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21/12/2008 | En busca del oro negro chií

Javier Martin

India y China ambicionan poder controlar el petróleo de la antigua Mesopotamia, Irán y el golfo Pérsico

 

Casi al final de su reinado, ahíto de las intrigas cortesanas de los tiranos griegos desposeídos y las frustrantes campañas en el Peloponeso, el gran rey persa Darío tuvo la tentación de virar su mirada a Oriente. De las lejanas tierras de la India y Catay (nombre antiguo de China) le llegaban noticias de vastos imperios de fortunas fabulosas y gentes extrañas de piel oscura y ojos rasgados. Quizá fue la vejez, quizá el propio hastío de un monarca en el ocaso, el caso es que el rey de Reyes nunca condujo sus ejércitos hacia los ríos Indo y Amarillo, pero murió convencido - dicen sus biógrafos-de que el futuro de su gran reino descansaba en aquellas entonces misteriosas tierras. Más de dos mil años después, el Extremo Oriente observa con igual codicia el corazón de la antigua Persia, ávido del oro negro que ahora guardan los herederos de Darío y Ciro, convertidos al islam, en su mayoría a la rama chií.

Necesitadas de combustible para alimentar la locomotora de sus energías emergentes, la India y China han proyectado la larga sombra de sus ambiciones sobre una vasta región que incluye la antigua Mesopotamia, el actual Irán y el golfo Pérsico, bajo la que subyace una de las mayores cornucopias de energía fósil que aún macera la tierra. Al margen han quedado los escrúpulos políticos. Frente al denominado petróleo suní - en manos de Arabia Saudí, tradicional aliado de Occidente-,Nueva Delhi y en especial Pekín han adoptado una política de doble rasero que les permite sortear la presión impuesta por Estados Unidos y Europa sobre el régimen de los ayatolás iraníes por el conflictivo programa de desarrollo nuclear, al tiempo que emprenden negocios con el arrinconado Irán y ganan posiciones en la batalla que las distintas comunidades iraquíes libran por el crudo y el gas que se acumula bajo su zarandeada superficie.

A principios de este 2008 que expira, la India Oil and Natural Gas Corporation firmó un importante acuerdo con régimen chií iraní para desarrollar y explotar dos cresos yacimientos: South Pars, descubierto en 1990, y que guarda ingentes cantidades de gas bajo el lecho marino que se extiende a través del golfo Pérsico desde la costa meridional iraní hasta la playas orientales de la península Arábiga. Yel campo de Azadegán, sito en el sudeste de la provincia iraní de Juzestán, hallado en 1999 y descrito como el filón petrolero más rico descubierto en los últimos treinta años.

La empresa china Sinopec y el ministerio iraní de petróleo rubricaron este mismo año un contrato para el desarrollo conjunto de los pozos de Yadavarán, de los más productivos en Irán. En Iraq, chinos e indios han comenzado, igualmente, a lanzar sus tentáculos hacia las vastas reservas que acumula el sur del país. Sin embargo, la coercitiva presencia estadounidense ha obligado a que sus movimientos sean más sibilinos. Diplomáticos de ambos países observan con atención las disputas entre las distintas comunidades iraquíes, y en especial entre los chiíes, mientras esperan la ansiada retirada norteamericana. Facciones chiíes pro iraníes y pro occidentales batallan desde la caída de Sadam Husein, en el 2003, por hacerse con el control de la región de Basora, puerta al mar y filón de Iraq.

El órdago expansivo chino, unido a la decisión de la renacida Rusia de convertir la carta iraní en un comodín que le permita jugar con EE. UU. en el tablero de la geopolíti º ca internacional, parecen ser las dos principales razones del cambio que se atisban en la renovada política de la Casa Blanca. Se vislumbran diversas señales. Desde hace meses, resuenan de nuevo con fuerza los rumores de que Washington se prepara para abrir una oficina de intereses en Teherán, 28 años después de la ruptura de relaciones entre ambos países. Barack Obama admitió durante la precampaña que estaría dispuesto a entablar un diálogo sin condiciones con el régimen de los ayatolás. El equipo que ahora está AP formando se nutre de políticos y diplomáticos demócratas de la era Clinton, presidente que a punto estuvo de aproximar definitivamente ambos países. En enero de 1993, tras un fallido intento estadounidense por formar una especie de contra nicaragüense a la iraní, el recién estrenado Bill Clinton ordenó abrir una vía de diálogo con Teherán. La nueva táctica, iniciada con una aproximación económica, benefició a compañías energéticas estadounidenses - léase, Exxon, Texaco o Mobil-que en apenas dos años se convirtieron en los principales clientes de Irán, con más de 4.000 millones de dólares invertidos en energía. Otras multinacionales, como Apple o Rockwell International, ganaron lucrativos contratos para la transferencia de tecnología. Sin embargo, no consiguió avances diplomáticos sustanciales. Una serie de atentados en Oriente Medio, en particular en la suní Arabia Saudí, atribuidos a grupos y facciones afines al régimen de los ayatolás, congeló la incipiente apertura.

Sería durante el segundo mandato de Clinton, y tras el ascenso al poder en Teherán de la corriente aperturista de Mohamed Jatami, cuando ambos países estuvieron más cerca de una reconciliación histórica que finalmente no llegó. En 1997, y ante la Asamblea General de la ONU, el entonces ministro iraní de Asuntos Exteriores, Kamal Jarrazi, apostó por la "cooperación internacional (como vía) para erradicar el terrorismo". Diez meses más tarde, en un discurso en la Sociedad Asiática en Nueva York, su colega estadounidense, Madeleine Albright, recogió el guante y ofreció a Teherán "un mapa de carreteras que conduzca a la normalización de relaciones".

La guinda la puso en septiembre de 1998 el propio presidente iraní con un discurso en la ONU en el que acuñó su propuesta de "diálogo entre civilizaciones".

Con semejantes mimbres, la Administración Clinton emprendió una nueva maniobra de acercamiento. En octubre de 1999, el entonces director del Consejo de Seguridad Nacional estadounidense para Oriente Medio y el sur de Asia, Martin Indyk, volvió a instar a Irán a entablar una negociación franca. El nudo del embargo económico fue nuevamente aflojado, hasta el punto de que en marzo del 2000 Albright anunció el fin de la prohibición a comerciar con caviar, pistachos y alfombras persas.

¿Significa esto que, una vez alcanzada la velocidad de crucero de la nueva Administración demócrata, podamos ser testigos de un histórico momento como el que en 1971 propició Henry Kissinger con su viaje a la entonces vilipendiada china comunista de Mao? Intereses económicos y paralelismos políticos no faltan. Si a ello le unimos la crisis financiera, la necesidad de refundar el capitalismo y el recelo que comienza a provocar la radical suní y poco democrática Arabia Saudí, quizás nos hallemos ante el amanecer de un nuevo gran juego.

La Vanguardia (España)

 


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