La condescendencia, la vejez, el carisma y puede que hasta la amnesia general habían garantizado a Jacques Chirac una jubilación honorable. El 76% de los franceses tenían una opinión favorable del ex presidente. Que era una manera de desquitarse de la chulería de Sarkozy y de apreciar la bonhomía del titular del Elíseo entre 1995 y 2007.

Estaba el propio Chirac involucrado en la promoción de sus memorias, pero han bastado siete días y tres iniciativas judiciales para airear los fantasmas y las miserias de su liderazgo.

Diez años de cárcel puede costarle la desviación de dinero público, sin olvidar que sus ministros de confianza, Dominique de Villepin y Charles Pasqua, pueden acompañarlo entre rejas a cuenta de la conspiración y del tráfico de armas.

El escenario no sólo legitima el papel de los jueces de instrucción, a punto de desaparecer en el marco de la reforma judicial organizada por Nicolas Sarkozy. También implica una suerte de proceso de manos limpias. Menos contundente y voluminoso que el emprendido en Italia en la década de los 90, pero sí representativo en cuanto que despoja tanto de la inmunidad como de la indulgencia a las grandes personalidades del Estado.

'CLEARSTREAM'. El viernes 23 quedó vista para sentencia la conspiración que Dominique de Villepin, lugarteniente de Chirac y ex primer ministro, habría urdido contra Sarko para malograr su pujanza política. Los magistrados emitirán la sentencia el 28 de enero, aunque la Fiscalía ya ha reclamado 18 meses de prisión sin cumplimiento para el delfín. Se le atribuye haber amparado un libelo según el cual Sarkozy resultaba beneficiado de una cuenta secreta en Luxemburgo. La instrucción y el proceso han demostrado que el actual presidente fue víctima de la tela de araña Villepin... y, en el plano intelectual, de Chirac, toda vez que el pater familias estuvo al tanto del complot antisarkozysta.

'ANGOLAGATE'. Martes 27. Nuevo anglicismo, nuevo escándalo. Esta vez relacionado con una operación de tráfico de armas entre Francia y Angola en el contexto de la cual percibieron comisiones tanto el hijo de François Mitterrrand como el ex ministro de Interior, Charles Pasqua. El primero no tendrá que ir a la cárcel, pero Pasqua deberá expiar un año entre rejas a cuenta del tráfico de influencias y del beneficio pecuniario. Es el acusado más ilustre del proceso, pero resulta que Pasqua se ha observado a sí mismo como chivo expiatorio. Razones ambas que le han llevado a denunciar la complicidad de Chirac en el escándalo y hasta la aquiescencia.

El ex presidente «sabía» que los traficantes Pierre Falcone y Arcadi Gaydamak, ambos condenados a seis años de cárcel, mercaron con Angola a pesar del embargo armamentístico establecido por la ONU. Tirando y tirando de la manta, Pasqua también denuncia la omertà de dos primeros ministros -Juppé y Baladour- y destapa el cinismo del chiraquismo en el frente diplomático.

LA DECAPITACIÓN. Viernes 30. El último jefe de Estado francés sometido a la ignominia de un proceso fue el mariscal Pétain en 1945. Los cargos que se le endosan a Chirac son una broma al lado de la complicidad franco-nazi, pero sí fracturan el blindaje institucional de que gozaban sus eminencias presidenciales.

De nada le ha valido a Chirac que los delitos de desviación de dinero público a través de una red de empleos ficticios se produjeran hace 22 años en la Alcaldía de París. Tampoco va a poder manejar a su favor la hoja de servicios que el viernes elogiaba Ségolène Royal. Chirac terminará en el banquillo. En nombre propio y puede que en el de otros predecesores del Elíseo que han sabido desaparecer a tiempo.