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16/07/2005 | CAFTA, China y las Carolinas

Alan Reynolds

En junio 12 de 1934, Franklin D. Roosevelt firmó los Tratados de Comercio, los cuales permitieron al Secretario de Estado Cordell Hull empezar a derogar los devastadores aranceles de la ley Hawly-Smoot negociando lo que ahora llamaríamos tratados de libre comercio.

 

El Tratado de Libre Comercio con Centroamérica (CAFTA) está en la tradición del Nuevo Trato que demasiados demócratas han abandonado.

Los países pobres invariablemente mantienen aranceles altos para con las importaciones—esa es una gran razón por la cual son pobres. Los aranceles en Costa Rica, Guatemala, El Salvador, Nicaragua, Honduras y la República Dominicana son en promedio de 38.4 por ciento, de acuerdo a la Organización Mundial de Comercio. Los aranceles estadounidenses, al contrario, son en promedio de 3.7 por ciento, y 37.3 por ciento de nuestras importaciones son libres de aranceles.

Bajo el CAFTA, los países centroamericanos tendrían que reducir considerablemente sus aranceles muy altos hacia las exportaciones estadounidenses. Pero los únicos casos donde hay mucho espacio para cortar aranceles estadounidenses son: (1) los textiles y la ropa, donde los aranceles son en promedio de 8.7 por ciento, y (2) el azúcar, donde la racionalización de importaciones por parte del Departamento de Agricultura mantiene el precio estadounidense dos veces mayor que el precio mundial.

Como explicó el Washington Post, “Los productores y refinadores de azúcar entregaron $2.4 millones en contribuciones a los candidatos Demócratas y Republicanos en el ciclo electoral del 2003-04, más que cualquier otro grupo agrícola”. Pero el elefante no mencionado dando sus pisoteadas fuertes alrededor del Capitolio es Archer Daniel Midland (ADM), porque mantener las indefensibles cuotas de azúcar crea un mercado lucrativo para el sirope de maíz.

La oposición al CAFTA por parte del bando que apoya las cuotas de azúcar era predecible. La reacción de las industrias de textiles y de ropa al CAFTA ha sido mucho más interesante.

El Wall Street Journal escribió que CAFTA “se ha topado con una fuerte oposición. No todos los productores estadounidenses de textiles están emocionados por el tratado; ellos tienen miedo de competir con la labor barata del extranjero”.

El Washington Times simultáneamente publicó una carta de los productores de textiles emocionados por el CAFTA. Esta carta estaba firmada conjuntamente por Cass Johnston, el presidente del Consejo Nacional de Organizaciones de Textiles, y por Kevin Burke, el presidente de la Asociación de Ropa y Zapatos Estadounidenses. Ellos indicaron que “11 asociaciones comerciales de textil y de ropa muy importantes han votado para apoyar el tratado”.

La razón sería obvia si los reporteros pudieran comprender la diferencia entre el textil y la ropa. Una diferencia es que EE.UU. tiene un superávit comercial de textiles—las exportaciones sobrepasaron a las importaciones por $1.2 mil millones el año pasado. Los periódicos describieron el reciente roce con China como una disputa sobre “textiles”. Pero era más que nada sobre ayudar a las compañías de ropa estadounidenses que se encontraban comprometidas con contratos o instalaciones para hacer sujetadores y batas en algunos otros países extranjeros, más no en China. EE.UU. tiene en casa a las cuatro compañías de ropa más grandes del mundo. Pero el proceso inferior de la producción de la ropa (cocer los cuellos a las camisetas) ha desaparecido virtualmente en todas las economías avanzadas.

EE.UU. importará casi toda la ropa sin importar el CAFTA o China. Las fábricas de “explotación obrera” no están resurgiendo. Pero las compañías que cosen ropa en Bangladesh no pueden costear el tiempo y el gasto de envío que resultaría si compraran tela estadounidense. Y las compañías de ropa en Centroamérica preferirían de largo comprar materiales de EE.UU. en vez de comprárselos al distante Pakistán. Los países de CAFTA gastaron $2.4 mil millones en textiles estadounidenses el año pasado.

Como 11 asociaciones comerciales de textiles y ropa están emocionadas con CAFTA, ¿cuál productor de textiles estadounidense es probable que ofrezca una “oposición fuerte”?

El Senador Lindsey Graham, un republicano de Carolina del Sur, es uno de los autores de la ley de guerra de comercio más peligrosa que se ha visto desde 1930, una amenaza de imponer algo parecido a los aranceles de Hawley-Smoot en contra de un país, China. No es ninguna casualidad que uno de los partidarios más generosos del Señor Graham sea Roger Milliken, un billonario de 89 años y presidente de las Industrias Milliken, un imperio multinacional de textiles con ventas estimadas de $3.4 mil millones.

