Dos elementos, aparentemente sin relaciones entre ellos, indican que estamos pasando a una época de confrontación virtual aumentada: el ataque chino a Google y algunas de las empresas tecnológicas de mayor relevancia de EE.UU. a principios de 2010 y la serie de ataques y contraataques suscitados por las revelaciones de Wikileaks.org en diciembre pasado. 

Ambos marcan un punto de importancia estratégica para el mundo empresarial: la posibilidad de ser atacado por entidades para estatales o independientes para robar su capital intelectual, paralizar sus actividades o, ¿por qué no? destruir algunos de sus activos. En su newsletter del 3 de enero, circulada entre los afiliados de su sitio StratNews.com, el analista Mark Anderson plantea la necesidad de cambiar el concepto de seguridad. 

Las amenazas tradicionales, contra las cuales ya sabemos que debemos protegernos, están hechas de spam, virus, trojanos, gusanos, robo de identidad personal, el desvío de una computadora para integrarla en un “botnet” (una red de máquinas zombi utilizadas para lanzar ataques sin el conocimiento de sus dueños), ataques de denegación de servicio, invasión de la privacidad (spyware). Ninguna de ellas ha desaparecido pero, anota Anderson, “palidecen en comparación a lo nuevo”. 

Lo nuevo, según Anderson, es que estamos entrando en una época de guerras comerciales, muchas de ellas libradas en el ciberespacio, razón por la cual habla de “ciberguerra económica”. En la era de la información la propiedad intelectual juega un papel clave y, por lo mismo, es objetivo y medio de esas confrontaciones. 

“La propiedad intelectual”, según la Organización mundial encargada del problema (OMPI) “se divide en dos categorías: la propiedad industrial, que incluye las invenciones, patentes, marcas, dibujos y modelos industriales e indicaciones geográficas de procedencia; y el derecho de autor, que abarca las obras literarias y artísticas, tales como las novelas, los poemas y las obras de teatro, las películas, las obras musicales, las obras de arte, tales como los dibujos, pinturas, fotografías y esculturas, y los diseños arquitectónicos”. 

La propiedad intelectual industrial es la que nos interesa aquí. “Vivimos hoy en una Sociedad de la información”, escribe Anderson, “cuyo futuro depende de la innovación y la propiedad intelectual”. 

Dirigiéndose principalmente a empresas del sector tecnológico más avanzado (en particular las de EE.UU.), Anderson les recuerda que a fines del año pasado el Primer Ministro británico avisó a los dirigentes de las 300 empresas más importantes de ese país que deberían asumir que todas las “joyas de la corona” de su propiedad intelectual han sido “comprometidas”.

Acusa principalmente (pero no exclusivamente) a China de practicar esto de manera sistemática recordando el ataque mencionado al principio de este artículo contra Google y un par de docenas de las empresas tecnológicas más adelantadas de EEUU. Las acciones contra las cuales hay que protegerse tienen que ver con las formas asumidas por la lucha para adquirir propiedad intelectual. 

Todo vale. “Puede incluir, y no se limita a: robo físico descarado; espionaje industrial; presiones o requerimientos comerciales, políticos o de negocios para divulgar su propiedad intelectual; espionaje por agencias del estado; reclutamiento de estudiantes, turistas y personas del mundo de lo negocio en el esfuerzo de espionaje y ciberespionaje. Los niveles de ataques podrían incluir la internet, las redes de empresas, empleados y contratistas de la empresa así como los aparatos de almacenamiento y de comunicación de los ejecutivos que viajan”. 

Anderson se dice convencido que las empresas se pueden proteger. El primer paso, el más importante, consiste en salir del estado de denegación del riesgo. Existe. Hay que aceptarlo. Hace falta también aislar, mucho más de lo que se ha hecho hasta ahora, las máquinas del sistema con relación al resto del mundo. Las transnacionales deben solo permitir el viaje de computadoras sanas. “Asumir que todas las comunicaciones con cualquier oficina en otro país es totalmente comprometida. No se puede contar con la inscripción”. 

Resumiendo: las señales de un incremento de los ataques online, sea para robar la propiedad intelectual de una empresa o para inhabilitar su capacidad de prestar servicios aumenta como lo ha mostrado el 2010. En la era de la información la capacidad de adquirir información mediante ataques cibernéticos juega un papel considerable en la adquisición de propiedad intelectual industrial “que incluye las invenciones, patentes, marcas, dibujos y modelos industriales e indicaciones geográficas de procedencia”. 

Ahora ¿existe a nivel de empresas que no ocupan el primer nivel mundial en la carrera tecnológica? Tiendo a pensar que sí. El interés puede ser menor que para los secretos de Google, IBM o Nokia pero de cierta manera Anderson nos pinta un mundo algo rosado en el cual las guerras comerciales se hacen entre países y por lo menos obedecen a cierta lógica tradicional y, talvez, a reglas aceptables por todos. 

Sabemos que en el mundo de hoy los ataques pueden venir de cualquier parte... tanto de individuos más o menos organizados, o -¿por qué no? - de empresas rivales que han entendido que la ciberguerra es la continuación de los cibernegocios por otros cibermedios.