que, a diferencia de la Antártida, que es un continente, el Ártico es un océano helado, sujeto al régimen de las aguas», apunta Antonio Remiro, catedrático de Derecho Internacional de la Universidad Autónoma de Madrid. «Sin embargo, el deshielo y los avances tecnológicos están provocando un cambio en la geopolítica de la región. En este nuevo decorado, los países ribereños podrán reclamar sus derechos sobre la plataforma continental residual que está más allá de su jurisdicción». Según el artículo 76 de la Convención de la ONU sobre el Derecho del Mar, un estado puede exigir una zona exclusiva de 200 millas náuticas de derechos sobre el lecho y el subsuelo marinos. Una norma cuestionada casi desde que se redactó. «Si los litigantes que deseen ir más allá se ponen de acuerdo, lo decidirán entre ellos -continúa Remiro-. En caso contrario, la expansión de la plataforma continental dependerá de las pruebas presentadas ante la comisión creada ad hoc. Si la negociación fracasa, habrá conflicto». La pregunta del millón es si la legislación internacional podrá preservar el Ártico en los próximos años.

Una inopinada oportunidad

Los efectos del calentamiento global sobre la banquisa es el factor clave en esta fiebre reivindicativa. Científicos norteamericanos revelaron en junio que el deshielo se está produciendo tres veces más rápido de lo previsto, lo que significa que la región quedará «despejada» en el verano de 2020. Aguas navegables durante unos meses: una oportunidad demasiado tentadora para dejarla escapar. «Es como celebrar que estás cavando tu propia tumba», se lamenta Raquel Montón, responsable de la campaña contra el cambio climático de Greenpeace. «Aprovecharse de esta situación para conseguir más combustibles fósiles y seguir destruyendo el planeta... Increíble. El Ártico, un ecosistema frágil y vital para la salud de la Tierra, debería ser inexpugnable. Pero la legislación es muy laxa al tratarse de un océano helado».

La gran paradoja es que, en plena celebración del Año Polar Internacional, los mismos países que venden ecología hagan lo propio con la explotación de los recursos naturales. «No parece procedente que en un tiempo en que se debería promover la conservación y el conocimiento del Ártico se organicen expediciones con fines comerciales», sostiene José María Jayme, director de la Fundación Regiones Polares (www.fundacionregionespolares.org). «Es como abrir la caja de Pandora». Claro que no es por dinero. Es por mucho dinero.

 

ABC (España)

 



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