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25/07/2009 | Argentina - A un mes de las urnas

Silvio Santamarina

A casi un mes de las elecciones, ya es tiempo de hacer un balance colectivo sobre el efecto de las urnas en el ordenamiento de un mapa político en crisis. Al contrario de los augurios apocalípticos de opositores y oficialistas, nada explotó el lunes 29 de junio, aunque sí hubo una serie de implosiones en todos los bandos en pugna que marcan el nuevo escenario de la democracia. En resumen: nada cambió pero todo está cambiando.

 

Entre los equilibrios que no se alteraron tanto como parece está la pulseada Gobierno-oposición. Si bien el cachetazo electoral hizo tambalear y retroceder un poco al oficialismo, del otro lado no está nada claro cómo se traducirán los buenos resultados comiciales en un proceso de cohesión y avance concreto de un proyecto de poder alternativo al del kirchnerismo.

Si el Gobierno fue criticado con justicia en las horas posteriores al escrutinio por no saber perder, también es justo señalar que –por ahora– la oposición tampoco sabe ganar. Basta como prueba de su incapacidad para lidiar con el éxito la ruptura anunciada entre Elisa Carrió y sus socios del Acuerdo Cívico. El problema que tiene hoy el panradicalismo es precisamente cómo explicarles a sus votantes que su propuesta frentista no era un fraude, ya que se sabía –incluso fue advertido en estas páginas– que la alianza iba a crujir a la mañana siguiente del escrutinio. Y si la lista unificada panradical no fue una mentira electoral, entonces sus dirigentes tendrán que despejar otra duda: ¿Padecen Lilita y sus ex correligionarios de una inconsistencia endémica para sostener un armado político de amplia base? En otras palabras, ¿su manía internista no alimenta las sospechas de la opinión pública de que el Acuerdo Cívico no es una alternativa de gobernabilidad para las elecciones presidenciales de 2011? De eso están discutiendo por estas horas sus más lúcidos operadores.

En el PROperonismo tampoco encontraron todavía la manera de capitalizar la buena performance electoral. La lógica mediática indica que las mismas caras que le daban rating al Gran Cuñado político hace apenas un mes hoy empiezan a aburrir a la audiencia. Y que lo que antes rendía frutos inmediatos –pegarle al Gobierno– ahora se ha desgastado como estrategia de discurso. La gente quiere hechos, es así de brutal. Las palabras son un buen remplazo por un tiempo, pero tarde o temprano dejan de sustituir la ansiedad por ver cambios palpables. El equívoco que alimenta esta demanda urgente a la oposición es que la campaña por las legislativas fue encarada –por los K y los anti-K– como una elección ejecutiva, o una especie de referéndum sobre la continuidad de la era kirchnerista; y ahora, cuando el espacio opositor se proclama vencedor, la ciudadanía empieza a esperar soluciones más de la oposición que del Gobierno, sea esto razonable o no. Por eso, los dirigentes oficialistas que llamaron al diálogo a Francisco de Narváez –por poner sólo un ejemplo de este fenómeno– recuerdan que el empresario eligió como eslogan la frase “Yo tengo un plan”: habrá que ver cuánta paciencia le tendrán sus votantes hasta que lo muestre y lo ponga en marcha, si es que eso es posible desde una bancada parlamentaria.

En cualquier caso y más allá de los dilemas personales de quienes protagonizaron el 28-J, lo cierto es que la oposición volvió a reaccionar como lo hacía antes de su triunfo electoral: marchando detrás de las iniciativas del gobierno nacional. Los gobernadores de todos los colores no hicieron más que imitar la convocatoria a mesas de consenso coordinadas por Aníbal Fernández. Y los invitados opositores a los coloquios oficiales se debatieron entre expresar su desconfianza inicial y la inconveniencia de darle la espalda –como hizo Carrió– a un gesto de conciliación poselectoral. Complicados porque –paradójicamente– el Gobierno les otorgó el diálogo que reclamaban durante la campaña electoral, los referentes antikirchneristas se encontraron calificando como “muy positivo” su encuentro con Cristina Fernández de Kirchner, y se vieron en los diarios fotografiados a los besos y abrazos con los notables del Gabinete. Luego de la furiosa puja electoral, todos –o casi todos– fueron pacificados por el llamado al diálogo. Incluso se puso de moda llevar souvenires a los dueños de casa, y el dato no es anecdótico, si se mira la lista temática de regalos: tango, Sarmiento y fútbol. La apelación a símbolos de la argentinidad al palo no logra otra cosa que hacer brillar por su ausencia los proyectos concretos de país que cada dirigente opositor jura tener. En realidad, lo único tangible que pusieron sobre la mesa, además de los presntes de cortesía, fueron sus previsibles reclamos de fondos públicos.

¿Qué ganó el Gobierno con el diálogo, además de aquietar las aguas del debate mediático sobre la gobernabilidad? Ganó tiempo para digerir un resultado impensado de la derrota electoral. Así como las urnas desataron la implosión de los “partidos” opositores, la votación del 28 de junio también partió las aguas oficialistas. En dos sentidos: a) definió más que nunca los que están con la camiseta pingüina puesta y los que luchan por desgarrarla para salvarse solos; b) replanteó la discusión sobre el peso relativo de cada miembro de la pareja presidencial en la ecuación de poder. Sin quererlo el Gobierno, la voz de las urnas funcionaron como una especie de interna conyugal abierta sobre quién debe conducir lo que resta de la era K. No se trata de una pelea personal entre Néstor y Cristina, sino de una sencilla constatación política al cabo de un mes de gestión poselectoral. Desde que la lista encabezada por Kirchner perdió, cada vez que el oficialismo respondió al nuevo escenario “a lo Néstor”, el clima de gobernabilidad empeoró. En cambio, cada vez que la línea “cristinista” de manejar la crisis se impuso a la hora de tomar medidas o hacer gestos, entonces creció la sensación de que había Presidenta para rato. No es casual que, por ejemplo, la solución provisoria a la amenaza de ruptura de la CGT haya sido explicada por sus protagonistas y por la prensa –de todos los gustos– como el producto exitoso de la intervención conciliadora de Cristina Fernández. Cuánto hay de marketing político y cuánto de opción estratégica entre gobernar desde Olivos o gobernar desde la Casa Rosada recién se sabrá cuando concluya la ronda de diálogo político y de concertación económica. Cuando terminen las palabras, volverán a mandar los hechos.

Crítica Digital (Argentina)

 


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