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16/12/2007 | El Nobel del racismo

Francesco Zaratti

James Dewey Watson es un biólogo norteamericano que el año 1953 descubrió, junto a los biofísicos británicos Francis Crick y Maurice Wilkins, el mecanismo básico de reproducción de la vida, la famosa doble hélice del ADN. Ese descubrimiento significó el nacimiento de la genética molecular moderna y valió a los tres científicos el premio Nobel de la Medicina nueve años después.

 

Pero ya en los años 90 Watson desató una polémica por proponer el aborto en caso de que el análisis genético del feto mostrara indicios de homosexualidad

Hace pocas semanas, 45 años después de haber recibido el Nobel, James Watson, con 79 años a cuestas, ha vuelto a las primeras planas de los periódicos debido a unas desafortunadas declaraciones acerca de la presunta inferioridad intelectual de los africanos de piel negra con respecto a los blancos. Literalmente, Watson declaró su pesimismo acerca de las perspectivas de desarrollo de África: “Porque nuestras políticas sociales (en favor de aquel continente) están basadas en la creencia de que su inteligencia es la misma que la nuestra, cuando todas las pruebas dicen que no es así”.

No se puede excluir que el científico quiso promocionar así su nuevo libro, pero la reacción unánime del mundo científico, la sociedad civil y la prensa ha obligado a Watson a pedir disculpas públicamente y anticipar su retiro, dimitiendo del cargo de presidente de un prestigioso laboratorio de investigación genética.

Para colmo de males, el genoma de Watson, que el mismo científico había puesto a disposición de la ciencia en la internet, ha sido analizado y se le ha encontrado que los “genes del genio” procedentes de la raza negra son un 16 por ciento más que el promedio de un hombre de raza blanca europea. Conclusión inapelable: Watson tuvo un bisabuelo de color.

Ese resultado no le quitará, desde luego, el premio Nobel, pero ratifica al investigador, no sólo metafóricamente, como la oveja negra de la ciencia en este año.

Hay un par de lecciones en esta historia. La primera es que los científicos, y los premios Nobel en particular, suelen tener un gran capital de prestigio ante la opinión pública y no deberían desperdiciarlo metiendo su cuchara en asuntos que no dominan, sobre todo en temas filosóficos, religiosos o sociales. La historia de la ciencia está llena de barbaridades que eminentes científicos escribieron o dijeron cuando se metieron en asuntos que no conocían.

La otra lección es que, si un científico decidiera opinar en asuntos éticos o religiosos, debería hacerlo con responsabilidad. El haber puesto su genoma en la internet para “el interés de la ciencia” ha expuesto a Watson a ser ridiculizado con su misma ciencia.

Ojalá que los que escupen racismo por la boca, las manos y los pies, como tristemente estamos experimentando en Bolivia en los últimos tiempos, y también los que, con la ideología del resentimiento, están transformando a Bolivia en una sociedad multiracista, pongan también ellos su genoma a disposición de la ciencia y permitan analizar y cuantificar la mezcla multiétnica de la cual toda familia boliviana debería estar orgullosa.

La Razón (Bo) (Bolivia)

 



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