Por eso, estos son los nombres y apellidos:
Luis Roberto Cruz. Pablo Pineda. José Ramírez. Hugo Sánchez. José Luis Ortega. José Barbosa. Saúl Antonio Martínez. Félix Alfonso Fernández. José Miranda. Gregorio Urieta. Jesús Mejía. Roberto Javier Mora. Francisco Javier Ortiz. Francisco Arrabia. Leolegario Aguilera. Gregorio Rodríguez. Guadalupe García. Raúl Guerrero. José Reyes. Hugo Barragán. José Manuel Nava. Misael Tamayo. Enrique Perea. Jaime Arturo Olvera. Bradley Gil. Roberto Marcos García. Ramiro Téllez. Rosendo Pardo. Raúl Marcial Pérez. Amado Ramírez. Saúl Noé Martínez. Mateo Cortez. Agustín López. Flor Vázquez. Gerardo Israel García. Rodolfo Rincón. Armando Rodríguez. Alejandro Zenón Ortega. Miguel Ángel Villagómez. Teresa Bautista. Felicitas Martínez. Jean Paul Ibarra. Luis Daniel Méndez. Carlos Ortega. Eliseo Barrón. Martín Javier Miranda. Ernesto Montañez. Juan Daniel Martínez. Norberto Miranda. Fabián Ramírez. José Vladimir Antuna. José Emilio Galindo. José Alberto Vázquez. José Luis Romero. Valentín Valdés. Jorge Ochoa. Jorge Rábago. Evaristo Pacheco. Juan Francisco Rodríguez. María Elvira Hernández. Jorge Olivera. Marco Aurelio Martínez. Guillermo Alcaraz.
Son nombres y apellidos de 64 colegas asesinados desde el año 2000, nombres y apellidos leídos el sábado durante una marcha de cientos de periodistas (más de mil, según AP), quienes protestaron en la Ciudad de México por la violencia e intimidaciones que sufren reporteros en todo el país.
Son 64 periodistas asesinados en diez años. Seis por año, en promedio. Al menos un periodista ejecutado cada tres meses.
Antes de que iniciara la marcha, se leyeron otros nombres y apellidos: Valentín Dávila. Jesús Mejía. Alfredo Jiménez. Rafael Ortiz. José Antonio García. Rodolfo Taracena. Gamaliel López. Gerardo Paredes. Mauricio Estrada. María Esther Aguilar. Ramón Ángeles. Evaristo Ortega.
Son nombres y apellidos de 12 colegas levantados que siguen desaparecidos. Al menos uno por año.
Una de las peores cosas que le puede ocurrir a una democracia incipiente es que su prensa sea ejecutada, secuestrada o amenazada. Una prensa silenciada por balas y miedo conduce… ¿a dónde? Los gobernantes tienen que asimilar —ya— que es su obligación no sólo garantizar la seguridad de los periodistas, sino de todos los mexicanos (hay más de mil secuestros por año en el país, tres al día).
Y los criminales tienen que entender una cosa que se dijo en la marcha: “Matando un periodista no se mata la verdad”. Con miedo, con prudencia, pero los hechos serán consignados por alguien más…