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07/10/2011 | Estar o no estar, es es la cuestión

Walter Oppenheimer

Cuando empezó la crisis financiera en 2008, un grupo de intelectuales y economistas británicos publicaron un pequeño panfleto sobre la libra y el euro, Download 10yearsoftheEuro. Creían que la crisis era una muy buena razón para intentar resucitar el debate sobre el ingreso de la divisa británica. Ese debate nunca existió. La clase política y los medios lo ignoraron por completo.

 

Ahora que es el euro el que está en crisis, no dejan de oírse voces desde el euro-escepticismo, congratulándose de no estar en la moneda europea y asegurando que el país estaría prácticamente hundido si la libra se hubiera integrado en ella.

Pero, ¿serían las cosas realmente de otra manera? ¿Estar fuera del euro ha protegido a los británicos de una crisis mayor? No lo parece. La crisis bancaria ha sido en Reino Unido mayor que en ningún otro país de la Unión Europa, con la excepción, en términos proporcionales, de la pequeña y vecina Irlanda, y aún no ha acabado: Moody's acaba de rebajar la calificación de 12 entidades, incluido el Royal Bank of Scotland, nacionalizado de hecho y con crecientes rumores de que ha de recibir más ayudas. Las cuentas públicas británicas se han deteriorado tanto o más que en el resto de la UE. Y el crecimiento de la economía ha sido revisado a la baja por la Oficina Nacional de Estadística y es tan raquítico como en la zona euro, sin que apenas se haya podido beneficiar de la supuesta varita mágica de la capacidad de devaluar su moneda y bajar o subir los tipos de interés a voluntad. El Banco de Inglaterra acaba de aprobar un nuevo ciclo de inyecciones de dinero electrónico por 75.000 millones de libras.

El euro parece ahora el culpable de todo, pero la desconfianza que han despertado los países del euro más castigados en los últimos meses ha nacido de sus propias debilidades, con independencia de los errores que hayan cometido antes y después de integrarse en la moneda europea: el paro crónico en España, la banca fallida en Irlanda, la falsedad de las cuentas públicas y el desprecio al pago de impuestos en Grecia, el eterno agujero del Estado en Italia…

La crisis del euro ha dado la razón a quienes criticaban el proyecto de la moneda única vaticinando que la falta de un cuerpo sólido de políticas económicas y fiscales comunes hacían inviable la idea de una moneda única. Pero esos críticos eran sobre todo académicos norteamericanos, más que políticos británicos. La oposición de Reino Unido al euro se debía, sobre todo, a razones políticas: su resistencia a ceder más soberanía nacional a las instituciones europeas, su dificultad para compartir el poder con otros.

La gran paradoja que viven hoy los euroescépticos –sobre todo los políticos que tienen que ejercer el poder, como el primer ministro, David Cameron; el canciller del Exchequer, George Osborne; o el jefe del Foreign Office, William Hague– es que se ven en la necesidad de pedir a sus socios de la zona euro que incrementen su grado de integración implementando más políticas fiscales y económicas en común. Es decir, impulsando la integración europea para evitar que un eventual hundimiento del euro les afecte a ellos tanto como a nosotros.

Eso plantea dos cuestiones de fondo en la relación entre Gran Bretaña y Europa. Si el euro sobrevive a esta crisis y se consolida como moneda europea, Gran Bretaña deberá plantearse en serio su posición en la UE: el debate ya no será si estar dentro o fuera del euro, sino dentro de la UE (y del euro) o fuera del euro (y de la UE).

La otra cuestión es más filosófica pero en el fondo refleja el maquiavelismo de los antieuropeos británicos. Al oponerse a una mayor integración fiscal y al mismo tiempo admitir que esta es necesaria para que el euro funcione, están adoptando la misma posición que adoptan genéricamente hacia el proyecto europeo: por un lado reniegan de él porque dicen que no es lo bastante democrático, que Europa está gobernada por los burócratas, que no hay un verdadero control por parte de los votantes; pero al mismo tiempo se oponen a que exista un verdadero gobierno europeo, con un parlamento con auténtica capacidad de control sobre ese Gobierno común. Por eso, los más honrados no son los que quieren que Gran Bretaña esté en Europa para que Europa sea lo más británica posible, sino quienes defienden que, pura y simplemente, Gran Bretaña no esté en Europa. Una posición, en definitiva, tan legítima como la de querer una Europa federal. Tarde o temprano, los británicos tendrán que elegir entre estar en Europa de verdad o estar realmente fuera. Sea cual sea el resultado de esa decisión, todos saldrán ganando. Los británicos y los continentales.

El Pais (Es) (España)

 


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