Luego de financiar muchas otras causas merecedoras, el Señor Milliken se ha convertido notorio ahora último como un tiro fácil—alguien ansioso de escribir cheques grandes a cualquier persona dispuesta a fabricar cualquier excusa para utilizar aranceles y cuotas para “proteger” a los estadounidenses de precios más bajos.

En la lista de beneficiarios de Roger Milliken se alega que han estado Pat Buchanan, Ralph Nader, Pat Choate, Newt Gingrich (por algún tiempo), el Instituto de Estrategia Económica y el Consejo de Negocios e Industria Estadounidense. Esta pista de dinero fue descrita de la mejor manera en, “Socio Silencioso: El hombre detrás de la rebelión en contra del libre comercio”, por Ryan Lizza en la revista New Republic, en enero del 2000.

El secreto de la riqueza de Roger Milliken son las importaciones—importando máquinas de textiles que ahorran trabajo de Europa y utilizándolas para (por supuesto) ahorrar labor. Si el Congreso le diese aranceles más altos para que el pudiera cobrar precios mas altos, el probablemente utilizaría las ganancias extras para importar más máquinas y despedir más trabajadores.

Como New Republic explicó, “Por décadas [Roger Milliken] ha comprado solo máquinas hechas en el extranjero para producir sus textiles estadounidenses. Los fabricadores extranjeros de este equipo, incluyendo a Sulzer de Suiza y a Menzel de Alemania, comenzaron a establecer presencia a tiempo completo en Carolina del Sur para poder prestar servicio a sus equipos mandados del extranjero. De hecho, como Bob Davis y David Wessel documentan en su libro, Prosperidad, las importaciones de Milliken y sus compañía permitieron a los inversionistas extranjeros meter un pie en el mercado”.

En octubre 23 del 2003, las Industrias Milliken dijeron en su comunicado de prensa: “Debido a la abundancia de textiles baratos importados de Asia, la firma de textiles Milliken y Co. está planeando cerrar sus fábricas en Carolina del Sur, por lo cual 240 trabajadores perderán sus trabajos”. Culpar de cualquier dificultad a las importaciones baratas (en lugar de culpar al petróleo caro) era conveniente pero también hipócrita.

Milliken.com se jacta de “más de 12,000 asociados ubicados en más de 60 facilidades alrededor del mundo trabajando con más de 38,000 productos diferentes…Nosotros tenemos facilidades para fabricar en Australia, Bélgica, Brasil, Dinamarca, Francia, Alemania, Japón, España y el Reino Unido”. La misma compañía del Señor Milliken no refleja las políticas provinciales en contra de la globalización que el ha expuesto y financiado.

Las Industrias Milliken no tienen nada que ver con la ropa, excepto cuando se trata de convertir el petróleo en tela sintética. “Hacer que las bolas de tenis se sientan suaves y que los pudines de Jell-o sepan bien y sean cremosos son solo dos de las cosas que Milliken y Co. hace”, de acuerdo a Hoovers.com. “Milliken produce telas terminadas para alfombras y tapetes, como también otras telas sintéticas utilizadas en tales productos como ropa, automóviles, bolas de tenis y textiles de especialidad. También hace químicos y productos de petróleo. Los colorantes de Milliken infunden productos tales como los marcadores de Crayola, sus agentes clarificadores hacen el plástico transparente, y sus muchos otros productos químicos son usados en los mercados de automóviles, de productos para el consumidor y para la de pasto artificial”.

Hoovers dice que los competidores más fuertes de Milliken son DuPont, las Industrias Shaw de Berkshire Hathaway y el Grupo de Textiles Internacional de Carolina del Norte. Una competencia fuerte—pero no asiática.

Desafortunadamente, la batalla política sobre el CAFTA en el Congreso puede que sea reducida a una batalla entre muchas compañías estadounidenses que seguramente se beneficiarán de unas reducidas barreras a sus exportaciones y otros que se beneficiarán de costos de producción reducidos, oponiéndose a algunas empresas políticamente enchufadas que no pueden imaginar hacer dinero sin las cuotas de importación y los aranceles.

Reducir o eliminar las cuotas y las tarifas de importación estadounidenses siempre beneficiará al consumidor, sin importar lo que otros países hagan, porque agudiza la competencia y reduce el costo de vida. Pero como los consumidores no riegan el dinero alrededor de Washington como Milliken y ADM lo hacen, el interés que los consumidores tienen en CAFTA raramente es mencionado.

Alan Reynolds es Académico Titular de Cato Institute.

Traducido por Gabriela Calderón para Cato Institute.

El Cato (Estados Unidos)

 



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