Las Fuerzas de Seguridad creen que esta campaña se inició con el asesinato del comisario Eduardo Puelles en Bilbao hace un mes y que ETA tiene intención de prolongarla tratando de perpetrar tres o cuatro atentados más lo suficientemente contundentes como para provocar las reacciones que persigue. Su pretensión es, como viene siendo habitual, desestabilizar al Estado creando una situación de tensión que contraste con un periodo posterior sin atentados, que pueda favorecer ciertos contactos y resaltar las contradicciones entre las fuerzas políticas.

Paralelamente a este nuevo plan, en el seno de la izquierda abertzale se están dejando notar ciertos movimientos cuyo destino, según las fuentes consultadas, sería hacer público en los próximos meses de manera progresiva, su desacuerdo con la continuidad del terrorismo. Se trataría de algunos ex presos, o de miembros de la izquierda abertzale que tuvieron entidad en el pasado y que estarían dispuestos a escenificar su desacuerdo. No necesariamente de manera rotunda al principio, y aumentando en intensidad a medida que pase el tiempo hasta asegurar que ETA es un estorbo para los fines perseguidos.

Fuentes abertzales sostienen que esta corriente que se está gestando es absolutamente ajena a la banda y, por tanto, no está siendo utilizada por quienes la dirigen.

Otras fuentes vinculadas a la lucha antiterrorista replican, por el contrario, que no es posible que prospere ningún tipo de asunto con entidad sin el visto bueno de la organización. No lo ha sido a lo largo de la historia de ETA y tampoco ahora, porque sus bases le siguen teniendo miedo a pesar del estado de descomposición en el que se halla la organización terrorista. De modo que o este movimiento esconde una nueva trampa o carece de la entidad suficiente.

A principios de este año, la dirección de la banda terrorista hizo público un comunicado, con motivo de los 50 años de su existencia, en el que explicaba que su objetivo no había sido «vencer al franquismo, sino llevar a Euskal Herria la libertad», compromiso al que, según dijo, «sigue atada». Y ratificó su intención de seguir atentando para conseguir llevar adelante el planteamiento político que dice haber configurado como su meta, y que es conseguir la independencia del País Vasco.

Después de fracasada la última tregua, ETA intentó hacer valer sus poderes ejecutando una campaña de atentados con el fin de acallar divisiones internas, aglutinar a sus bases y crear una sensación de fortaleza que obligase de nuevo al Gobierno a negociar según las condiciones marcadas por la banda.

Los documentos internos que le han venido siendo incautados revelan que ETA se vio impotente para ejecutar su plan, debido a las continuas detenciones de su cúpula y de los comandos de los que disponía, así como a su escasa preparación.

La autocrítica fue terrible e incluía a los miembros de la izquierda abertzale, a los que reprochaba haberse convertido en individuos excesivamente mediáticos. De hecho, hace aproximadamente un año, y durante todo el periodo previo a los comicios autonómicos, la dirección de ETA les hizo abortar las iniciativas que estaban adoptando.

Se habló de un comunicado de ex presos en cuya lectura estaría presente Arnaldo Otegi, pero lo cierto es que, cuando los más radicales se enteraron, desplazaron a los primeros y protagonizaron el acto sin que los otros se atrevieran a replicar.

Todo el mundo volvió a reconocer la autoridad única de la banda, que elaboró más documentos internos detallando su plan de recuperación. Según estos papeles incautados por la Policía a un etarra detenido en una estación de trenes de París, ETA aspira a refundar la izquierda abertzale liderando un polo soberanista formado por Aralar y EA -partidos a los que hizo llegar su propuesta- y por los miembros soberanistas del PNV.

Su intención era llevar a cabo este proyecto sin renunciar a los atentados. Al contrario, advertía al resto de los partidos a los que pretendía como socios que debían prescindir de determinados escrúpulos para que sus planteamientos tuviesen éxito, y hasta proponía atentar contra integrantes del PNV a los que consideraba españolistas. Los miembros de su club intentarían crear instituciones paralelas -la banda pensaba que Juan José Ibarretxe iba a ser el lehendakari, en vez de Patxi López- y, presentándose como un frente irreductible y pertinaz, iban a provocar que el Gobierno tuviera que sentarse a negociar con los máximos establecidos en el último proceso de diálogo.

Hasta el momento, los socios que pretendía le han dado la espalda, pero la organización terrorista no ha modificado sus esquemas: directos respecto a sus medios y ambiguos y llenos de doblez respecto a sus procedimientos.