Para sustentar su negativa, el constitucionalista invoca prolíficamente la historia nacional, que en siglos anteriores tuvo experiencias de confabulaciones, asonadas y traiciones de parte de vicepresidentes. “Sería nefasto olvidar y repetir el error”, sentenció.

Sin embargo, el investigador de la UNAM expresó su preocupación de que México sea uno de los dos países en el mundo —el otro es Uzbekistán— que, en caso de ausencia definitiva del presidente, deje su Poder Ejecutivo federal acéfalo durante tiempo indeterminado.

—Si en este momento —afirma Carpizo— por cualquier motivo, faltara el Presidente de la República hay muchas posibilidades de que no funcionen bien los artículos 84 y 85 de la Constitución (que prevén la forma de sustituir al Presidente a través de una votación en el Congreso), porque mientas los partidos se ponen de acuerdo (se requiere mayoría absoluta) nos quedaríamos sin titular del Poder Ejecutivo federal, ya que constitucionalmente éste recae en una sola persona, a quien se le llama “Presidente de los Estados Unidos Mexicanos”.

—Parece gravísimo porque no se prevé siquiera quién se hará cargo del Poder Ejecutivo momentáneamente.

—Así es, podría pasar una semana, 15 días o un mes sin titular del Poder Ejecutivo…

—Usted fue secretario de Gobernación: ¿esto es un asunto de seguridad nacional?

—Sí. Yo he estado pensando en esto y le voy a decir qué solución le daría. Muy fácil: al haber cambiado las circunstancias políticas y al no tener ya un sistema de partido de Estado y sí, en cambio, un sistema tripartidista (es decir, que sólo los tres grandes partidos tienen posibilidades de llegar a la Presidencia) es obvio que necesitamos afinar este sistema en esta forma: primero, un país no puede olvidar su historia: el vicepresidente en México ha sido nefasto (refiere copiosos datos históricos). Entonces, ¿por qué vamos a repetir los errores? Y, dos, afirmar el sistema que sí ha funcionado, el de los artículos 84 y 85 constitucionales, perfeccionándolo. ¿Qué quiero decir con perfeccionar? Hay una laguna sobre la cual legislar. Lo que haría es esto: no puede el Poder Ejecutivo quedarse acéfalo. Entonces, en caso de que falte el presidente de la República y el Congreso no logre designar a un presidente, la Constitución debe decir quién, transitoriamente, se hace cargo de ese Poder Ejecutivo mientras el Congreso decide. Podría ser el presidente de la Cámara de Senadores.

—Hoy sería Gustavo Madero, un panista, y los otros partidos se opondrían…

—Es transitorio. Puede ser tres días, una semana. Sería un encargado de despacho, mientras el Congreso decide. También podría ser el presidente de la Cámara de Diputados o el secretario de Gobernación. Al saberse que este señor puede ser presidente una semana o 10 días, eso ayudará a que se pongan de acuerdo los legisladores para elegir al presidente provisional, interino o sustituto, según corresponda. Eso no despierta el apetito de poder en el encargado del despacho, como sí sucedía en los vicepresidentes. Tiene que establecerse constitucionalmente alguien. No puede desaparecer todo un poder, el Ejecutivo, como ocurre ahora.

—Y no puede estar una nación sin un encargado del despacho presidencial, como ocurriría hoy si falta el Presidente, y menos en medio de una guerra como la que libramos contra el crimen organizado…

—Es una guerra, usted lo dijo. Estamos en guerra. México está en una guerra. México está en una guerra civil…

Carpizo reflexiona brevemente en su oficina del Instituto de Investigaciones Jurídicas y, con semblante preocupado, explica:

—Hay un dato que es público, que todos lo sabemos pero que no ha permeado en la sociedad y que es lo que realmente nos hace estar en guerra civil: en los últimos años el Ejército mexicano ha tenido una deserción de 100 mil elementos, gente muy preparada militarmente. Y un número de estos 100 mil —no puedo decir cuál, no lo sé— se fue al narcotráfico y está extraordinariamente bien preparado y pertrechado, con armas ultramodernas que entran por Estados Unidos. Así que el Ejército mexicano lucha contra un narcotráfico que está custodiado y blindado por un enemigo dentro del Estado, que es un traidor y que eso lo vuelve un ejército. Eso equivale a una guerra civil. Lo de la ausencia del Presidente es un asunto de seguridad nacional que hay que resolver, y más en estas condiciones…

—Y en una guerra, o sin ella, México necesita entender que el presidente es un ser humano, no un ente superior.

—Así es, puede haber un accidente, una enfermedad, como un infarto... Y lo pueden asesinar. México ya tiene experiencia en eso. Y en todas partes del mundo sucede. ¿A cuántos presidentes estadunidenses han asesinado? En Israel, que se supone tiene los mejores servicios de inteligencia y seguridad del mundo, mataron a (Yitzhak) Rabin. Entonces, la vida es relativa, está llena de circunstancias. Es un asunto al que hay que entrarle para llenar esas lagunas, ¡pero ya! Porque lo que debemos evitar los mexicanos es que vaya a haber un percance y exista esta laguna que deje al Poder Ejecutivo acéfalo, lo cual podría crear una situación terrible de ingobernabilidad y disputas.

—¿No le parece que sería muy bueno que fuera el propio Presidente el que mandara una iniciativa en este sentido para evitar el tabú y las suspicacias existentes alrededor del tema?

—Sería lo mejor, sería muy bueno que fuera el propio Presidente, pero después de haberla consensuado con los partidos. Que la iniciativa fuera de él, que él la consensuara para que cuando mandara la iniciativa ya hubiera consenso en el Congreso y pasara con facilidad. Lo que no puede suceder es que las cosas se queden como están.