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16/01/2006 | México: El nuevo proyecto de nación

Víctor Flores Olea

En gran medida la discusión sobre las elecciones presidenciales de 2006 se ha concentrado en el tema del "modelo" económico. Por supuesto, en los casos de Roberto Madrazo y Felipe Calderón se da por descontado que continuarán por la vía que hemos asumido desde hace más de 20 años, y tal es, para muchos, la "seguridad" que proyectan.

 

Pero también debe decirse que las acusaciones de corrupción y de trapacerías políticas intolerables en una democracia se han concentrado en Roberto Madrazo, con el consiguiente alejamiento y hasta desprecio con que lo ven muchos ciudadanos. Tan extendida es tal convicción que ni siquiera el argumento del "voto duro" del Partido Revolucionario Institucional parece mellar esa desconfianza y rechazo tajante.

Con Felipe Calderón las objeciones son de otra naturaleza, y no se refieren a la moral de la persona sino más bien a las ideas, a la formación de siempre del individuo, y a la mediocridad con la que ha desempeñado ciertas funciones públicas. Representante de la línea más ortodoxa del Partido Acción Nacional los analistas sostienen que resulta imposible pensar en un "líder" de tales características, después del fracaso de Vicente Fox para ocupar la Presidencia en México en los albores del siglo XXI. Punto favorable: su ruptura con el mismo Fox, quien lo cesó como secretario de Energía, y su alejamiento de Marta Sahagún, que sin rubor sigue "poniendo reyes". ¿Ejemplo?: la nueva titular de Sedesol, que sale de su corral y la llama La Jefa.

Por otro lado, los intereses económicos y financieros, en el caso de Calderón, "presumen" que no hay tentación alguna de variación o corrección. Para otros, por supuesto, que revisan la historia económica de México tal sería precisamente su punto débil.

Una visión objetiva exigiría ya variantes o "alternativas" a un modelo de desarrollo que no ha sido el más eficaz ni el más conveniente en lo individual y en lo social, y que se encuentra en serio déficit respecto del bienestar de las personas en estos 25 años de aplicación. Para seguir adelante el país requiere de una renovación importante respecto del camino andado y fracasado de los últimos cinco lustros.

Por lo demás, los mismos intereses del dinero fuerte parecerían seguir mostrando su desconfianza respecto de la alternativa que ofrece Andrés Manuel López Obrador, propalando "peligros" e "inseguridades" que descartan una observación más calificada, inclusive por el análisis histórico.

José Luis Calva, hace unos días y en estas páginas recordaba que en los últimos 23 años el ingreso per cápita en México apenas creció a una tasa medio de 0.6% anual, y que los salarios mínimos, en el mismo periodo, perdieron 69.7% de su poder adquisitivo. El periodo anterior (1935-1982) se habría significado en cambio por un crecimiento más que significativo del PIB y, paralelamente, de los servicios de salud, educación e infraestructura básica, y de una indudable ampliación del poder adquisitivo del salario (y la consecuente reducción de la pobreza).

Son conocidas las causas de lo ocurrido: el contrato social surgido de la revolución, con todas sus distorsiones, se vino a pique en los años 80 y se abrió la puerta a un nuevo paradigma por el que presionó salvajemente el stablishment internacional, encabezado por Margaret Tatcher y Ronald Reagan. El capital no toleraba ya las restricciones que le imponía el "Estado del Bienestar" y se propuso ampliar espectacularmente las tasas de su ganancia.

El resultado fue en efecto espectacular: la acumulación del dinero y el poder de las transnacionales creció enormemente al mismo tiempo que se eliminaban, también de manera espectacular, los beneficios sociales. Los ricos se hicieron más ricos y los pobres más pobres.

México atendió puntualmente las exigencias del Consenso de Washington para la circulación irrestricta de bienes, servicios y capitales (por supuesto, sin apertura a la circulación de personas). En estas condiciones las corporaciones multinacionales, especialmente estadounidenses, aprovecharon la apertura y el debilitamiento del Estado: las prácticas monetaristas y las políticas neoliberales reforzaron los desequilibrios estructurales e incrementaron salvajemente el déficit de la balanza de pagos y por tanto la deuda del país.

¿Algunos de los resultados más catastróficos?: el desplome de los salarios reales, el aumento del desempleo, la desindustrialización creciente y la ausencia de inversiones nacionales, lo que ha reforzado nuestra dependencia a niveles no imaginados antes. La civilización comunitaria de los mexicanos se ha ido destruyendo social y culturalmente en favor de una convivencia vez más mercantilizada y dependiente.

La dependencia ha cobrado una forma aguda de sumisión a las necesidades de los mercados internacionales, sobre todo estadounidenses. El desarrollo de la industria y los servicios, en países como México, refuerzan los proyectos de dominación global de los llamados poderes centrales (imperialistas).

La "nueva alternativa de nación" que plantea López Obrador, según la hemos entendido, estaría dirigida a reformular los patrones básicos de nuestro desarrollo y a pugnar no sólo en abstracto por la independencia de México, sino lo que es más importante: lograr un desarrollo del que la mayoría ha estado excluida, un desarrollo en beneficio del mayor número que sería la base de una nueva vida para los mexicanos. Nadie debe engañarse: Andrés Manuel López Obrador plantea en primer término una sociedad más equilibrada e igualitaria, de la que se vayan eliminando los agujeros negros de pobreza y, además, una "revolución moral y cultural", que interpreto primero como un esforzado combate a la corrupción en la función pública.

