Cierto, parece cada vez más evidente que algunos de los candidatos menores, como el senador republicano Sam Brownback, o el ex senador demócrata Mike Gravel, estarán entre los primeros en ser descartados por gusto o por fuerza.

Cierto también, que candidatos como los senadores Hillary Rodham Clinton y Barack Obama y el ex senador John Edwards parecen absorber el oxígeno —por no decir el dinero— en la campaña demócrata, mientras que el debate y los ataques entre Rudy Giuliani y Mitt Romney, así como el anunciado debut de Fred Thompson, acaparan la atención entre los republicanos.

Pero a pesar de la atención en esos dos grupos de aspirantes y aunque parece seguro que el próximo presidente de Estados Unidos será ella o uno de ellos, todavía nada está escrito.

Claro, en términos de dinero, Rodham Clinton y Obama por un lado; Giuliani y Romney por el otro, se llevan el gato al agua en una política en la que la disponibilidad de recursos cuenta tanto o más que la popularidad y el programa de propuestas.

Pero al mismo tiempo, es difícil subestimar la irritación de los estadounidenses, que a pesar de guerras y gastos militares y de seguridad sin precedentes siguen sin sentirse seguros, y algunos creen que el resto del mundo se aprovecha y abusa de ellos con la complicidad de su propio gobierno y sus propias grandes compañías.

Esa cólera, si se quiere, está a flor de piel por lo menos en algunos sectores, tal vez los más militantes en los partidos. La extrema derecha estadounidense que parece haberse apoderado del debate en el partido republicano no deja de denunciar las creencias moderadas de Giuliani en temas como migración, aunque eso represente reforzar la candidatura de un camaleón político que hace poco se las daba de moderado como Romney, o como Thompson, un actor de carácter que quiere que al verlo los estadounidenses piensen en un actor de segunda, Ronald Reagan.

Entre los demócratas, la izquierda —si se acepta que los sindicatos estadounidenses son de izquierda— se queja de la fuga de empleos y hasta de problemas de seguridad como los que a su juicio pueda causar la entrada de los camiones de carga mexicanos, especialmente por la posibilidad de que en alguna forma puedan tener impacto sobre sus ingresos.

Sea lo que sea, la parte más álgida de la campaña prepresidencial se verá en los próximos cuatro o cinco meses, cuando los aspirantes afinen sus posiciones de acuerdo con el impacto que los grupos de poder puedan lograr sobre ellos, sea por sus contribuciones económicas o por su presunta fortaleza política.

Y si alguien se interesa, México podría verse muy bien en el centro de algunas de esas preocupaciones y en la agenda de los candidatos. Un lugar en el que el país no quisiera estar.