Decapitaciones, fosas comunes y ajustes de cuenta. Desde que el presidente Calderón declaró la guerra a los carteles de la droga, suman ya más de 50.000 las muertes asociadas a la violencia del crimen organizado. Después del asesinato de su hijo, el poeta Javier Sicilia, junto con otros familiares de víctimas, busca sacudir la conciencia de la sociedad mexicana y llevar a las calles la indignación
Si los
pasos devolvieran la vida, los 50.000 muertos que ha dejado la llamada
"guerra contra el narcotráfico" en México en los últimos cinco años
saldrían de las tinieblas. Pasos como los que ha dado el poeta Javier Sicilia
desde que unos sicarios asesinaron a su hijo este año. Su movimiento por la paz
ha recorrido el país de punta a cabo. Once mil kilómetros para ponerles nombre
a los muertos. Once mil kilómetros para reclamar al gobierno justicia y un
cambio en su errática estrategia contra el crimen organizado. Miles y miles de
pasos con un solo objetivo: remover la conciencia de la sociedad mexicana para
exigir, sin miedo, el fin de una violencia que parece interminable.
El drama
de Sicilia es el mismo de miles de mexicanos, víctimas de una violencia
desenfrenada. Mexicanos con nombre, como Juan Francisco, el hijo asesinado del
poeta, y mexicanos "sin nombre", cientos de personas enterradas sin
identificar o desaparecidas porque ningún poder público se ha preocupado de
confeccionar una lista de víctimas.
México,
lindo y fallido, se desangra en cada esquina. Pero algunas voces, como las que
hablan para Enfoques, no han perdido la esperanza. Por cada bala disparada, en
algún rincón del país resuena el grito decidido de "¡basta ya!".
Claman contra los crímenes de los carteles, sí, pero sobre todo se indignan por
la actitud de una clase política carcomida por la corrupción e incapaz de
encarar el problema del narcotráfico de otro modo que no sea el puramente
represivo, obviando los factores que lo alimentan: la pobreza, la desigualdad
social, la corrupción, el lavado de dinero?
A Juan
Francisco Sicilia, un joven de 24 años, lo torturaron y lo estrangularon hasta
la muerte junto a otras seis personas el pasado 28 de marzo. Los cadáveres
aparecieron maniatados en un auto a las afueras de Cuernavaca, la ciudad de la
"eterna primavera", como la definió Humboldt, villa apacible en su
día y atormentada hoy por las balas del cartel de los Beltrán Leyva. Como suele
ser habitual, los sicarios dejaron un mensaje junto a sus víctimas. Los
acusaban de ser confidentes del ejército, algo que nunca se ha probado. De
momento, hay tres detenidos, pero todavía no se ha esclarecido el móvil de los
asesinatos.
La
muerte de Juan Francisco Sicilia marcó un antes y un después en la respuesta de
la sociedad civil ante la violencia generada por la "guerra contra el
narcotráfico". Javier Sicilia se encontraba de viaje en Filipinas cuando
se perpetró el atentado. Al llegar a México, le dedicó un poema a su hijo, los
últimos versos que -dijo- escribiría. Porque ahora Sicilia sólo quiere caminar,
dar un paso detrás de otro en busca de nombres, de respuestas, de soluciones.
El Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad nació de ese impulso y ya ha
realizado dos giras por todo el país. La primera, hace tres meses, por el norte
del país. La segunda, en el Sur, concluyó hace unos días. Y la tercera ya está
en la mente del poeta.
"Tenemos
que seguir porque los muertos continúan, la violencia recrudece, han irrumpido
grupos de paramilitares y el miedo y la inseguridad están a flor de piel."
Sicilia, 55 años, habla pausadamente, con un tono grave, como si estuviera
declamando un soneto de Alfonso Reyes. Pero está denunciando crímenes
horrendos. Desde Monterrey, donde participa en una reunión con la fiscalía
general de Nuevo León para interesarse por casos de desaparecidos, Sicilia
explica la importancia de seguir reclamando justicia: "Nuestro movimiento
está intentando sensibilizar a la sociedad para que se organice, y poco a poco
se ven avances, pero hay también mucha impotencia porque todos los días tenemos
personas decapitadas, y la gente empieza a perder la esperanza". La voz de
Sicilia revela un punto de agotamiento: "Falta muchísimo todavía, hay
grandes cargas de terror y de idiotez también en los partidos políticos; somos
un país muy complejo y los distintos gobiernos y los medios contribuyeron a que
no emergiera una verdadera conciencia ciudadana".
El
fenómeno del narcotráfico lleva varias décadas asfixiando a la sociedad
mexicana. Pero nunca como en los últimos cinco años, en los que la cifra de
muertos se disparó. Nada más llegar al poder, en diciembre de 2006, el
presidente Felipe Calderón, del conservador Partido de Acción Nacional (PAN),
decidió afrontar el problema desplegando el ejército en las zonas más
castigadas por la violencia. Una estrategia desastrosa que no ha logrado
debilitar a los grandes carteles (Sinaloa, Los Zetas, Tijuana, Juárez, Golfo,
Beltrán Leyva y La Familia) y ha sembrado el país de cadáveres. A pesar de que
el discurso oficial insiste en que en la "guerra contra el
narcotráfico" la mayoría de los 50.000 muertos son sicarios de los propios
carteles, las víctimas civiles se cuentan por miles. Según las organizaciones
de derechos humanos, entre las "bajas" de esta sangría humana hay
1400 niños, además de 10.000 desaparecidos y más de 200.000 desplazados. Ni la
guerra de Afganistán arroja una estadística tan negra. "Mire bien nuestros
rostros, señor presidente, ¿le parecemos bajas colaterales, números
estadísticos, el uno por ciento de los muertos? Usted debe pedir perdón",
le espetó Sicilia a Calderón en junio, en el primero de los dos encuentros que
ha mantenido con el mandatario. Y hace diez días, cuando el presidente convocó
a su movimiento de nuevo en el castillo de Chapultepec, Sicilia insistió:
"Las bajas colaterales tienen historia y nombre", una frase que el
poeta repite en la conversación con Enfoques.
