LA Unión Europea se había empeñado en lograr un rol ejemplar para su actitud de avanzada en la cumbre del cambio climático. Al final, el paradigma lo fijaron los Estados Unidos y China, los dos contaminadores más grandes. Obama logró un comunicado final cocinado al microondas y China impuso sus intereses jugando con las cartas pegadas al pecho.
Es una lección que pudiera ser de utilidad para quienes promueven las causas en abstracto -el ecologismo, por ejemplo- al margen de la realidad de intereses nacionales confrontados. El realismo más rotundo ha predominado en Copenhague, aunque eso no quiere decir que ya no queden medios para impedir ese fin del mundo del que advierten los profetas del efecto invernadero. En realidad, la diplomacia climática sólo ha hecho que comenzar. Funciona por bloques de naciones. Requerirá de dosis titánicas de voluntad y pragmatismo.
La Unión Europea busca explorar un siglo postbélico, una era de consensos, de postimperialismo y concertación de soberanías. Ese era su objetivo al hacerse disponible -más o menos, como se vio con la reticencia de Polonia- para ejercer una racionalidad pionera en Copenhague. En el mundo de los países emergentes, especialmente en el Africa más pobre, lo que se captó es que Europa estaba dispuesta a firmar cheques casi sin contrapartidas. Es el dilema que describe Zaki Laïdi en su ensayo «La norma sin la fuerza». Europa -la Unión Europea- es un «proyecto normativo», frente a la noción clásica de potencia.
Otros hablan de una preferencia por el «soft power» frente al «hard power» o la opción de Venus frente a Marte. Interdependencia frente a «Realpolitik«. O sea: norma antes que fuerza. Pero tanto como presencia geopolítica como actor en el escenario medioambiental, China juega con el ábaco de la «Realpolitik», como se ha visto en la cancha multilateral de Copenhague. A la Unión Europea le resulta más cómodo concentrarse en la regulación medio-ambiental que ponerse a pensar en una defensa europea. Lo cierto es que si Copenhague era una gran prioridad de la UE, seguramente hacían falta mejores estrategias de negociación, como reconoce el gobierno británico. China supo encabezar su bloque de naciones. Es casi inevitable que se trasladen las culpas a la incapacidad genérica de la ONU.
«Financial Times» habla de «fiasco»; «The Wall Street Journal» ve la cumbre como una «lección sobre limitaciones». Según ambos raseros, la Unión Europea no ha contado mucho. Eso es: el mundo real no está todavía preparado para «proyectos normativos». Es muy delicado implicar a la industria en los costes del calentamiento global cuando los países apenas salen de la recesión. El pinchazo de la gobernación climática global ha sido muy ilustrativo para quienes se ilusionan demasiado con el diseño de una gobernación mundial. Previamente, el pinchazo del Tratado Constitucional europeo también había representado una advertencia.
Mientras en la sede de la cumbre chocaban países ricos y países pobres, en las calles de Copenhague los movimientos radicales del alter-mundialismo se manifestaban con cierta violencia. Son la expresión de una nueva extrema izquierda que ahora conecta la antiglobalización con la revuelta contra lo que en realidad era dar cuerpo posible y reconocimiento a los puntos más acuciantes de la reclamación ecológica. Haber prestado un tono fundamentalista a estas cuestiones responsabiliza a personalidades como Al Gore, porque dificultaron la posibilidad de discernir entre los árboles y el bosque.
