Nadie sabe a ciencia cierta a que religión pertenece nuestro Presidente.
Hugo Chávez es posiblemente uno de los presidentes más poderosos del planeta. De una comparación con otros dignatarios, uno puede concluir rápidamente que, en primer lugar, no tiene ningún tipo de restricciones institucionales.
Otros presidentes de naciones mucho más poderosas económica y militarmente que la nuestra, están, sin embargo, sometidos a múltiples controles de sus congresos y a la supervisión de sus tribunales de justicia. No es ese el caso de nuestro Presidente.
En segundo lugar, no tiene restricciones político-partidistas. En el mundo democrático, los jefes de Estado usualmente pertenecen a un partido político al cual tienen que reportar y el cual les impone ciertos límites a sus actuaciones so pena de abandonarlos en el ejercicio del Gobierno. No es el caso de nuestro Presidente.
En tercer lugar, no tiene restricciones ideológicas. No sufre las limitaciones que le impone, por ejemplo, a un Fidel Castro su ortodoxia socialista. Nuestro Presidente se orienta por un socialismo del siglo XXI que va siendo lo que a él se le ocurra que sea.
En cuarto lugar, no tiene restricciones religiosas. Existen, por ejemplo, jefes de Estado a la cabeza de naciones ricas como las del Medio Oriente, que tienen un marco de actuación dictado por el Islam, el cual les impone un cierto código de comportamiento y les impide hacer determinadas cosas. Nadie sabe a ciencia cierta a que religión pertenece nuestro Presidente, si es que pertenece a alguna.
En quinto lugar, no tiene restricciones presupuestarias. Pocos presidentes pueden manejar a su antojo cuarenta o cincuenta mil millones de dólares como lo hace el nuestro.
En este contexto de poder casi ilimitado, el Presidente pide una reforma constitucional. ¿Para qué? Para hacer del poder ilimitado en el espacio, un poder también ilimitado en el tiempo. Lo que pretende levantar la reforma constitucional es una de las pocas restricciones que permanecen: la restricción temporal.
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