No un cambio de manos de la propiedad y de los medios de producción, como algunos propalan con mala fe, sino apenas una sociedad en que se incremente el poder adquisitivo de las mayorías. Una sociedad en que haya menos excluidos de los beneficios sociales y más participantes en esas ventajas.

Lo que ofrece esta "nueva alternativa", en definitiva, sería una sociedad más demandante y con mayor capacidad económica lo cual, en el fondo, ha sido la condición histórica de las economías que se han desarrollado, en todos los lugares y tiempos: una fuerte y gradual ampliación del mercado interno y del poder adquisitivo de suerte que las grandes mayorías estén en condiciones de prosperar. Condición histórica también del equilibrio y permanencia del sistema -¡pero en otras circunstancias!-, no sólo con ventajas inmediatas para algunos sino ventajas ciertas para las mayorías, en el mediano y largo plazo.

Hablamos de condiciones históricas insoslayables: en efecto, la experiencia muestra que cuando la riqueza se concentra exageradamente y se marginaliza al conjunto social, las sociedades fracasan, se rompen, se van a pique y duran poco. Y en México nos acercamos a ese peligroso punto de ruptura que es urgente corregir; si no se corrigiera bien y pronto nuestro futuro sería cada vez más incierto e inestable.

Consideremos además que el país ha tenido en años recientes al menos tres "válvulas de escape" que han disminuido las presiones, válvulas por definición transitorias, podríamos decir "falsas salidas". En vez de elaborar programas de industrialización consistentes nos hemos conformado con una maquila que también se nos va de las manos hacia otras regiones con mano de obra aún más barata.

Ha de mencionarse igualmente el medio millón de mexicanos que cada año cruza la frontera norte en las condiciones más difíciles, hacia un país que ahora se torna agresivo con una migración que sostiene ya su economía en varias regiones y sectores claves. Por eso es supina tontería la declaración de que la falta de empleos remunerados no es causa de la emigración: ¿entonces van al otro lado a vacacionar, o por simple afán de aventura?

Son las muy difíciles condiciones nacionales y el espejismo, a veces real, de una mejor vida "del otro lado", la que empuja a los cientos de miles y millones de mexicanos a buscar en Estados Unidos mejores horizontes. Así ha sido y hay evidencia de que, con la "globalización" (expectativas no cumplidas en la propia tierra), se incrementa más el fenómeno: los centros de riqueza atraen irresistiblemente a las poblaciones pobres y sin trabajo, alejadas en el tiempo y a veces en el espacio de esos centros. No sólo ocurre en esta parte del mundo sino, como sabemos bien, por ejemplo en Europa con la migración del este al oeste y del sur (africano) al norte.

Claro está que las "remesas" de los migrantes (en 2005 alrededor de 20 mil billones de dólares), han aliviado de manera importante las condiciones de vida de enteras regiones, que de otra manera agonizarían por la brutal fractura que significó el Tratado de Libre Comercio sobre todo en el campo.

También los precios extraordinarios del petróleo han contribuido a "aligerar" ciertas "cargas" del Estado (el pago más expedito de la deuda del Fobaproa y de la deuda externa) y, como se ha publicado, a "satisfacer" diversos rubros del gasto corriente.

Pero atención: ¿hay realmente un informe medianamente válido sobre el destino de nuestro tremendo superávit petrolero? Ni por asomo, y esta es una exigencia ciudadana que tiene como correlato la responsabilidad del gobierno que encabeza Vicente Fox. ¿Qué ha pasado con ese dinero?

Todavía, sobre todo en las ciudades, habría que señalar que para muchos habitantes de esos centros (vendedores y compradores) el ambulantaje que invade nuestras banquetas y ocupa las calles, con toda la cauda de corrupción e inclusive de gansterismo que trae consigo, resulta también otra "válvula de escape".

¿Podemos imaginarnos la presión social que viviríamos sin esos "escapes"? ¿Qué instituciones la resistirían? ¿Estaríamos ya con el Ejército ocupando diversas zonas urbanas y rurales del país? Probablemente.

Por todas estas razones, algunas expresadas en cifras mínimas, otras que procuramos pintar gráficamente, urge en México una alternativa de nación que nos renueve y modifique los parámetros desastrozos en que vivimos desde hace más de 20 años.

Una nota final que juzgo indispensable: Andrés Manuel López Obrador dijo en el acto de su registro como candidato que en política exterior "no pensaba ser protagonista", y que la mejor de las políticas exteriores era "una buena política interna".

Sin desconocer el punto de verdad que lo aleja de las tentaciones de "ser candil de la calle" hay que decir también que, en estos tiempos "globalizados", una buena política exterior es también parte de la buena política interior. Y cuando hablo de una "buena" política exterior me refiero sobre todo a las solidaridades internacionales hoy indispensables para llevar a buen puerto un "proyecto alternativo de nación" como el propuesto por Andrés Manuel López Obrador.

Escritor y analista político

El Universal (Mexico)

 


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