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30/03/2011 | La primera guerra de Obama

Jorge Ramos Ávalos

Mientras el presidente se ponía el micrófono para la entrevista por televisión, le dije lo que muchos periodistas que lo seguíamos en su primera gira latinoamericana estábamos pensando; que resultaba sumamente complicado dirigir una guerra en Libia mientras visitaba Brasil, Chile y El Salvador acompañado de su esposa e hijas. Eso es estar ocupado. Eso es dirigir una guerra desde el aire.

 

Comencé la entrevista preguntándole sobre su “primer guerra”. Pero inmediatamente me corrigió. “Desafortunadamente, esta no es mi primera guerra”, me dijo, “heredé dos”. Pero quería saber cuál era exactamente la misión militar de Estados Unidos en Libia: ¿proteger a civiles, promover la democracia o deshacerse del dictador Moamar Kadafi?

“Esta es una misión muy específica, limitada, para apoyar un esfuerzo internacional que prevenga una crisis humanitaria en Libia”, contestó, “y establecer una zona donde no vuelen aviones para que Kadafi no pueda usar a su ejército contra su propia gente.”

¿Pero qué pasa si, a pesar de los ataques de la coalición internacional, Kadafi se queda en el poder? ¿Se puede descartar una invasión terrestre? “Una invasión terrestre está descartada. Absolutamente”, dijo. “Ahora, creo que es en el mejor interés del mundo y de la gente en Libia que Kadafi deje el poder, y hay varias medidas disponibles para lograr eso.”

Estados Unidos, algunas veces, desafía a dictadores como Kadafi, el iraquí Saddam Hussein, el egipcio Hosni Mubarak o el panameño Manuel Antonio Noriega. Pero otras veces no. Estados Unidos tiene relaciones diplomáticas excepcionales con regímenes autoritarios como el de China y Arabia Saudita. ¿Por qué esa doble moral en la política exterior norteamericana?

“No es una doble moral”, me explicó el presidente. “La de (Libia) es una situación única…Lidiamos con países, todo el tiempo, que no tienen el mismo modelo de gobierno que nos gustaría, y en esos casos usamos la diplomacia y expresamos los valores universales en los que creemos.”

Y del mundo árabe saltamos a América Latina. La operación Rápido y Furioso –que permitió el paso de armas de Estados Unidos a México para que cayeran en manos de narcotraficantes y criminales, con el objetivo de ser rastreadas– ha generado mucha tensión entre ambos países. ¿Usted autorizó esta operación y le informó al respecto al presidente de México, Felipe Calderón?

“Yo no la autoricé. El procurador general, Eric Holder, no la autorizó”, respondió. “Así que hemos iniciado una investigación para saber qué pasó”.

“¿Y a usted no le informaron tampoco?”, pregunté.

“Absolutamente no”, me dijo. “Este es un gobierno muy grande, tiene muchas partes”.

“¿Y el presidente Calderón tampoco fue informado?”

“Bueno, si yo no fui informado, te puedo asegurar que México tampoco fue informado”.

Y de ahí pasamos a su primera gira por Latinoamérica. Los tres presidentes que escogió para visitar –Dilma Rousseff de Brasil, Sebastián Piñera de Chile y Mauricio Funes de El Salvador– son, a pesar de sus tendencias políticas, líderes que se han distinguido por su pragmatismo y que han ayudado a consolidar la democracia en sus naciones.

“La ideología ya no es importante”, me comentó. “La gente quiere saber qué funciona. Están menos interesados en la ideología, si esto es de derecha o de izquierda. Quieren saber si sus hijos están bien educados, cómo desarrollar los negocios, si sus niveles de vida están mejorando, si la gente está más segura. Es una enorme oportunidad para Estados Unidos y América Latina el poder pensar en esos términos prácticos para ayudar a la gente”.

Estos son, sin duda, nuevos tiempos. Tras seguir (y perseguir) al presidente durante su primera gira latinoamericana, sí noté que Obama está cambiando poco a poco la imagen de Estados Unidos en la región. Y en el mundo. No es Bush.

Su manera de hacer la guerra (y la paz) es distinta. Es un trato entre iguales. Este premio Nobel de la Paz, seguramente, no volverá a recibir nunca más esa misma condecoración. Pero Obama no quiso atacar Libia solo; esperó una resolución de Naciones Unidas para hacerlo y ha coordinado los ataques con una coalición internacional.

Es otra manera de estar en el mundo. ¿Qué otro presidente ha seguido un ataque norteamericano al norte de Africa frente a las playas de Copacabana?

No deja de sorprenderme que en estos nuevos tiempos una guerra se puede declarar, organizar y dirigir desde arriba de un avión presidencial –en medio de una gira centrada en el comercio– y a miles de millas de distancia de la zona de combate. Nunca lo había visto antes. Es otro estilo de gobernar y de atacar. Y se nota.

Twitter @jorgeramosnews

Miami Herald (Estados Unidos)

 


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