El problema de las drogas continuará a nivel mundial mientras exista Estados Unidos o, al menos, mientras persistan sus actuales estructuras sociales, económicas, políticas y, desde luego, militares. Algunas de estas estructuras son consustanciales con las drogas y sus derivados. Aun cuando guardan con celo el anonimato, el poder comercial de los grandes grupos empresariales, diseminado por todo el orbe, suele ser parapeto para el lavado de dinero, operación indispensable para dar curso honorable a los ríos de dólares que produce la venta de todo tipo de estupefacientes.

El mercado estadunidense, el más grande y extenso del mundo, es un ente misterioso. Mientras que en los países productores y distribuidores de narcóticos, los nombres de los capos son bien conocidos, lo mismo en tiempos de paz que de persecución, cuando la policía de EU realiza operativos antidrogas en su territorio, los detenidos son siempre mexicanos o latinoamericanos.

Jamás se menciona a los narcotraficantes estadunidenses de alto nivel, mientras que la proliferación de nombres de otros países —México es el mejor ejemplo de ello— da la impresión de que los chapos, los zetas, o los beltranes son quienes se ubican en la cúpula del negocio. Pero la verdad es que, sin soslayar su siniestra importancia, la presencia y aspecto de estos delincuentes y sus esbirros, no corresponden al tamaño de las operaciones (64 mil millones de dólares de ganancia neta en EEUU, de acuerdo con el titular de la Secretaría de Seguridad Pública, Genaro García Luna), sino más bien a operadores de nivel inferior destinados tarde o temprano a engrosar la población penitenciaria.

Observar y estudiar con detenimiento la actitud de los gobiernos estadunidenses nos lleva a pensar que en realidad su interés de abatir el problema es menor del que declaran. Ya hace mucho tiempo que la “lucha contra el narco” es un pretexto de penetración económica y política en otros países. Tal vez pudiera ilustrar lo anterior, lo ocurrido por ahí de los años cuarenta y cincuenta:

Finalizada la Segunda Guerra Mundial, el inicio de la Revolución China de Mao Tse-Tung impidió que ese país continuara con la producción de opio y heroína, que según rumores de la época eran necesarios para los soldados yanquis diseminados tanto en países aliados como enemigos, en bases militares. Como resultado, grupos o personas ligadas al gobierno estadunidense promovieron la producción de estas drogas en varios países encabezados por Turquía. Sin embargo, las turbulencias políticas de la región impidieron el éxito del plan, y según extendidos rumores, esos grupos acordaron con el gobierno mexicano el sembradío de amapola en vastas regiones de Sinaloa. Así, se enraizó en territorio mexicano un producto destinado a las milicias estadunidenses.

Este hecho real pudo ser el inicio de uno de los cárteles más feroces y organizados de nuestros días. Fue el mayor dolor de cabeza del gobernador Francisco Labastida Ochoa, quien lo combatió sin éxito, por lo que el gobierno federal asumió el control de la lucha contra ese grupo (que, dicho sea de paso, tampoco ha tenido éxito). Un cártel como el de Sinaloa, manejado con inteligencia, no puede vencerse a balazos, aunque se elimine a muchos sicarios, porque éstos son inmediatamente sustituidos por otros más jóvenes, irracionales y despiadados.

Mientras Estados Unidos necesite la droga para un porcentaje muy alto de su población, el negocio seguirá viento en popa. Calderón podrá gastar diez veces más de lo que decomisa y no ganar su guerra, pero el negocio del narco y sus dueños seguirán gozando de cabal salud.

No obstante —como apuntábamos en nuestra colaboración anterior— hoy la estrategia de EU consiste en aprovechar la lucha antinarco para inmiscuirse en los asuntos internos de otros países, sobre todo latinoamericanos, como lo ha logrado en Colombia y está a punto de hacerlo en México por medio del plan Mérida. Para ello entrega carretadas de dinero y —ya se habló de ello con Calderón— “asesoría” militar.

Consolidada Colombia, México está en la mira, lo mismo del Pentágono que de las grandes mafias que poco a poco se han apoderado del comercio establecido en varios países. Por ejemplo, hace relativamente poco tuvimos oportunidad de observar cómo surgían, en pequeñísimas poblaciones centroamericanas, gigantescos edificios comerciales y habitacionales, así como centros comerciales dotados de modernas instalaciones, cuyo costo —nos dijeron habitantes de estos lugares— hacía sospechar que eran producto del lavado de dinero de hombres y grupos poderosos que van mucho más allá de los chapos o beltranes.

En general, éste es el panorama sucinto de la que podría ser una peligrosa estrategia de tolerancia al narcotráfico establecida por nuestros vecinos para controlar el país en beneficio propio.

josecabreraparra@hotmail.com