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14/11/2005 | Los tipos de cambio deben estar en la agenda de Bush sobre China

Desmond Lachman

A comienzos del año, Paul Volcker, expresidente de la Junta de la Reserva Federal que no es conocido por ser alarmista, difundió por doquier una advertencia. Alertó de que, a falta de una acción política temprana, hay un 75% de probabilidades de una crisis global en los tipos de cambio en cuestión de cinco años.

 

Cuando visite China el mes que viene, el Presidente Bush haría bien en incorporar la advertencia de Volcker e incluir el tema de los desequilibrios globales de pagos con firmeza. Asumiendo su creciente importancia en el comercio global, China tiene que ser parte de cualquier solución exitosa al problema del desequilibrio de pagos global.

Tristemente, puesto que Volcker difundió su advertencia hace seis meses, los desequilibrios globales de pagos sólo han empeorado. Más preocupante aún es el hecho de que muestran todas las señales de estar empeorando más. De hecho, el déficit externo actual norteamericano por cuenta corriente se encuentra actualmente al 6,5% del PIB, sin precedentes. Y bajo el peso de una creciente factura de importación petrolera y el crecimiento económico relativamente rápido, este déficit bien podría alcanzar el 7,5% del PIB hacia el 2006.

Como contraparte importante al creciente desequilibrio de pagos de Estados Unidos, el exceso por cuenta corriente externo de China está previsto que se doble hasta el 7% del PIB en el 2005. La previsión aquí también es un mayor empeoramiento a corto plazo. Principalmente a causa de la demanda nacional en retroceso, el exceso por cuenta de China bien podría acercarse al 10% del PIB en el 2006. En términos de dólares americanos, el exceso por cuenta corriente de China está previsto que exceda los 150 billones de dólares que actualmente se registran con Japón, lo que convertiría a China en el país con más exceso del mundo.

Antes de castigar a China por su obstinación ante una política de tipos de cambio más flexible, Bush haría bien en reconocer que, aunque ciertamente hay una mejora en la posición de pagos de Estados Unidos, un dólar norteamericano más barato es sólo parte de la solución. Además, Bush debería reconocer que para reforzar las finanzas externas de Estados Unidos es igualmente importante mejorar su equilibrio de ahorros e inversiones.

En sus conversaciones con los chinos, el Presidente Bush debería hacerse a la idea de que la familia media norteamericana no sólo literalmente no está ahorrando, sino que los gastos domésticos norteamericanos están fuera de control. También debería aceptar que el gobierno norteamericano simplemente no puede esperar equilibrar su presupuesto si insiste en gastar 200 billones de dólares en una guerra en Irak y 150 billones de dólares en la reconstrucción del Katrina al tiempo que se embarca en un programa de reducción de los impuestos.

Incluso reconociendo que Estados Unidos tiene que hacer más por mejorar su política de ahorros, el Presidente Bush no debería dejar que China se vaya de rositas en el tema de los tipos de cambio. En lugar de eso, debería presionar con fuerza hasta que China desista de la intervención en los tipos de cambio de la divisa exterior y permita que el tipo de cambio esté fijado por las fuerzas del mercado.

Se necesita un dólar más débil si Estados Unidos va a orientar más su producción de las exportaciones a su demanda como parte de la solución a su problema de desequilibrio de pagos. Y la intervención monetaria china se ha convertido en un obstáculo relevante hacia un dólar más débil. No sólo lo hace evitando que la divisa china se refuerce, sino que también inhibe otras divisas asiáticas por temor a perder su porcentaje en China.

Al afrontar el tema de los tipos de cambio chinos, el Presidente Bush no debería aceptar el argumento inmediato de que la presente situación comercial con China se encuentra entre los intereses norteamericanos a largo plazo. Es cierto que actualmente China exporta bienes a Estados Unidos a cambio de bonos del tesoro norteamericano de valor dudoso, pero esta situación ciertamente no puede prolongarse para siempre.

En algún momento, los chinos decidirán que los beneficios que obtienen de una moneda barata en términos de puestos de exportación incrementada serán desbordados por los costes de acumular cada vez más bonos del tesoro de Estados Unidos y por los costes de adentrarse en niveles de consumo domésticos cada vez más altos. Cuanto más se prolongue la presente situación, más abismales serán los desequilibrios y más dolorosos serán los ajustes eventuales. A este respecto, es imperativo notar que las reservas internacionales de China ya superan los 750 billones de dólares y que crecen a un ritmo anual de 250 billones de dólares.

Si esta línea de razonamiento no convence a los chinos de que ser más flexibles con su divisa les interesa, el Presidente Bush puede recordarles que el Senador Chuck Schumer aún está rondando. En la misma línea, puede recordarles que el Senador Schumer dispone de gran apoyo en el Senado norteamericano a su idea de un arancel del 27,5% sobre todas las importaciones chinas si China no muestra pronto progresos reales a la hora de afrontar su enorme superávit comercial. Y aunque los aranceles a la exportación elevados sobre los bienes de China a duras penas podrían encontrarse entre los intereses norteamericanos a largo plazo, el verdadero perdedor acabaría siendo la economía China vulnerable y orientada a la exportación.

El autor es miembro permanente del American Enterprise Institute

Diario Exterior (España)

 


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