En vísperas de la IV Cumbre de las Américas a realizarse en la ciudad de Mar del Plata, la preferencia por no tomar subtes en Buenos Aires, evitar cajeros automáticos y empresas de origen norteamericanas, son algunas de las medidas que a modo preventivo algunos sugieren temiendo la eventualidad de un atentado terrorista, mientras otros las conciben como sumamente paranoicas.
No obstante, es indudable que en estos días en la Argentina estamos ante síntomas que son propios de la sensación de inseguridad internacional, generada ante la trascendencia que esta cumbre en la ciudad balnearia de la costa atlántica argentina supone.
Similar a la sensación de inseguridad a la que reiteradamente se suelen hacer referencias como producto de la delincuencia y la influencia de los medios de comunicación, este tipo de inseguridad en particular es aquella generada por el temor a ser víctimas del terrorismo y por la retroalimentación de acontecimientos terroristas a nivel mundial.
Instalada en el imaginario colectivo con criterios tanto geográficos —aeropuertos, embajadas, templos religiosos, empresas de capitales extranjeros— como temporales —ante acontecimientos de trascendencia internacional—, no podemos ser indiferentes ante la contemporaneidad del mundo de hoy con los riesgos y amenazas latentes a los que estamos expuestos.
De allí que hoy la sensación de inseguridad internacional se pueda medir en Buenos Aires, y que el terrorismo —con o sin su efectivo accionar— condicione la voluntad de la gente en detrimento de nuestras libertades.
Por lo pronto la paranoia es mala consejera, tanto para nuestras libertades como para la prevención del terrorismo; mientras a las agencias estatales encargadas de lidiar con la amenaza —tanto en su acción preventiva como reactiva— les compete su complejo tratamiento, evitando toda alarma injustificada entre la sociedad, pero alertas ante el contexto global convulsionado que no puede desconocerse
