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13/01/2006 | El incomparable Paul Bremer

Valentí Piug

La intervención en Irak está sirviendo para que algunos de los que allí han fracasado luego escriban un libro para aventar las cenizas de los suicidas-bomba. El último ha sido Paul Bremer, administrador civil de Irak tras la caída de Bagdad.

 

Le nombró el presidente George W. Bush, por lo que en el libro «Mi año en Irak» Bremer hace a la Casa Blanca culpable de todos los males de entonces, ahora y mañana. Mantenía la seguridad de Irak el Ejército de los Estados Unidos, por lo que el libro de Bremer acusa al Pentágono de toda las desasistencias posibles, de todos los errores de cálculo imaginables. Como contribución aliada operaban entonces en Irak tropas españolas, por lo que, en fin, Bremen las acusa de no dar ni golpe.

Tan sólo Bremer sale impoluto de su propio fiasco, se sacude el polvo del camino y acaba por decir que fue pura y simplemente un chivo expiatorio de Bush durante los trece meses que mandó -y mandó mucho- en Bagdad. Tampoco quedan bien paradas las tropas británicas. A los exilados iraquíes que formaron el primer gobierno interino los juzga como inútiles totales. En Bremer no se advierte por parte alguna el código de honor universitario de la Ivy League.

En un inmediato ejercicio de transparencia, el Pentágono de Donald Rumsfeld ya ha reconocido que Bremer pidió más tropas y que no le fueron enviadas. La Casa Blanca ha subrayado la gran labor de Bremer. Por lo demás, no era Bremer el responsable de las tropas desplegadas en la zona, sino los mandos que en aquel momento actuaban sobre el terreno. Lo curioso es que incluso en España algunos comentaristas estuvieron entonces a punto de proponer el proceso de beatificación de Bremer. Claro es que todavía no había escrito «Mi año en Irak», ni había podido haber sido tan manifiesta la frivolidad de su comportamiento ante su gobierno y ante los aliados de los Estados Unidos, concretamente España.

Según las primeras críticas de «Mi año en Irak», el principal fallo de Bremer fue desmantelar el viejo ejército iraquí. El fallo es inmenso. Lo estamos viendo ahora, en el proceso de constitución de un nuevo ejército y de unas nuevas fuerzas de seguridad. El desmantelamiento del ejército contribuyó activamente a la emergencia de núcleos terroristas jerarquizados en torno a los vestigios del partido Baas y luego en la red de Al-Qaida. Sin parpadear, Bremer pasa la responsabilidad del error a sus asesores. Entrevistado por la NBC, Bremer ha sido de una candidez poco creíble: «El presidente, al fin y al cabo, es responsable por tomar sus decisiones. Eso es por lo que lo que tiene tan buen sueldo y esa gran casa blanca». Uno se pregunta de qué escuela salen los diplomáticos como Bremer. En todo caso, reconoce que la guerra en Irak es una noble causa y que sería ahora un error de proporciones históricas irse antes de terminar el trabajo.

La misma superficialidad le sirve para criticar de forma muy rotunda y cutre el papel de las tropas españolas en Irak. Las considera al margen del proceso de mando, dialogantes con la minoría chiíta por su cuenta, como un elemento estático. Llega al punto de considerar la actitud de las unidades españolas como «un perfecto ultraje». En medio de tales desaguisados, ahí está Paul Bremer al timón de la nave, dando solución a todos los problemas, en un ejercicio de perfeccionismo que hace bien en atribuirse por sí mismo porque hasta ahora nadie había caído en la cuenta de reconocérselo. En un mundo hostil, servidores y aliados como Paul Bremer son como para pensárselo dos veces.

Incomparable Paul Bremer, magníficas corbatas, buen paladar gastronómico, fantástica percha: lástima que de vez en cuando no se arremangase un poco. Lástima también que nadie le haya enseñado a comportarse lealmente con sus aliados.

ABC (España)

 



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