Así, no habían pasado más que unas horas después de su última aparición televisada, cuando sus palabras ya habían desaparecido de la atención pública.

El mismo día de su presentación, mientras elogiaba a sus héroes policíacos, eran asesinados o abatidos alrededor de 100 mexicanos, que con sus vidas desmentían las palabras del Presidente.

¿Quiénes eran los civiles victimados? ¿Quienes los policías o los militares muertos? ¿Le importan sus nombres al gobierno?

Detrás de estos hechos ha empezado a surgir una duda peligrosa y preocupante: si los autores de los ataques eran en verdad narcos, delincuentes o nuevos guerrilleros.

Surge la sospecha de que esta "guerra" inútil ha sufrido una mutación, cuando la mayoría de los cerca de mil muertos en lo que va del año han sido policías o militares.

En esta última etapa, se han multiplicado las emboscadas contra uniformados y se han suscitado ataques directos contra estaciones policíacas, así como asesinatos de funcionarios menores en los pueblos. ¿Por qué la extensión de la "guerra" contra toda autoridad establecida?

Y, desde luego, no se puede soslayar el secuestro de Diego Fernández de Cevallos, prominente panista muy cercano a Vicente Fox, ni el atentado contra el general Mario Alberto Acosta Chaparro, destacado militar que estuvo ligado a la lucha antiguerrillera en el pasado reciente.

¿Por qué levantar la mira contra el gobierno en todos sus niveles? ¿Hay acaso alguna conspiración que une al narco con luchadores sociales?

En las recientes semanas tuvimos oportunidad de viajar por pueblos de los estados de Morelos y Guerrero, y pudimos constatar el ambiente de inquietud y miedo que se respira a pleno día. Bandas armadas asaltan y secuestran, junto con otras que se dicen guerrilleras o revolucionarias.

En íntima unión con esta nueva realidad está la pobreza que, digan lo que digan las secretarías de Hacienda y Economía, va en aumento. Pobreza que empuja a muchos a delinquir ante la falta de trabajo y que provoca el estado de inconformidad social que se respira.

Las urgentes necesidades populares son el caldo de cultivo de la violencia que vivimos, y el pueblo cada día está más enardecido.

A esto hay que agregar el abuso de autoridad de no pocos policías y partidas militares que, con el pretexto de combatir la delincuencia, vejan a gente inocente.

En medio de este caos, se habla, se murmura, que grupos subversivos operan en estas regiones y se les liga a grupos internacionales paramilitares.

Todo ello aumenta la inquietud pero también el enojo. ¿Qué información tiene el gobierno de esta situación? ¿Qué medidas reales, inteligentes, está tomando?

La violencia e inseguridad llegaron hace mucho a niveles insostenibles en buena parte del territorio nacional, incluidos destinos turísticos como Acapulco y Mazatlán que dejarán de aportar buena parte de las divisas que generaban para el país.

Es claro que ha llegado el tiempo de hacer un alto en el camino y revisarlo todo.

Trazar una nueva, verdadera estrategia que detenga el estado de terror que priva y evite que se siga extendiendo el baño de sangre cotidiano, que en suma ha dejado ya más de 30 mil muertos.

Que haya más que discursos y proclamas del señor Felipe Calderón. Si de veras queremos que México cambie -desde luego para bien- hay que revisar lo que se ha hecho, y reconocer, con valor civil, las equivocaciones.

Un examen de conciencia política no le haría mal a nadie y sí mucho bien a la nación.