Historias
como la de su hijo o como la de los cuatro hijos asesinados de María Elena
Herrera, que ahora acompaña al poeta en su particular cruzada. Historias como
la de Marisela Escobedo, cuya hija de 16 años fue asesinada en Ciudad Juárez en
2008. Marisela reclamó justicia para su hija allá donde pudo. Ignorada, se
plantó ante el palacio de gobierno de Chihuahua, durmiendo en la vereda, y allí
mismo fue ejecutada un día de diciembre de 2010.
Hay
otras historias a las que, sin embargo, el narcotráfico no ha logrado ponerles
el punto final. A Jaime Rodríguez Calderón le llovieron 2500 balas mientras se
protegía en su automóvil blindado de un ataque narco lanzado desde una caravana
de dieciséis vehículos con hombres armados. Rodríguez, 53 años, es el
intendente de García, una ciudad de 200.000 habitantes que no está en Libia
sino en el estado de Nuevo León, fronterizo con Estados Unidos. Uno de sus
escoltas murió en la balacera. Ese fue uno de los tres atentados que ha sufrido
Rodríguez, un político del opositor Partido Revolucionario Institucional (PRI)
que al llegar a su despacho en 2009 tomó una decisión que le pudo costar la
vida: "Tuve que echar a los 300 policías que tenía a mi servicio porque
todos trabajaban para Los Zetas", comenta Rodríguez en conversación
telefónica. Y el crimen organizado quiso pasarle factura: "Salí con suerte
de los tres atentados, bendito Dios", se congratula el alcalde, que
antepone su obligación como funcionario público al miedo que reconoce haber
sentido por plantarles cara a los carteles: "Los sacamos de nuestra ciudad
y no van a regresar". Rodríguez sustituyó a toda la policía por agentes de
su confianza y promovió programas sociales para los jóvenes, carne de cañón de
la que se nutren las milicias del hampa en muchas ciudades del norte de México.
Pero al contrario que Sicilia, Rodríguez cree que la mano dura también es
necesaria para acabar con la violencia. "El movimiento de Sicilia es
positivo para que la autoridad sea sensible con el problema, pero a los
delincuentes no se los va a frenar mandándoles florecitas o poemas; hay que
exterminarlos", advierte.
Netzaí
Sandoval, sin embargo, no cree que el exterminio sea la solución. Este abogado
mexicano ha congregado a intelectuales, académicos y defensores de derechos
humanos para llevar adelante una acción audaz: denunciar a Calderón, a varios
funcionarios de su gobierno y a capos de la ralea de Joaquín "El
Chapo" Guzmán, líder del cartel de Sinaloa, ante la Corte Penal
Internacional. "Recientemente, la Universidad Nacional Autónoma de México
(UNAM) ha expresado que debe haber una hoja de ruta para el regreso del
ejército a los cuarteles; los soldados han asesinado a civiles, a niños",
denuncia Sandoval desde Ciudad de México, donde la violencia quirúrgica del
crimen organizado no se siente tanto como en otras ciudades del país.
Con aval
norteamericano
Para los
firmantes de la carta y para algunos expertos en narcotráfico, la estrategia de
Calderón de militarizar el conflicto está respaldada por Estados Unidos,
interesado en considerar a los carteles como una forma de terrorismo para
aplicar la "solución armada", en palabras del escritor Sergio
González Rodríguez. "El despliegue del ejército no es la solución; el
narcotráfico es un problema transnacional; hemos propuesto atacar el lavado de
dinero, enfocar el consumo de drogas como un problema de salud pública,
invertir en programas sociales para los jóvenes", proclama Sandoval. Y
recuerda: "Calderón no escucha, no ha puesto en marcha ninguna de esas
iniciativas".
Propuestas
que coinciden con las del movimiento de Javier Sicilia, que ha convocado una
gran marcha para fin de este mes con la consigna de repudiar una vez más la
"guerra contra el narcotráfico". Será otro paso más en su infatigable
búsqueda de la paz, de la justicia, de la dignidad. La fecha coincide con los
días en que los mexicanos recuerdan a sus muertos. "Nosotros honraremos a
nuestros 50.000 muertos", subraya el poeta. Dentro de un tiempo volverá a
recorrer el país, a sumar kilómetros, a dar todos los pasos que sean necesarios
para seguir nombrando a los muertos: "Ojalá pueda ver un país con
justicia, entonces podré escribir versos para mi hija, para mis nietos, para mi
país". Ojalá vuelva a México la poesía.
LAS
CIFRAS DE LA GUERRA
50.000
Son los
muertos que ha dejado la "guerra contra el narcotráfico" desde
diciembre de 2006 (mandato de Calderón)
1400
Los
niños que, según las organizaciones de derechos humanos, han muerto en el
conflicto desde entonces.
10.000
La cifra
de personas desaparecidas, según el Movimiento Paz con Justicia y Dignidad, de
Javier Sicilia
230.000
Los
desplazados por la violencia de los carteles y los abusos del ejército en las
zonas más castigadas por la violencia.
45.000
Son los
soldados desplegados por el presidente Calderón desde 2006 para combatir a los
carteles.
7
Son los
grandes carteles: Sinaloa, Los Zetas, Juárez, Tijuana, Golfo, La Familia y
Beltrán Leyva