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25/10/2008 | Perú - El 'aprismo' nunca muere

Martín Santiváñez Vivanco

El nombramiento de un nuevo primer ministro pone coto a la hecatombe institucional desatada en Perú al revelarse los casos de corrupción en el Gobierno de Alan García, pero Yehude Simon ha de enfrentarse a la resurrección de Sendero Luminoso y a la crisis.

 

El nombramiento de Yehude Simon como nuevo primer ministro de Perú ha servido de colofón a la hecatombe institucional desatada hace un par de semanas en el noble país andino. La crisis fue provocada por una sarta de audios infidentes -bautizados por la ironía limeña como el escándalo del Petrogate- en los que Rómulo León Alegría, un antiguo ministro del primer Gobierno de Alan García y padre de una congresista del APRA, se lucraba con decenas de miles de dólares mientras amañaba la licitación de unos lotes para la exploración petrolífera, involucrando en sus contubernios a sendos gerifaltes del partido de la estrella solitaria.

¿Quién es Yehude Simon? Hijo de palestino e italiana, tras pasar ocho años en la cárcel acusado de apología del terrorismo por la autocracia fuji-montesinista, el nuevo premier tiene que enfrentarse a la resurrección de Sendero Luminoso, que acaba de realizar su atentado más feroz en los últimos 10 años. Yehude fue un marxista recalcitrante, un filoterrorista convicto y confeso, pero hoy cree, o al menos afirma creer, en las bondades de la privatización y en la libertad empresarial. Se ha reciclado. Por su particular aggiornamento, Simon no dudó en pactar con el APRA en Lambayeque -región de la que fuera presidente-, otrora feudo inexpugnable del partido de Haya de la Torre. Aunque se proclama admirador de Lula, su minúscula formación, el Partido Humanista Peruano, no pasa de ser un embrión amorfo incapaz de sostener amplios consensos. Ha batido en su carrera imparable hacia el cargo de premier al paladín del capital, Pedro Pablo Kuczynski.

El sector empresarial, perturbado ante la crisis, esperaba la elección de Kuczynski o de alguno de sus adláteres para mantener la ortodoxia económica y capear el temporal. Sin embargo, esta vez, ha triunfado la política. Como es obvio, una cosa es gobernar una región concreta pactando con los apristas y otra muy distinta es liderar un país en el que la clase política se encuentra sumamente fraccionada y en pugna preelectoral. El APRA, por ahora, maniobra para rescatar del hundimiento el mayor poder posible, aferrándose con ahínco a la estructura burocrática gubernamental y contemplando con recelo las primeras e incongruentes declaraciones de Yehude.

El premier, en pocas semanas y pagando un altísimo derecho de piso, ha enredado el panorama político reiteradas veces, enmendando la plana a varios de sus ministros y clamando por un apoyo concreto del entorno aprista. Simon no es el concertador nato que era Del Castillo. Tampoco un cuadro leal y probado del partido, sino más bien un huérfano total, sumamente vulnerable. Por lo demás, Yehude, el candidato, terminará derrotando a Simon, el premier. Y eso pretende García, consumado Saturno en el arte de devorar a sus propias criaturas. Alan se desprende de los lazos amicales y lucha por la supervivencia de su auctoritas principis. Lo acusan de corrupción, y él responde con regionalismo. Lo tildan de gañán del capital, y él apuesta por encumbrar a un converso del marxismo. Este es, señoras y señores, García en su elemento.

Si el APRA termina canibalizado por sus propios fantasmas, todo habrá terminado. De este trance, el nacionalismo chavista de Ollanta Humala sale fortalecido. Y puede ganar una elección. También, por qué no, el vendaval populista de Keiko Fujimori, la hija del samurai en su laberinto. Pese a ello, como en los funerales del APRA, esas tenidas en las que brilla la mística del partido, los discípulos de Víctor Raúl Haya de la Torre entonan sendos cánticos de duelo y frustración. «El APRA nunca muere», suelen exclamar los viejos apristas cuando uno de ellos sucumbe ante la parca. Hoy, basta observar las caras de los militantes de la Casa del Pueblo para comprender hasta qué punto el aprismo se ha visto comprometido por la felonía de algunos de sus dirigentes. Provoca decir, con Manuel González Prada, el gigante libertario, que en Perú, infelizmente, donde se pone el dedo, salta la pus.

Martín Santiváñez Vivanco es director del Center for Latin American Studies de la Fundación Maiestas.

El Mundo (España)

 


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